Lena P.O.V
No, definitivamente cuidar de Joey
no estaba dentro de mis planes para este fin de semana. Aunque Joey sea un
hermanito adorable y todo eso. Pero sabiendo que Chris viene a verme este fin
de semana, cuidar a Joey no entra dentro de mis planes.
-
Recuerda que nos hemos ofrecido amablemente a
cuidarlo. – me recuerda Johnny leyéndome el pensamiento.
-
En realidad, has sido tú el que se ha ofrecido a
cuidar de Joey. – le recrimino.
Mi madre y Joe tienen un acto del
partido de Joe en la sede de Washington. Al principio iba a ir Joe solo, pero
Johnny la convenció a ella de ir también. Quedan dos meses para las elecciones
a gobernador, y Joe necesita todo el apoyo posible para su reelección. Y de
paso, Johnny terminó diciéndole que nos quedaríamos con nuestro hermanito de
casi cuatro años en Nueva York.
Estamos en el salón viendo
episodios antiguos de Friends. Johnny me mira desde su lado del sofá con gesto
de disculpa. En Princeton empezó a dejarse barba y a engominarse el pelo hacia
atrás, y según Chris parece un cantante de música indie, pero le queda
bien.
-
Vale, puede que me ofreciese yo a cuidarlo… – admite
él.
-
En mi casa…
-
A ver, técnicamente es la casa de tu padre. Y mientras
no encuentre un apartamento, tu padre me deja quedarme. Así que Joey se queda.
– afirma acomodándose.
-
La única razón por la que no te das prisa en encontrar
apartamento es porque adoras a Greta.
-
En eso tengo que darte la razón. Greta cocina que te
cagas.
Me río con su comentario. Johnny
lleva tres semanas aquí y no parece tener prisa por marcharse.
-
Además, a tu padre le caigo bien. A diferencia de tu
novio – le miro con mala cara. – Vale, es broma, Chris le cae bien. Pero yo le
caigo mejor. Es más, me ha ofrecido empleo.
-
¿En serio? Es la primera noticia que tengo de eso. –
le comento sorprendida.
Aunque tampoco es de extrañar.
Johnny se ha graduado con honores en Derecho en Princeton, así que tarde o
temprano empezarían a llegarle las ofertas de trabajo.
-
¿Y qué le has dicho? – pregunto.
-
Le he dicho que no. Pero eso es porque ya había aceptado
una oferta de trabajo.
-
¿Ah sí?
-
En Schoomaker Enterprises. Charles me ofreció ser el
abogado asesor de la sede de Nueva York.
-
¡Eso es genial! – le digo.
-
Lo sé. Ahora ya puedo independizarme del todo. Y pagar
un apartamento en condiciones. Aunque dudo que mi sueldo me llegue para pagar
algo como esto. – dice señalando el enorme salón en el que estamos.
-
Vale, puede que todavía no puedas permitirte un
apartamento en Park Ave. Pero sí que puedes en otra zona.
-
Había pensado en el Soho, o tal vez West Village. Me
gusta mucho esa zona.
-
Es buena opción.
-
Pues listo. No quiero vivir en un apartamento
ostentoso. Además, un apartamento pequeño nos llega de sobra a Charlie y a mí.
-
¿Cuándo viene ella de San Francisco?
-
En unas horas, tenemos que ir a recogerla al JFK. Y
por cierto, ella sí que va a trabajar en Industrias Williams.
Vale, mi padre no me cuenta nunca
nada. Y Derek e Ethan tampoco. Traidores.
-
Es la primera noticia que tengo sobre eso.
-
Créeme, el lunes te habrías enterado de todas maneras.
Empiezas el lunes, ¿me equivoco?
-
No lo haces. Estoy de los nervios.
-
Eres de la casa, te tratarán bien.
-
Soy una enchufada. Todo el mundo va a pensar que soy
una inútil y que mi padre solo me contrata por pena.
