Penny P.O.V
“Estimada
mademoiselle Picard:
Nos complace informarla de que, tras un
largo proceso de selección, ha sido admitida en la Universidad de París.
Estaremos encantados de recibirla entre nosotros como alumna, para que sus
futuros logros en la Universidad sean tan brillantes como lo han sido durante
sus años escolares. La esperamos en septiembre.
Cordialmente,
Monsieur Pierre Gallart
Decano de la facultad de letras de la
Universidad de París –Sorbona.”
Aunque
hace ya unas cuantas horas que he leído la carta, vuelvo a leerla de nuevo,
intentando asimilar la noticia. No me lo creo todavía. Me han contestado de
París. Es imposible que me hayan mandado la carta por error, mi nombre está
impreso en el sobre con el matasellos de París.
Me
han admitido. Lágrimas de alegría empiezan a deslizarse por mis mejillas. No me
lo termino todavía de creer. Pero soy feliz. Demasiado feliz en este momento.
Sobre todo, porque no me esperaba que después de tantos meses de espera, me hayan
contestado.
Cuando
llegó el momento de enviar nuestras solicitudes a las universidades, envié dos.
La primera fue para Stanford, donde con mayor probabilidad me aceptarían. La
segunda, de la cual no le hablé a nadie, fue a la universidad de París.
Si
bien no le hablé a nadie de la segunda solicitud, fue porque era improbable que
me admitiesen. Es de sobra conocido que, de las miles de cartas que llegan cada
año al decanato, solo unas cuantas privilegiadas son respondidas. Y mi carta
fue una de ellas.
No me
lo esperaba para nada. La carta de admisión procedente de Stanford había
llegado dos semanas después de que yo enviase la mía. Además, la opción de ir a
Stanford no me disgustaba en absoluto. Sol californiano durante todo el año, un
excelente programa de letras, y una facultad cerca de Colorado, donde estudiará
Kevin.
Regresar
a París siempre había sido una idea que rondaba de vez en cuando por mi cabeza.
Me invadía la nostalgia de vez en cuando. Sus amplias calles, los cafés, la
tranquilidad… Por mucho que me gustase vivir en Seattle, y posteriormente en el
internado, siempre echaba de menos París.
Esto
tiene que ser una señal del destino. ¿Qué otra cosa podría ser si no? Los
billetes para ir a Palo Alto ya estaban sacados. Todo estaba listo para
marcharme a Palo Alto. Todo menos Kevin.
Habíamos
hablado muchas veces sobre lo que pasaría después de la graduación. Él
estudiaría educación en Berkeley, y yo literatura inglesa y francesa en
Stanford. La distancia entre ambas facultades es de casi una hora. Todo era
perfecto.
Por
un momento me planteo mis opciones: Stanford y Kevin, o París y una
incertidumbre total.
No
tengo ni idea de qué voy a hacer.
La
voz de mi madre interrumpe mi flujo de pensamientos.
-
¡Penelope! – me
llama mientras camina hacia mi habitación.
Aparece
en el quicio de la puerta, esperando que la deje pasar. Asiento, y ella entra
en mi habitación y se sienta a mi lado. Contempla con curiosidad la carta que
tengo en las manos.
-
Así que te han contestado…
- empieza a decir ella con suavidad.
Asiento,
sin contestarle todavía.
-
Pero han tardado
bastante. Hoy es 15 de Agosto.
Me
acaricia con suavidad el pelo, negro como el suyo. Mi madre y yo nos parecemos
mucho. Somos calmadas, nunca levantamos la voz y siempre intentamos complacer a
los demás. Nunca nos preocupamos demasiado por nosotras mismas.
-
¿Y qué vas a hacer?
-
No lo sé mamá. Te
juro que no lo sé.
Permanecemos
en silencio durante unos instantes. Mi madre reflexiona mi última confesión, y
suspira antes de hablar de nuevo.
-
Y supongo que
quieres oír lo que pienso de todo esto.
Vuelvo
a asentir en silencio.
-
Petit poule, ¿quieres
que te de un consejo? Vete a París.
Me
giro sorprendida y me enfrento a mi madre. Ella me calla con un gesto de la
mano para que la deje seguir hablando.
-
Cherie, creo que
deberías ir a París. No desperdicies esta oportunidad. Sé que Stanford es una
universidad excelente, y la Sorbona también. Tienes ante ti dos posibilidades
que van a marcar tu futuro. Estás ante una gran decisión.
