viernes, 16 de diciembre de 2011

Capítulo 21: El derecho a equivocarse


Los días siguientes fueron una vorágine de extraña tranquilidad. Diría extraña porque no era nada normal. Nat, pese a que estuviera muy triste por la pérdida de su bebé, no dijo nada. Tampoco podíamos hablarle del bebé, porque ella se entristecía demasiado. Ella y Jerry tuvieron varias sesiones de terapia con Allie Rumsfeld para superarlo. Y no se alejaron el uno del otro, al contrario, se unieron mucho más.
Charlie sólo se hablaba con todos excepto con Johnny y conmigo, a los que nos ignoraba totalmente. Iba a clases y también a todas las comidas, pero el resto del día se lo pasaba encerrada en nuestra habitación.
Chris intentó seguir con su vida normal, pese a que nos ignoraba a Johnny y a mí, y en cierta manera, también al resto del grupo. Cada día estaba más horas entrenando, más horas lejos de sus amigos…
Johnny se encontraba bastante deprimido sin Charlie. Tocaba canciones de R.E.M a todas horas en uno de los escoberos, sin importarle que fueran las tres de la mañana. Y faltaba a clases. Además, había empezado a fumar y olía fatal, ya que los ratos en los que no tocaba la guitarra se los pasaba fumando.
Tanto Penny como Kevin se encontraban en una posición incómoda. Al igual que Nat y Jerry, ambos se hablaban con el resto del grupo y actuaban de mediadores. Y lo estaban pasando mal, ya que no soportaban que todos estuviéramos enfadados.
En cuanto a mí, estaba deprimida. No tenía a nadie con quien hablar, ya que todos estaban inmersos en sus propios problemas. Y yo ya tenía suficiente con aguantar con mi sentimiento de culpabilidad como para intentar solucionar las cosas. Sólo se me ocurría una solución: marcharme a terminar el curso a Nueva York.
Y eso lo decidí junto con Johnny, que también quería marcharse, pero a Los Ángeles. Johnny no podía soportar estar sin Charlie y sin Chris. Por eso quería irse. Y yo por el mismo motivo. No quería que las cosas empeorasen aún más, por eso quería volver a mi ciudad natal.
El día que lo decidí fue el día anterior a la elección de las asignaturas para el último semestre, mientras que nos dirigíamos al comedor para la cena. Ese día era el cumpleaños de Charlie, que coincidía con el día de San Valentín.
- Lena, ¿qué dices? ¿Escritura creativa o álgebra? No consigo decidirme.
- Nat, estás deseando coger teatro de nuevo. Lo sabes perfectamente.
- Vale, lo admito, me encantaría volver a coger teatro… Pero quería tener algo serio en mi expediente. Ya sabes, para Columbia.
- Nat, Columbia te va a admitir sin pensárselo.
- Vale, te creo. ¿Vas a venir a teatro conmigo o vas a coger algo más serio?
- No voy a coger teatro.
- ¿Y eso? ¿Alguna asignatura seria y aburrida?
- Me voy a St. Jude.
Nat se quedó shockeada por un momento, antes de volver a la realidad y gritarme delante de todo el mundo que estaba en el hall.
- ¡¡¡¿QUÉ?!!! ¡¡¡NO PUEDES IRTE A ST JUDE!!!
- ¿Por qué no?
- Te lo explicaré en un sitio más tranquilo, ahora nos está mirando todo el mundo.
Y era cierto. Todo el mundo había dejado sus conversaciones atrás y estaban opinando sobre el nuevo cotilleo, que se extendería como la pólvora en cuestión de segundos. Nat me arrastró hasta el jardín, donde comenzó a hablarme cuando ya habíamos dejado atrás al resto de alumnos.
- Lena, explícame por qué se te ha ocurrido esa estupidez.
- Nat, no es ninguna estupidez. Más bien es un tipo de exilio voluntario.
- Ni exilio voluntario ni leches. Eres importante aquí, no puedes irte.
- ¿Por qué no?
- ¡Porque eres mi mejor amiga y te necesito! ¡Por dios, hasta hace solo una semana iba a ser la próxima candidata para “Sixteen & Pregnant”…
- ¿En serio? ¡No me lo habías contado!
- Lena, es una ironía. Me refiero a que hace una semana iba a ser mamá, iba a graduarme, no iba a estudiar en la Universidad ni me iba a dedicar a ser modelo… En fin, que mi vida vuelve a ser como antes. Bueno, como antes no, ahora tengo a Jerry.
- Jerry también te necesita, y tú lo necesitas más a él que a mí.
- ¡Y una mierda! En serio, quiero a Jerry, pero a él no puedo contarle todo lo que te cuento a ti: los cotilleos, la moda, mis secretos… Estoy segura de que Jerry se suicidaría si empezara a discutir con él sobre qué color sienta mejor a las uñas.
- Tampoco hablamos siempre de eso…
- Pero compréndelo, Jerry es mi novio, y tú eres mi amiga. Ocupas el puesto número uno de prioridades.
- Pero te he hecho daño. Yo fui la causa de que tú ahora no vayas a ser mamá.
- Por dios Lena, lo mío era un embarazo de alto riesgo, y el aborto fue involuntario, tarde o temprano iba a ocurrir… No te culpes por ello. Puede que tengas culpa de lo demás, pero Johnny también tiene la culpa.
- ¿Entonces no me odias?
- ¡Claro que no tonta! Eres mi mejor amiga, y siempre estás ahí cuando te necesito. ¿Comprendes por qué no puedes irte?
- No tengo a Chris.
- Christopher está enamorado de ti, por mucho que le duela en estos momentos. Además, la fidelidad no es su punto fuerte. ¿No te puso los cuernos con Blondie Fox en Acción de Gracias?
- No estábamos saliendo.
- Pero estabais a punto, así que es casi lo mismo. Además, te echará de menos.
- Me odia.
- No te odia, solo te ignora temporalmente. Y Charlie también. Aunque Charlie está mucho más dolida con Johnny que contigo.
- Nada me va a hacer cambiar de opinión. Ya he hecho demasiado daño a mucha gente.
- Siento que no cambies de opinión. Realmente el internado es mucho más divertido desde que tú estás aquí.
Volvimos en silencio hacia el hall, sin comentar nada de nuestra anterior conversación. Al llegar al comedor y sentarnos en nuestra mesa habitual, me asaltó la persona que menos me imaginaba en ese momento:
- Reina del internado, oh poderosa reina…
- ¿Qué quieres Barbara?
Blondie Fox seguía siendo tan molesta como siempre.
- Desde luego, desde que eres la reina…
- Vete al grano Barbara. Algo quieres para estar hablándome en estos momentos.
- Pues mira, algo tenía que comentarte. Han llegado a mis oídos ciertos rumores de que te marchas…
- Cierto.
- ¿Entonces te marchas?
- Sí, sí que me marcho.
- ¿Y quién va a ser la nueva reina? – preguntó ella ansiosa.
- La nueva reina la nombraré yo antes de mi marcha. ¿Algo más?
- No, sólo eso.
Y se fue agitando su melena rubia, que cada día era más del color de Piolín. Definitivamente, esa no era mi mejor noche.