-
Lena, lo harás bien. Te has graduado con media de
sobresaliente, por si lo habías olvidado. Ahora sólo tienes que demostrar lo
que has conseguido en Yale.
-
Johnny tiene razón, Lena – dice Kevin bajando por las
escaleras con Joey en brazos.
Kevin ha cambiado bastante de
aspecto desde que dejamos el internado. Ahora lleva el pelo muy corto, estilo
Channing Tatum, pero le queda bien. Él también está en mi casa temporalmente en
búsqueda de un apartamento decente. Dios, mi casa se parece cada día más a un
albergue estudiantil.
-
¿No habrás despertado a Joey de la siesta, no? – le
digo cogiéndolo yo en brazos.
-
En realidad, él fue quien vino a mi habitación.
¿Verdad que sí, Joey?
-
Sí – responde Joey con voz de pito, intentando
escabullirse de mis brazos.
Vale, Joey es adorable. Se parece
un montón a mi madre, con ese pelo negro y los ojos tan oscuros. Pero también a
Joe, sobre todo en el carácter. Aunque nadie sabe de quién ha sacado esa vena
diabólica que saca a relucir a veces. Lo dejo en el suelo y él me tira
suavemente del pantalón.
-
Lenita, tengo hambre. – dice.
-
¿Otra vez? – pregunto sorprendida.
Joey asiente poniendo carita
angelical.
-
Joey, ya merendaste antes de la siesta. – le recuerdo.
-
¡Pero tengo hambre otra vez!
Suspiro de resignación. Joey
siempre tiene hambre. Como siga comiendo al ritmo que lleva, cuando sea más
mayor parecerá un gato gordo. Lo cojo de la mano y caminamos hasta la cocina.
Greta ya está preparando la cena. Ella sonríe cuando nos ve a los dos.
-
Buenas tardes Greta – dice Joey con su tono de voz
angelical. – ¿Me das galletas de chocolate?
-
Buenas tardes, señorito Joey. Ahora mismo te las doy.
¿Quieres un vaso de zumo también?
-
¡Sí! – contesta él entusiasmado. Greta me sonríe antes
de empezar a buscar las galletas por los armarios. Coge la lata de galletas,
pone unas cuantas en un plato y me lo da junto con un vaso de zumo de naranja.
-
Mädchen, ¿Cuántos vamos a ser esta noche para cenar? –
me pregunta Greta mientras guarda las galletas en el armario de la cocina.
-
Charlie y Johnny van a cenar fuera, así que en
principio somos cinco. Pero creo que también viene Derek, así que cuenta con
él.
-
De acuerdo – dice Greta sonriente.
Joey y yo volvemos al salón y le
dejo el plato y el zumo en una mesita baja. Él se sienta en un cojín del suelo
y empieza a comer tranquilamente.
-
Te ves bien con esa actitud tan maternal. – dice una
voz demasiado conocida para mí desde la puerta del salón.
Me giro y corro hacia Chris, y lo
abrazo. Él me coge en brazos y me besa con efusividad.
-
Eh, sin emocionaros mucho que hay un niño delante. –
dice Johnny tapándole los ojos a Joey, que intenta quitarse sus manos de
encima.
Lo miro mal, bastante mal. Por
dios, que hace casi un mes que no veo a mi novio.
-
Johnny, en serio, muérete – le contesta Chris sin
dejar de abrazarme.
-
Si lo hago, no sabréis lo que os voy a contar ahora
que estamos todos – dice Johnny soltando por fin a Joey, que se escapa al otro
lado del salón.
Lo miro expectante. A saber lo que
nos va a decir. Nos acomodamos en el sofá a su lado y lo miramos con atención.
Lentamente, Johnny saca una cajita verde inconfundible de su bolsillo. La abre
y todos nos quedamos con la boca abierta de la sorpresa:
-
¡SE LO VAS A PEDIR! – grito yo de la emoción y corro a
abrazarlo. Todos nos tiramos encima de él.