-
Pero papá insistió
tanto con Stanford…
-
Sé que tu padre
quería que fueses a Stanford, pero no tienes que obedecerle en todo. Los dos te
apoyaremos decidas lo que decidas. Si realmente tu sueño es volver a París, ve.
-
Pero mamá…
-
Penelope Marie
Picard, escúchame. – guardo silencio y decido no interrumpirla más. – Toda tu
vida has sido la hija perfecta, la alumna ejemplar… Has superado con creces
todo lo que te ha pasado, y estamos muy orgullosos de ti. Y por todo esto, te
pido que por una vez en tu vida seas egoísta y regreses a París. Yo no quería
marcharme, pero por complacer a tu padre lo hice, y por eso te animo a que te
vayas. Sé que toda tu vida te han dicho que somos iguales, pero eso no es
verdad. Tú tienes una fuerza y una determinación que yo no tengo. Eres dueña de
tu propio destino.
Abrazo
a mi madre mientras comenzamos a llorar las dos. Permanecemos así unos minutos
más.
-
Mamá… – digo tras
este momento – Gracias. Gracias por apoyarme en esto.
-
Cariño, yo sólo
quiero que seas feliz.
Terminamos
de abrazarnos y ambas sonreímos cuando empezamos a secarnos las lágrimas. De
repente, un pensamiento se cruza por mi cabeza rápidamente. Tengo algunas cosas
que resolver antes de marcharme definitivamente a París.
-
Mamá, necesito
pedirte un favor. – le digo tras cavilar esa idea durante unos instantes.
-
Lo que quieras
cariño. – me dice ella acariciándome la mano suavemente.
-
Necesito que me
lleves al aeropuerto. – le suelto antes de que pueda arrepentirme por lo que
voy a hacer.
Mi
madre me mira extrañada por un momento.
-
¿Al aeropuerto? ¿A
dónde quieres ir?
-
A Denver. Tengo que
hablar con Kevin.
Nat
P.O.V
El
sol calienta mi espalda mientras estoy tumbada en una toalla en el césped del
jardín de Jerry. Después de volver de la mansión Schoomaker, volví a Washington
para ver a mis padres. Qué decir que mi estimada madre me echó de casa en
cuanto se enteró que su hija ya no se apellidaba Weston. Por lo menos me dio
tiempo a recoger mis cosas.
Jerry
corrió a buscarme y me llevó con él a Chicago, donde Rose MacKenzie me acogió
con los brazos abiertos. Y más aun sabiendo que ahora soy su nuera. Dos días
después, mi padre se presentó en Chicago y me rogó que volviese. Él estaba de
viaje cuando mi madre me echó, y no se había enterado hasta el día siguiente a
mi marcha. Pero la decisión estaba tomada. Me quedaba en Chicago con mi marido
y no pensaba volver a ver a mi madre en la vida. Mi padre estaba triste, y yo
también por tener que dejarlo solo con mi madre, pero no pensaba volver a
Washington. Entonces, mi padre me prometió que, pese a la firme oposición de mi
madre, me pagaría todos los estudios en Columbia y se encargaría de buscarnos a
mí y a Jerry una casa en Nueva York.
Intento
alejar esos pensamientos de mi cabeza. Echo de menos a mi padre, pero no puedo
hacer nada. Por lo menos me alegro de que me apoye en mi decisión de ir a
Columbia, donde mi madre se negaba a que fuera. Y también con lo de Nueva York.
Será genial empezar mi vida universitaria con Jerry.
Él
está a mi lado, tomando el sol y vigilando de vez en cuando a Rosie, que se
está bañando en la piscina. Está guapísimo. El pelo rubio se le ha aclarado aún
más, y se está poniendo moreno con el sol de Indiana.
-
Cariño, deberías
echarte crema. Te vas a quemar. – dice apartando la vista del diario deportivo
que está leyendo.
-
¿Te ofreces tú a
echármela? – le digo coqueta.
Jerry
esboza mi sonrisa favorita, la que pone cuando está planeando algo que le
entusiasma.
-
Todo sea por
complacerla, señora MacKenzie.
Sonrío,
y Jerry se inclina para besarme. El sonido estridente de mi móvil interrumpe la
magia del momento. Suelto un suspiro de resignación y alargo el brazo para
coger el teléfono.
-
¿Sí? – respondo con
un tono de pereza.