Johnny P.O.V
Mi maleta reposaba sobre las escalinatas de la entrada. Había llamado a un taxi para que me viniera a recoger a la puerta del internado, ya que no quería que nadie se enterase de mi marcha.
Encendí un cigarrillo mientras esperaba la llegada del taxi, observando el cielo de esa noche, muy estrellado. Me habría encantado ver las estrellas con Charlie. Su regalo de cumpleaños y de San Valentín se lo había dejado encima de su cama antes de venir a la entrada, y esperaba que cuando lo viese, junto con la carta que le había dejado, yo ya estuviera lejos del internado. Pero, para mi buena o mala suerte, eso no ocurrió.
- Deberías dejar de fumar – me dijo mi pelirroja favorita apareciendo de repente – No te pega.
- Lo sé. – le dije yo tirando la colilla al suelo y aplastándola con el pie. – Pero a veces relaja.
- No es necesario que dejes de fumar porque te lo haya dicho.
- Créeme, tu opinión sigue siendo importante para mí.
- No me has felicitado.
- Feliz cumpleaños Charlie. No lo hice antes porque supuse que no querrías volver a saber nada de mí.
- Llevo puesto tu regalo.
Y era cierto. Al mirar su cuello, me di cuenta de que llevaba puesto el colgante de una “J” de oro blanco, que le había comprado unas semanas antes, antes de que todo se complicara.
- Siento haberte regalado eso.
- Créeme, me gusta. Casi tanto como me gustas tú.
- Char, te he hecho daño. Y no quiero que vuelvas a sufrir.
- La única manera en la que no sufriría sería si tú te quedaras aquí.
- Tengo que irme.
- Por favor Johnny, no te vayas. Te necesito.
Sabía que era la última oportunidad que tenía con ella. Y no iba a desaprovecharla. La quería demasiado.
- Y yo a ti Char, y yo a ti – le dije mientras le abrazaba, acariciándole el pelo mientras ambos llorábamos. – Te prometo que nunca te voy a dejar.
- Te quiero Johnny. Con locura.
- Con locura.
Y me juré que sería la última vez que me separaría de ella.