-
¡Pero quitaos de encima, que me vais a ahogar! –
exclama él, haciendo que nos apartemos.
Nos volvemos a acomodar en nuestros
puestos, y Johnny me tiende la caja con el anillo. Es precioso. El anillo es un
solitario, con un diamante no demasiado ostentoso sobre una montura de oro
blanco.
-
Sé que Charlie es reacia a los anillos ostentosos, así
que busqué uno que fuera sencillo, pero bonito. Espero que le guste – dice él
algo preocupado.
-
Es precioso Johnny – le respondo con sinceridad. – A
Charlie le va a encantar.
Johnny sonríe tímidamente. Dejo la
caja con el anillo encima de la mesita.
-
¿Y cuándo se lo vas a pedir? – pregunta Kevin con
interés.
-
Esta noche. Pensaba hacerlo en Central Park. He
encontrado el sitio perfecto, y es tranquilo, justo lo que necesito. – le
contesta retorciendo las manos.
-
Venga Johnny, no te pongas nervioso – le dice Chris
para animarle – No es para tanto.
-
Chris, tú no sirves como ejemplo – le recuerda Johnny.
-
Vale, puede que yo no sirva de ejemplo. Pero estoy
seguro de que Charlie te va a decir que sí. ¿No tengo razón, Lena?
-
Johnny, Chris tiene razón. Charlie está loca por ti.
¿Por qué habría de decirte que no?
-
Tú le dijiste que no a Chris – recuerda Kevin.
Miro mal a Kevin. Muy mal.
-
Repito, nuestro caso no sirve como ejemplo. – contesto
ignorando su comentario. – A lo que iba, Charlie te va a decir que sí seguro,
ya lo verás.
-
Eso espero – dice él algo más tranquilo.
Johnny coge la caja del anillo y la
mira horrorizado.
-
Chicos, ¿dónde está el anillo?
Los tres nos miramos entre sí, sin
saber la respuesta.
-
Lena, tú fuiste la última que estuvo con la caja.
-
Y la dejé encima de la mesa. Y el anillo estaba
dentro, evidentemente
-
Entonces, ¿dónde está? – dice él levantándose y
empezando a mirar por la alfombra por si se ha caído.
Kev, Chris y yo comenzamos a buscar
también por el suelo. Nada, ni rastro del anillo. Cuando levanto la vista, veo
a Joey con algo brillante en la lengua.
-
¡JOEY, NO! – grito.
Como si todo pasase a cámara lenta,
Joey me mira asustado y se traga el anillo de Charlie. Los tres chicos se ponen
de pie y lo miran horrorizado. Johnny se ha puesto pálido, muy pálido, creo que
se va a desmayar de la impresión de un momento a otro. Kevin corre hacia Joey y
le abre la boca, pero no hay nada.
-
¿Y ahora qué hacemos? – pregunto horrorizada.
-
Pues habrá que esperar a que salga por el otro lado. –
contesta Chris intentando poner una nota de humor a la situación.
Los tres lo fulminamos con la
mirada.
-
Vale, vale, era una broma. Vamos a llevarlo al
hospital.
Todos subimos al piso de arriba
para coger las chaquetas y calzarnos. Cojo en mi habitación la bolsa con las
cosas de Joey y los cuatro bajamos al garaje a por el coche.
-
¿A dónde vamos? – pregunta Joey con curiosidad
evidente por nuestra reacción.
-
A un sitio con señores de batas blancas – le contesta
Johnny.
-
Y si te portas bien te van a dar caramelos. – le digo.
-
Pero yo quiero ir al zoo, jo. – se queja Joey con voz
de lástima.
Desde que volví a Nueva York,
siempre que puedo salgo con el coche que mi padre me regaló por la graduación.
Pero ahora no puedo utilizarlo porque mi Porsche está en el taller. Cojo el
Audi Q7 de mi padre y me siento en el asiento del conductor. El resto se sube y
salimos. Conduzco lo más rápido posible hasta el Beth Israel, pero el tráfico a
esa hora hace que tardemos casi cuarenta minutos en llegar.