-
¿Señorita Weston?
¿Es usted Natalie Weston? – pregunta la voz de un hombre al otro lado de la
línea.
-
Sí, soy yo –
contesto intrigada. – Pero es obvio que no sé quién es usted.
-
Perdone mi
descortesía. Soy Damien Hill. Aunque supongo que mi nombre no es desconocido
para usted.
Es
imposible no conocer a Damien Hill. Todas las revistas de moda hablaban de él
como el futuro Karl Lagerfeld, la estrella de Gucci. Bueno, actualmente ex
estrella, porque hacía tres meses que había anunciado su retirada de Gucci para
lanzar su propia marca.
-
Resulta que he oído
hablar de usted. – le digo.
-
Y supongo que
también habrá oído que he comenzado una carrera en solitario.
-
En efecto.
-
Pues bien, señorita
Weston. ¿Puedo tutearla? Resultará más cómodo para lo que voy a ofrecerle.
-
Sí, adelante.
-
Quiero que seas la
cara de mi nueva colección.
Me
quedo estática sujetando el teléfono. Jerry me mira con preocupación, pero con
un gesto de la mano logro calmarlo.
-
¿Yo?
-
Sí, tú. Vi el book
de fotos que mandaste a Gucci. He de decir que son unas fotos preciosas, y creo
que puedes tener futuro en la profesión. Y también sé que ningún diseñador de
renombre te ha llamado por cortesía hacia tu madre.
Y
es cierto. Anne Daniels Weston ejercía una poderosa influencia sobre el mundo
de la moda. Si ella decidía que mi carrera como modelo sería ignorada y
borrada, así sería.
-
Anne Daniels tiene
bastante poder.
-
Pero no sobre mí,
Natalie. No le debo pleitesía a esa bruja.
-
Coincidimos en algo,
señor Hill. – le contesto sonriendo.
Damien
suelta una carcajada y me sigue hablando.
-
Es una pena que se
te esté tratando así. Que nadie te haya dado una oportunidad antes. Tienes algo
especial, estoy seguro de ello, y quiero darte la oportunidad para demostrarlo.
-
No sé Damien… Es una
decisión importante.
-
Lo sé. Piénsatelo
unos días. Y llámame con tu respuesta.
-
Me lo pensaré.
-
Gracias por ello.
Adiós.
Cuelgo
el teléfono y me quedo pensativa. Realmente, esto ha sido una sorpresa. Ya
había perdido por completo la esperanza de ser modelo algún día. Pero esta
llamada podía cambiarlo todo.
Jerry
se sienta enfrente de mí y me mira con curiosidad.
-
No adivinarías jamás
quien me acaba de llamar.
-
A saber.
-
Me acaba de llamar
Damien Hill. – Jerry pone cara de interrogación ante la mención del nombre. –
Es un diseñador de moda. – le digo. – Y muy gay – aclaro rápidamente al ver su
expresión. Jerry sonríe ante mi respuesta.
-
¿Y qué quería?
-
Damien acaba de
largarse de Gucci para empezar en solitario. Quiere que sea la imagen de su nueva
marca.
Jerry
abre los ojos de la sorpresa y sonríe ampliamente.
-
Pero… pero… ¡Es
fantástico! – dice abrazándome y levantándome por los aires.
Estallo
en carcajadas. Me encanta el entusiasmo de Jerry. Es arrollador.
Cuando
por fin me baja, le abrazo con fuerza.
-
Entonces, ¿te
alegras?
-
¡Por supuesto Natie!
Es una noticia genial.
-
Pero Gerald…
-
¿Pero qué?
-
¿Qué pasa con lo de
ir a Columbia y todo eso? Si sale bien lo de Hill, tendré que viajar bastante y
no podré ir a la universidad.
-
Natalie – dice él
con su tono de voz grave que me encanta – Columbia no se va a mover de sitio.
Ni yo tampoco. Ser modelo es tu sueño. Cúmplelo. Y si quieres seguir yendo a la
Universidad, tómatelo con calma. Si no consigues graduarte en cuatro años, pues
que sea en diez. Pero no dejes de cumplir tu sueño.
Lo
abrazo con fuerza y él me besa el pelo.
-
Te quiero muchísimo.
Gracias por esto
-
Natie, haría
cualquier cosa por ti. No voy a impedir que cumplas tu sueño.
Lo
beso suavemente. Nada podría ir mejor ahora mismo.