Lena P.O.V
Necesitaba un sitio tranquilo, alejado de las miradas de la gente, de mis amigas, de todo el mundo… Y sólo se me ocurría un lugar. La azotea de la residencia de los chicos. Cogí una mochila pequeña y en ella metí algo de comida, una linterna y una manta, junto con “La edad de la inocencia”. Realmente me apetecía releer ese libro.
Tras llegar a la residencia, subí hasta el pasillo del tercer piso, que estaba desierto. Me resultó muy fácil encontrar en cuarto de las escobas, y una vez allí, tantear la pared y encontrar el pomo de la puerta escondida.
Empecé a subir los escalones, y al llegar arriba, mi sorpresa fue mayúscula al encontrar a Christopher allí, que había tenido la misma idea que yo.
Recordé lo que Chris me había dicho el día en que se me declaró, en el cumpleaños de Blondie Fox: “Es mi lugar favorito del internado”. Ahora todo estaba claro.
Al oír mis pisadas, se giró, y su cara de sorpresa fue la misma que la mía.
- No esperaba verte aquí.
- Me iré ahora mismo.
- No hace falta. Hay suficiente azotea para los dos.
Me instalé en un rincón de la azotea, bastante alejada de él.
- Lena, puedes acercarte más. No muerdo. Además, estoy encima de un edredón viejo. Si te sientas a mi lado no mancharás esa sudadera tuya tan querida.
Sonreí. Sabía que Chris odiaba que yo llevara mi sudadera de Yale. Le hice caso y me senté junto a él. Saqué de la mochila la linterna y la manta, y la extendí de tal manera que nos tapara a ambos.
- ¿Qué lees? – me preguntó con curiosidad.
- “La edad de la inocencia” – respondí yo intentando concentrarme en la lectura.
- Buen libro. Me gustó bastante.
- ¿Lo has leído? – le pregunté bastante sorprendida.
- No soy tan analfabeto como tú te piensas. Además, también vi la película. Pero el único personaje que me gusta es la condesa Olenska.
- ¿Por qué?
- Porque es algo así como una anti heroína. Sólo se movía por sus intereses, e intentaba escapar de su marido. Pero se enamora de Archer, y cuando se entera de que May está embarazada, lo deja. No entiendo por qué hace eso.
- Olenska no quería hacer sufrir a May.
- ¿Eso era todo?
- Eso era todo. Olenska no quería complicar aún más las cosas. Por eso se apartó.
- ¿Cómo tú?
- ¿Cómo te has enterado?
- Nat me lo contó. Pero no entiendo por qué vas a irte.
- Soy como Ellen Olenska. Me aparto de la sociedad para no complicarlo todo aún más. Si me quedo en St. Peter, lo fastidiaré todo de nuevo, en cambio si me voy, todo volverá a ser como antes.
- No puedes irte a Nueva York. Nada sería lo mismo sin ti.
- Sólo seré un recuerdo pasajero. La famosa Lena Williams, la que salió con el rey del internado y destronó a Blondie Fox. La que lo fastidió todo intentando arreglar las cosas.
- No todo fue culpa tuya. También es culpa mía.
- Pero yo fui la que lo fastidió todo por actuar sin pensar.
- Eh, Lena, escúchame bien, porque sólo te lo voy a decir una vez. – me dijo mientras me cogía la cara con suavidad para que lo mirase. – Puede que ni tú ni yo hagamos las cosas bien nunca, pero ambos tenemos el derecho a equivocarnos.
- Pero…
- Pero nada. Puede que yo siempre haga las cosas mal, pero sí que hice algo bien, y eso fue enamorarme de ti.
Me quedé shockeada por unos momentos.
- ¿En serio? – le pregunté.
- ¿Crees que te mentiría?
- Te he hecho mucho daño. Deberías odiarme por ello.
- Pese a eso, te sigo queriendo. Porque estoy enamorado de ti, Lena Williams, con todos tus defectos y errores.
- No te merezco – le dije mientras le abrazaba y apoyaba la cabeza en su pecho.
- Sólo podrías merecerme de una manera.
- ¿De cuál?
- La primera es que me prometas que no te irás a Nueva York y te graduarás en St. Peter.
- Te lo prometo.
- ¿Quieres tu regalo de San Valentín?
- Chris, no te he comprado nada.
- Da igual. Ya sé que pedirte. Pero déjame darte tu regalo.
Chris buscó en el bolsillo de su vaquero, del que sacó una tarjeta de cartón en color beige, que contenía una dirección escrita a mano por él.
- ¿Y esto?
- Es la dirección de mi casa de Colorado. Me encantaría que vinieras conmigo en las próximas vacaciones.
- ¿Las de la semana que viene?
- Esas. No está lejos, y podríamos volver al internado en cuanto te aburrieras. Aunque si ya tenías planeado lo de ir a Los Ángeles…
- Mi madre puede esperar. Me iré contigo a tu casa. Pero ahora me siento culpable por tu regalo.
- Podrías regalarme algo ahora.
- Dime lo que quieres y lo haré.
- Que bailes conmigo para celebrar esto.
- ¿Bailar? ¿Ahora?
- Tengo música – dijo mientras señalaba un altavoz para iPod que estaba no muy lejos de nosotros.
Me puse de pie, esperando mientras que Chris encendía el altavoz y escogía una canción.
Y, como si el destino lo hubiera preparado, mi canción favorita sonó. Los primeros acordes de “Yellow”, de Coldplay, inundaron la azotea.
Él se acercó a mí, sonriendo, me cogió de la mano y puso su otra mano en mi cintura, y empezamos a bailar al ritmo de la música.
- ¿Cómo lo sabías? – le pregunté todavía sin creérmelo demasiado.
- Tarareas Coldplay cuando estás en tu mundo. Y eso me encanta.
- Sabes que soy rarita.
- Eres perfecta a tu manera.
- Te quiero Chris.
- Y yo a ti Lena.
Y me besó mientras seguía sonando nuestra canción.

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