Una vez dentro, vamos a la zona de
urgencias y allí nos dicen que vayamos a la sala de espera mientras registran a
Joey en la base de datos del hospital.
Nos sentamos los cuatro en fila,
con Joey en mi regazo.
-
Joder, para una vez que nos dejan al niño, va y se
traga un anillo. – suelta Johnny frustrado.
-
Johnny, mamá dice que está feo decir palabrotas – le
recrimina Joey con su vocecilla infantil.
A los cuatro nos da la risa floja.
Joey nos mira sin comprender nada.
-
¿De qué os reís? ¿He dicho algo gracioso? – vuelve a
preguntar él.
Y estallamos en carcajadas. La
situación es lo más surrealista posible. A los pocos minutos nos calmamos, pero
toda la sala nos mira mal, incluido Joey. Por suerte, llega un médico para
rescatarnos:
-
¿Joseph Morrison? – pregunta él en voz alta.
Los cuatro nos levantamos y lo
seguimos hasta una sala de consulta cercana. Allí dejo a Joey encima de la
camilla y me siento en una silla a su lado.
-
Buenas tardes, soy el doctor Coleman. ¿Cuál de ustedes
es Joseph Morrison?
-
Es el niño – le contesto.
Me fijo en el doctor Coleman. Es
alto, con el pelo rubio y un ligero parecido a Simon Baker. Es muy mono. Me
mira, me sonríe, y vuelve a mirar al niño. Me sonrojo abruptamente y miro hacia
otro lado.
-
¿Y usted es…? – pregunta.
-
Soy su hermana. – contesto rápidamente.
-
¿Y qué le ha pasado? – vuelve a preguntar él.
-
Se ha tragado un anillo. – le dice Johnny.
El doctor Coleman lo mira
sorprendido.
-
El anillo es para mi novia. Lo dejé encima de una mesa
y el niño se lo tragó – se apresura a aclarar Johnny.
-
¿Cuánto tiempo ha trascurrido? – vuelve a preguntar el
doctor.
-
Menos de una hora. El tiempo que hemos tardado en llegar
al hospital. – contesto.
El doctor comienza a examinar a
Joey palpándole la barriga. Joey está como si nada.
-
¿Te duele, campeón? – le pregunta el médico a Joey
esta vez.
-
No – responde Joey con su voz de pito.
El médico deja de examinarlo y
sonríe satisfecho.
-
No creo que sea necesario hacerle pruebas. Habrá que
esperar a que lo expulse él. Pueden llevárselo a casa.
-
¿Y mis caramelos? – pregunta Joey con tono serio.
El médico lo mira sorprendido.
-
¿Caramelos?
-
Lena me dijo que íbamos a ir a un sitio, y si me
portaba bien, me darían caramelos. Y yo he sido buenísimo, así que quiero mis
caramelos. – suelta Joey todo serio.
El médico suelta una carcajada y va
a un cajón, de dónde saca una bolsa con caramelos. Se la da a Joey, que la mira
con ojos brillantes.
-
Toma campeón. Pero los podrás comer solo cuando te lo
diga tu hermana, ¿de acuerdo? – le dice poniéndole la mano delante para que se
la choque.
-
Vale – dice Joey chocándole la mano.
Bajo a Joey de la camilla y lo cojo
de la mano.
-
Joey, dile adiós al doctor Coleman. – le digo.
-
¡Adiós doctor Coleman! – se despide Joey sonriente.
Salimos de la consulta y nos
dirigimos a la recepción para pagar la factura. Una vez hecho, nos montamos
otra vez en el coche y conduzco con calma hasta el JFK para ir a recoger a
Charlie al aeropuerto.
-
Joey, prométeme una cosa. – le dice Johnny.
Joey lo mira con atención.
-
No puedes contarle a mamá y a papá lo que ha pasado.
Es un secreto.
-
¿Un secreto?