Penny
P.O.V
El
avión se ha retrasado cuarenta minutos. Ha sido un vuelo largo y bastante
cansado. Nada más decirle a mi madre que me iba a Denver, se apresuró a
comprarme un billete de avión mientras yo preparaba una mochila con mis cosas.
No iba a estar más de un día o dos allí.
El
taxi me deja enfrente de la puerta de la casa de Kevin. La dirección me la tuvo
que pasar Johnny, ya que yo nunca había estado allí. Suelto un silbido de
admiración cuando me fijo bien en la casa. Es preciosa, tiene un aire muy
rústico, y el jardín está lleno de flores. Abraham y Alice Rumsfeld la compraron
u para usarla durante el verano y así no tener que vivir en el internado todo
el año. Es pequeña y está a las afueras de Denver. Me encanta.
Me
armo de valor y llamo al timbre. Tras unos cuantos segundos, la puerta se abre
y aparece un sorprendido Kevin.
-
¡Penny! – grita
antes de abrazarme y levantarme por los aires para dar un par de vueltas.
Estallo
en carcajadas con su entusiasmo. Cuando me baja, me da un beso largo y dulce.
Nuestro beso. Dejo caer la mochila al suelo y enredo los dedos en su pelo. Kev
me acerca más a él agarrándome con delicadeza por la cintura. Dios, cuanto lo
he echado de menos.
Terminamos
el beso y sonreímos casi a la vez. Todavía seguimos abrazados y mi mochila en el
suelo.
-
Esto sí que es una
auténtica sorpresa. – dice con una sonrisa enorme.
-
Es una visita corta,
me voy mañana. Pero quería verte. Hace casi un mes que no lo hago, y me moría
de ganas de hacerlo.
-
Pues me alegro mucho
de que hayas venido. Entra, quiero enseñarte esto.
La
decoración interior es de estilo rústico, siguiendo el estilo de la fachada. La
casa tiene tres dormitorios, un salón bastante grande, una cocina con comedor
integrado, tres baños y el jardín, que ocupa gran parte del terreno.
En
el segundo piso está la habitación de Kevin. Está decorada en tonos grises y
azules, es muy parecida a la que tenía en el internado, solo que en esta se
nota muchísimo más la huella de Kevin. La estantería está llena de libros, y en
un rincón de la habitación hay un estéreo junto con una pila inmensa de discos
de Led Zeppelin y Pink Floyd. Las paredes también tienen posters de estas
bandas.
-
¿Te gusta?
-
Es preciosa Kev. Muy
tú.
Kevin
sonríe con mis palabras.
-
¿Y tus padres? – le
pregunto extrañada por no ver ni a Abe ni a Allie.
-
Se marcharon ayer a
Florida. Estarán fuera por lo menos una semana.
-
Así que estamos
solos…
Kevin
se sonroja y asiente. Cambia rápidamente de tema.
-
¿Has comido?
-
Sí, en el avión.
-
Entonces, ¿qué te
apetece hacer? – me pregunta.
-
Podríamos ir hasta
Denver. – sugiero.
Decidimos
ir hasta Denver. Me cambio los vaqueros por unos shorts, ya que la temperatura
exterior es de casi 30ºC. Permanecemos todo el día en Denver como una pareja
más descubriendo la ciudad. Recorremos los barrios más turísticos de la ciudad,
vemos un concierto de jazz al aire libre y cenamos en un restaurante italiano.
Volvemos
a casa de Kevin casi a medianoche. Nos sentamos en el sofá:
-
¿Te apetece ver una
película? – pregunta él.
Yo
no tengo en mente lo de ver una película precisamente. Me coloco a horcajadas
sobre él y le contesto:
-
Creo que la película
puede esperar.
Le
beso. Kevin me abraza por la cintura y me corresponde con entusiasmo. El beso sube de intensidad poco a poco, y casi
enloquezco cuando él comienza a besarme el cuello. De repente, Kevin me coge en
brazos y me lleva hasta su habitación.
***
Despierto
al día siguiente con una tranquilidad inmensa. Kevin está a mi lado, durmiendo
todavía. No quiero moverme mucho y despertarlo. No ahora, cuando está tan
tranquilo.
Sin
embargo, Kevin se despierta y me sonríe todavía somnoliento:
-
Buenos días Penny
Lane.
Sonrío
por el apodo que me puso en el primer año de internado, cuando ya nos habíamos
hecho amigos.
