Lena P.O.V
Derek sigue sonriendo ante mi
expresión de asombro absoluto. Me invita a sentarme con un gesto en la silla
que está enfrente de su escritorio.
-
¿Cómo no me has dicho nada? – pregunto en cuanto me
recupero de la impresión – Ni tú, ni la tía Abbie, ni mi padre…
-
Tu padre nos pidió que no te dijésemos nada. Quería
que fuese una sorpresa. No sabes lo que me ha costado no contártelo, pero solo
por ver tu cara, ha valido la pena – dice él sonriendo aún más.
Lo miro con odio y él empieza a
reírse. Cabrón.
Tengo mis motivos para estar
enfadada. Derek sólo lleva un año más que yo en la empresa y ya es mi jefe, y
eso no es justo. No, para nada justo. Ya lo había aguantado durante la universidad
con sus constantes bromas, con el hecho de que les diese mi número a todos los
tíos de su hermandad para que dejase a Chris, y con sus incontables intentos de
tener un lío con mis amigas. No, no quería volver a aguantarlo en el trabajo.
-
Me voy a presentar mi renuncia. – le digo convencida
con mi decisión.
-
¡Pero si te acaban de contratar! – exclama él
sorprendido.
-
Derek, no pienso tenerte como jefe. – le digo
levantándome de la silla.
Derek me alcanza antes de que abra
la puerta. Tira de mi para que vuelva a sentarme y yo suelto un bufido que él
oye claramente.
-
Gatita, no saques las uñas todavía. Podemos hacer un
trato – dice él cruzando las manos por encima de la mesa.
-
Te escucho – le digo, aunque no me fio de lo que me
proponga.
Fiarse de Derek es como pactar con
el diablo. Nunca sabes cómo va a acabar la cosa.
-
Prima, realmente quiero trabajar contigo. – dice él
intentando poner un tono convincente – Así que te haré una oferta que no podrás
rechazar.
Derek recuerda mucho a las
negociaciones de Vito y Michael Corleone en la peli de “El padrino”. Mi tía
hizo mal en dejarle ver pelis de mafiosos cuando era un crío.
-
Dek, deja de imitar a Vito Corleone y habla de una
vez. – le digo exasperada.
-
Lena, déjame escenificar. Me falta lo del gesto de los
dedos para parecer un italiano. – responde él haciéndose el ofendido.
-
Al grano Dek.
-
Está bien, está bien. Si no renuncias al puesto… -
hace una pausa teatral y yo pongo los ojos en blanco – Prometo que no seré un
jefe tiránico.
-
¿Crees que eso es suficiente?
-
¿Qué más quieres? – pregunta él con un gesto de
exasperación.
-
Solo dos cosas más.
Derek me mira exasperado y habla:
-
Dilas antes de que me arrepienta.
-
Lo primero de todo, no espantes a Kevin del
apartamento. Es mi amigo y es buena persona.
-
Vale, lo pillo. Nada de ser un tirano con Kev. Pero te
recuerdo que a mí también me interesa tener un compañero, el alquiler no se
paga solo.
-
Quería dejarlo claro.
-
Bien, ¿qué más?
-
No te pido que os convirtáis en los mejores amigos,
pero por favor, por favor, trata con cordialidad a Chris. Sé que no lo
aguantas, pero para mí es importante que os llevéis bien.
Derek se lo piensa unos instantes y
suspira antes de contestarme:
-
De acuerdo.
-
Trato hecho – le digo tendiéndole la mano.
Nos damos un apretón de manos y
sonrío. Creo que esto puede funcionar.
Salgo del despacho de Derek y
vuelvo a mi mesa para encontrarme con un centro de flores gigante colocado
encima. En un lateral han dejado un sobre que lleva mi nombre con una
caligrafía que reconozco al momento. Lo abro, saco la tarjeta y la leo con una sonrisa
enorme.
“Felicidades por tu primer día de trabajo. Estoy orgulloso de todo lo que
has hecho para llegar hasta aquí, y por eso, tengo un plan para celebrarlo. Te
recojo cuando salgas del trabajo. Te quiero, no puedes imaginarte hasta qué
punto. Chris.”
***
Kevin P.O.V
La fachada neogótica del colegio
Foris aparece ante mí cuando me bajo del taxi. Por un momento, sabiendo que
tengo tiempo de sobra antes de mi primera clase, me detengo a observar. El
colegio tiene un aire señorial que impone, pero hoy no me puedo dejar intimidar
por nada.