-
Sí, un secreto. No se lo puedes contar a nadie.
-
Vale. Pero lo haré si me lleváis al zoo.
Sonrío. Joey es una caja de
sorpresas.
-
Joey, hacemos una cosa. Después de recoger a Charlie,
vamos Chris, Kevin, tú y yo al zoo, ¿te parece bien? – le digo.
-
Vale – contesta él, feliz con la noticia.
Lo que está claro es que este va a
ser un fin de semana movidito.
Johnny P.O.V
Después de la cena en su
restaurante favorito en Nueva York, Charlie y yo paseamos por Central Park.
Está agarrada a mi cintura, y yo a ella por sus hombros.
-
Así que has encontrado un apartamento – le comento.
-
Te va a encantar. Sé que no está precisamente en el
Upper East Side, pero es perfecto para nosotros.
-
¿Dónde es?
-
En West
Village. Perry Street. Es algo pequeño, pero para los dos es perfecto – dice
ella encantada.
-
Me fío de tu criterio, cariño – le digo tras besarle
el pelo.
Seguimos caminando y veo como
Charlie comienza a impacientarse
-
Johnny, ¿falta mucho? – pregunta curiosa.
-
Impaciente. – le contesto divertido. Ella arquea una
ceja por mi respuesta. – Ya falta menos. – le digo, intentando ocultar el
nerviosismo de mi voz.
-
Llevas diciendo eso veinte minutos. Creo que es hora
de reconocer que te has perdido. – me comenta con su tono de ironía.
Sonríe mientras dice eso. Me
encanta cuando lo hace.
-
Ya hemos llegado, impaciente. – le digo señalándole un
punto cada vez más cercano.
Nos paramos y ambos contemplamos la
estatua de “Alicia en el País de las Maravillas” de Central Park. Charlie me
mira con curiosidad.
-
“Alicia” es tu libro favorito. Y sabía que nunca
habías estado aquí, así que he decidido traerte. – le digo sonriéndole.
Charlie observa la estatua
maravillada. Se gira y me besa suavemente.
-
Pensé que no te acordabas de eso.
-
Créeme, me acuerdo. Me acuerdo de todo lo que tenga
que ver contigo. – le digo mientras le cojo las manos y la miro de nuevo. –
Siempre estoy pensando en ti. Siempre.
Hago una pausa y me aclaro la voz
antes de continuar.
-
Estaba deseando marcharme de Princeton sólo para venir
aquí contigo. No he deseado tanto una cosa desde que te pedí que salieras
conmigo. Me moría de ganas de estar contigo. Estoy enamorado de ti desde que te
vi bajar por las escaleras del internado, con toda tu energía, y tu eterna
sonrisa. Aunque al principio no lo sabía. Pero un día, cuando teníamos 15 años,
te miré, y no pude volver a mirar a nadie de la manera en que te miro. Y lo que
tengo claro es que no me apetece mirar a otra así mientras tú estés en mi vida.
Porque te quiero. Y si me dejas, lo haré el resto de mi vida.
Me arrodillo ante Charlie, que
tiene los ojos abiertos de la sorpresa.
-
Charlotte Isabelle Hilton, ¿te casarás conmigo? – le
pregunto de carrerilla.
Charlie se queda sin palabras. Me
mira sin dar crédito todavía. La miro expectante, y tengo miedo de que diga que
no. Estoy asustado. Mierda, va a decir que no. Me va a pasar lo mismo que a
Chris con Lena. Mierda, mierda, mierda.
De repente, ella empieza a llorar,
se arrodilla ante mí y asiente repetidas veces antes de abrazarme.
-
Claro que sí – me dice todavía llorando.
La abrazo fuertemente durante unos
minutos interminables. Cuando Charlie se calma, me besa. Se separa y me sonríe.
-
Tendrás que esperar unos días por el anillo. – le
confieso algo preocupado.
-
¿Y eso? – me pregunta extrañada.
-
Créeme, es una larga historia.
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