-
Buenos días Kev – le
digo acariciándole la cara con suavidad.
Voy
a echar de menos esto. Despertar con él por las mañanas. Seguramente sea lo que
más eche de menos cuando esté en París.
Me
acurruco más a su lado y él me acaricia el pelo. Mi estómago elige ese momento
para rugir del hambre. Kevin se ríe con esa risa suya suave, una de mis
favoritas.
-
Veo que tienes
hambre. – me dice mientras sale de la cama y comienza a vestirse. – Vamos a
ponerle solución a eso. Te haré el desayuno.
-
Kev, no tienes por
qué hacerlo. – le digo incorporándome y agarrando la sábana.
-
Por supuesto que lo
voy a hacer. Eres mi chica, tengo que mimarte.
Me
da un beso suave y baja silbando a la cocina. Dios, qué difícil va a ser esto.
Busco
alrededor de la habitación mi ropa, pero está demasiado desperdigada. Abro el
armario de Kevin y me pongo una camisa suya para bajar a desayunar. Antes voy
al baño a intentar hacer algo con mi pelo, pero hoy está demasiado rebelde. Me
lo cepillo un poco, suspiro, y bajo a desayunar.
Kevin
está friendo huevos de espaldas a mí. Cuando termina, se gira y me ve sentada,
y sonríe.
-
Creo que esa camisa
te queda mejor a ti que a mí.
Me
sonrojo como una colegiala. Kev me tiende el plato con la tortilla y empiezo a
comer. Kev se sienta enfrente de mí y comienza a desayunar también.
-
Esta mañana estás
muy callada, Penny.
Mierda,
Kev se intuye algo. Tengo que decírselo ahora, no puedo esperar más tiempo.
Dejo los cubiertos sobre la mesa y suelto un gran suspiro antes de hablar.
-
Kevin, tengo que
decirte algo.
Kevin
calla y guarda silencio, expectante.
-
Si vine hasta aquí
no fue por una visita de placer. Vine para hablar contigo.
Veo
el miedo en los ojos de Kevin.
-
Adelante – dice él
con un hilo de voz.
-
Cuando enviamos las
solicitudes de admisión en abril, yo… envié una a París. Pensé que no me
contestarían, pero ayer llegó la carta de respuesta.
-
¿Y? – pregunta Kevin
expectante.
-
Me han aceptado.
Un
silencio cae sobre nosotros. Kevin medita mis últimas palabras en silencio,
pensando qué decir ante mi última confesión.
-
Por cómo me estás
contando todo esto – empieza a decir despacio – imagino que has aceptado.
Asiento
con pesadumbre. Kevin suelta un suspiro y se pasa las manos por el pelo, en un
evidente estado de nerviosismo. Por una vez en su vida, no sabe qué decir en
estos momentos. Ni yo tampoco.
Kevin
se baja del taburete y le guía hasta el sofá. Toma mis manos entre las suyas y
comienza a hablar.
-
Penny, ¿qué vamos a
hacer?
Niego
con la cabeza mientras empiezo a llorar en silencio. Kevin me abraza y me
acaricia el pelo, intentando calmarme.
-
Sabes tan bien como
yo cuál es nuestra alternativa. – le digo entre hipidos.
Kevin
guarda silencio. Él sabe tan bien como yo que tenemos que dejarlo. Lo sabe,
pero no quiere admitirlo.
-
Pero yo te quiero. –
dice él apartándome de su pecho para que lo mire a los ojos.
-
¿Crees que yo a ti
no? Por supuesto que te quiero. Nunca he querido a nadie tanto. Pero también
soy realista. Soy consciente de que esto no va a funcionar si yo estoy en París
y tú en California.
-
Podríamos
intentarlo.
-
Kev, no va a
funcionar. Va a ser muy difícil para los dos. Y por eso tengo que tomar esta
decisión.
-
¿No hay nada que
pueda hacerte cambiar de opinión?
Niego
con la cabeza. Kevin me vuelve a abrazar en silencio. Yo sigo llorando, incapaz
de parar. Él sigue intentando calmarme, y poco a poco lo va consiguiendo.
No
sé cuánto tiempo ha pasado. Me separo de Kevin y él me mira.
-
Vas a perder tu
vuelo, Penny Lane.
Asiento
y me levanto. Los dos subimos a la habitación y nos arreglamos en silencio.
Empiezo a recoger todas mis cosas y me fijo en que he mojado toda la camisa de
Kevin.
-
Quédatela – dice él
antes de que pueda decirle nada. – Quiero que la tengas tú.
Asiento
y la guardo en la mochila. Salimos y Kev conduce hasta el aeropuerto en
completo silencio. A decir verdad, yo tampoco tengo ganas de hablar.
Llegamos
y me dirijo directamente a la zona de control. No tengo que facturar nada
porque llevo sólo mi mochila. Me giro y me coloco enfrente de Kevin.
-
Desearía que esto no
terminase así.
-
Y yo Penny, y yo.
Kevin
me abraza y yo le correspondo. Permanecemos así un buen rato, hasta que
empiezan a anunciar el embarque de mi vuelo por megafonía. Kevin me levanta el
rostro con un dedo y me besa. Un beso largo y dulce. Nuestro beso. Nos
separamos cuando uelven a insistir con lo del embarque.
-
Tengo que irme. – le
digo.
Intento
contener las lágrimas, pero me está resultando muy difícil.
Kevin
me suelta de la mano y yo me alejo, ya incapaz de contener las lágrimas. No
miro atrás. Si lo hiciese, seguramente no me marcharía nunca de aquí.
-
¡Siempre te querré!
¡No lo olvides! – grita él antes de que yo desaparezca al otro lado de la
barrera.
Lena
P.O.V
Han
pasado tres meses desde todo lo ocurrido en la mansión Schoomaker. Tras el
incidente con Paul, a éste lo expulsaron de la mansión con la condición de no
volver a poner un pie en ella. Paul decidió continuar sus estudios en Cambridge
y no volver a pisar Harvard.
Después
de todo eso, me quedé dos semanas más con los Schoomaker. Mis amigos se fueron
una semana antes que yo, por lo que pude disfrutar con Chris de una semana de
vacaciones en los Hamptons muy relajante.
Decidí
volver a Los Ángeles para estar con ella en la recta final del embarazo, aunque
a finales de agosto volví a Nueva York para estar con mi padre y preparar la
mudanza a New Haven.
Las
primeras semanas de universidad fueron difíciles, he de admitirlo. Ambiente
nuevo, lugar nuevo, gente nueva… Pero me estoy adaptando. Jill me está ayudando
bastante a integrarme en la universidad, al igual que Ethan y Derek, aunque
sean de cursos superiores. Derek me está ayudando mucho con la carrera, así que
una vez que me gradúe le voy a deber muchos favores. Ya quería cobrarse uno
intentando ligar con Jill, pero desde que le advertí que Jill tiene novio, dejó
de intentarlo.
Con
Christopher todo sigue igual. Nos vemos todos los fines de semana, uno voy yo a
Massachusetts, y otro viene él a Connecticut. Por ahora nos va bien, así que
quiero disfrutar del presente con él. Ya tendremos suficiente tiempo para
planear el futuro. A él le va todo genial. Se está adaptando bien al ambiente
de Harvard, ha escogido estudiar empresariales y economía para suceder a su
padre en la dirección de Schoomaker Enterprises.
A
mis amigos les va todo bien. En agosto Nat me contó que había aceptado ser la
imagen del nuevo proyecto en solitario de Damien Hill. Y me alegré un montón
por ella. Se merecía que le pasasen cosas buenas de una vez. Jerry y ella se
mudaron a un apartamento minúsculo en el Soho, pero les encanta. Jerry ha
empezado a estudiar empresariales para poder dirigir Quick Time, la empresa de
relojes de su padre, en un futuro. Por su parte, Nat estudia en sus ratos
libres Periodismo, aunque tiene pensado tomárselo con calma.
Johnny
ha empezado a estudiar derecho y ciencias políticas en Princeton. Todavía no
tiene muy claro si prefiere ser el futuro gobernador de California, o
simplemente dedicarse a ejercer como abogado, así que estudia las dos carreras
a la vez. Lo veo con bastante frecuencia, ya que está en Jersey y de vez en
cuando viene a visitarme a Connecticut. A quien también veo mucho es a Charlie,
porque como está estudiando derecho en Dartmouth, puedo ir a visitarla con
frecuencia.
Todos
nos sorprendimos cuando nos enteramos de que Penny y Kev habían cortado y de
que ella se había marchado a París. Es muy triste. Los dos se querían, aunque
iba a ser difícil mantener una relación a distancia. Kev está estudiando
historia en Berkeley, y quiere llegar a ser un buen profesor. Y estoy
convencida de que lo será.
Y ya
es octubre. El tiempo ha pasado volando. Y con octubre, se acerca la fecha del
nacimiento de Joey. Poco después de regresar a Los Ángeles, la doctora Green
decidió que sería más conveniente que el parto de mi madre fuese programado. Y
por eso estoy de vuelta en Los Ángeles, para asistir al nacimiento de Joey.
Johnny
y yo estamos sentados en la sala de espera frente a la habitación de mi madre.
Al único al que han dejado asistir al parto fue a Joe. Nosotros dos preferimos
quedarnos fuera para no agobiar a mi madre.
Pero
la espera se está haciendo larga. Demasiado larga.
-
¿Crees que tardarán
mucho? Llevan ahí dentro como cuatro horas.
-
A saber. Esto puede
alargarse mucho más. – digo resignada.
Johnny
guarda silencio y me decida una mirada divertida.
-
Lena, ¿puedo
preguntarte algo?
-
Claro.
-
¿Alguna vez has
pensado que podríamos llegar a esta situación?
-
Ni en sueños.
Johnny
sonríe con mi comentario.
-
Pues yo sí.
Lo
miro escéptica y él se apresura en contestarme.
-
No me
malinterpretes. Sólo digo que siempre me imaginé una situación así. Mi padre
rehaciendo su vida, formar una nueva familia… Siempre lo quise.
Lo
miro con ternura. Hay ocasiones en las que Johnny sabe sacar toda la dulzura
que lleva dentro y parece más joven de lo que es.
-
¿Echas de menos a tu
madre?
-
Lo hago. Pero en el
sentido de que me hubiese gustado que viese lo que soy ahora, en lo que me he
convertido.
Lo
abrazo. En estos momentos es lo que necesita.
-
Nunca me has contado
cómo era.
-
No suelo hablar
mucho de ella. Pero era genial. Era la mejor madre del mundo. Me quería un
montón, y a Joe también. Era muy dulce, y muy buena con todos, aunque sabía
sacar su genio cuando era necesario. Joe dice que le recuerdo mucho a ella.
-
¿Y él la echa de
menos?
-
Estoy seguro de que
sí. Pero créeme cuando te digo que desde que se reencontró con Lily, no parece
el mismo. Ha vuelto a ser feliz otra vez. Y está claro que la quiere con
locura. Si no, no se habría apresurado a pedirle matrimonio cuando sólo habían
pasado dos meses desde su reencuentro.
En
eso debo darle la razón a Johnny. Es obvio que Joe está loco por mi madre, y
que ella también lo está por él.
-
Lena, ¿tú crees en
el destino?
-
A veces sí. ¿Tú?
-
Yo creo que sí que
existe. Si no fuera así, ¿por qué mi padre acabó con Lily? Piensa que ya se
conocían de antes, pero él conoció a mi madre y formó una familia con ella.
Cuando ella murió, tardó muchos años en volver a enamorarse. No lo hizo hasta
que volvió a ver a tu madre. Y tu madre no habría acabado con él de no ser por
el divorcio.
-
Yo creo que fue una
serie de coincidencias.
-
Llámalo como quieras,
pero yo creo que fue el destino el que se encargó de volverlos a juntar. O más
bien, que tú empezases a salir con Mark White, se pelease con Chris, y todos
acabásemos castigados por culpa de eso. Fue el destino.
Sonrío.
Por una vez, creo firmemente en lo que dice Johnny.
La
puerta se abre de repente y por ella sale Joe sonriendo como nunca lo había
visto.
-
Ya podéis entrar –
dice.
Johnny
y yo entramos en la habitación corriendo. Y allí, en la cama, está mi madre
llorosa, sosteniendo a mi hermanito en los brazos. Johnny y yo, ya más
calmados, nos acercamos a la cabecera de la cama y miramos sonrientes al bebé.
Es el bebé más guapo que he visto en mi vida. Tiene el pelo negro y muy fino, y
veo que ha sacado la nariz de Joe y los labios de mi madre. Es perfecto,
simplemente perfecto.
-
Os presento a Joseph
Darcy Morrison Junior. – anuncia mi madre orgullosa, sin apartar la vista de
Joey.
Sonreímos.
Ese sí que es un instante de auténtica felicidad.
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