Según me han explicado, el colegio
es solo hasta los cursos del instituto, que es cuando los alumnos se van a
continuar sus estudios al St. Jude College. Lena, Derek, Ethan y Betty han
estudiado aquí, y me han dicho que es muy buen colegio.
Subo por la escalinata hasta la
puerta principal, la cruzo y me adentro en el interior. Por dentro, el colegio
me recuerda mucho al internado. Recorro el pasillo hasta llegar al que recuerdo
como la sala de profesores.
Al entrar, veo como la directora
Jenkins me saluda desde su sitio de la mesa y me indica con un gesto que me acerque.
La directora Jenkins me recuerda mucho a la profesora Linton, pero es menos
seca que esta última.
-
Buenos días directora.
-
Buenos días profesor Rumsfeld. Espero que ya se haya
instalado.
-
De hecho, sí, ya lo estoy. Gracias por su interés.
-
Me alegro de que así sea. Y bien, ¿tiene clase ahora?
-
Sí, en media hora.
-
Pues le dejo que se marche. Sólo quería desearle
suerte en su primer día.
-
Gracias directora – le contesto.
Un profesor se acerca a mí cuando
me dispongo a marcharme.
-
Así que tú eres el nuevo profesor de historia – me
dice.
-
Kevin Rumsfeld – le digo tendiéndole una mano.
-
Clifford James. Enseño matemáticas a los de quinto
grado. Déjame que te presente al resto.
Cliff me presenta al resto de los
profesores que están allí. Emily Charles, la profesora de literatura; Mitch
Taylor, profesor de gimnasia; Cecily Livingstone, y por último, Nancy Richmond.
Nancy es guapa. Muy guapa. Tiene el
pelo rubio y los ojos azules, y una sonrisa preciosa. Me sostiene la mano unos
segundos más de lo normal y sonríe. Le sonrío de vuelta.
Los demás profesores se alejan dejándonos
solos, y Nancy sonríe.
-
Soy profesora de historia, como tú. Les doy clase a
los del grupo B de sexto grado. Si necesitas cualquier cosa, dímelo.
-
Te lo agradezco de veras, Nancy. – le respondo
sonriendo.
-
Voy a darte mi teléfono por si tienes cualquier duda.
Con lo que sea, llámame. – dice apuntando su teléfono en un post-it y
entregándomelo.
Vuelvo a sonreírle.
-
En serio, muchas gracias.
-
Yo también fui novata – dice ella despidiéndose y guiñándome
un ojo.
Observo como se aleja contoneando
las caderas y sonrío como un bobo. Nancy es demasiado atractiva como para ser
legal. Debería estar prohibido ser tan guapa.
Noto como alguien me da un puñetazo
en el brazo para que vuelva al mundo real. Me giro y veo como Betty me mira
burlona.
-
Así que tú también has caído bajo el hechizo de Nancy
Richmond…
Creo que Beatrice Fawkes Manson,
Betty para los amigos, es una de mis personas favoritas en el mundo. Nos
presentó Lena hace ya un año, poco después de la boda de Betty e Ethan, y me
cayó muy bien desde ese momento. Betty es muy dulce y cariñosa, pero también
tiene su genio, aunque bien guardado bajo la apariencia de niña inocente que
nunca ha roto un plato.
-
No me vengas con esas, pequeña hobbit. Acabo de llegar
y ya quieres monopolizar mi amistad.
-
Imbécil – dice ella dándome otro golpe suave en el
brazo.
No puede decirme nada por lo de
meterme con su altura. Si mide 1,60 es cosa suya, y debería estar acostumbrada
a que la llame hobbit. Llevo haciéndolo desde el año pasado.
-
Venga Fawkes, no te sulfures. Es mi primer día aquí,
ten un poco de compasión por el novato.
-
Realmente, me das mucha pena. No me gustaría estar en
tu lugar. – añade ella pasando de largo y dejándome intrigado con su
comentario.
-
¿A qué te refieres? – le pregunto con un tono de
preocupación en la voz.
Ella sonríe burlona y se aleja
agitando su melena castaña hacia el pasillo. La sigo corriendo, ya que aunque
es bajita, es rápida.
-
Vamos Betty, no puedes dejarme con la intriga.
-
Por llamarme hobbit, no te voy a contar nada. – dice
ella antes de entrar en su clase y cerrarme la puerta en las narices.
Suspiro y toco la puerta con los
nudillos. Entro y, por suerte, la clase está vacía.
-
Que poco has tardado en venir arrastrándote – dice ella
desde su mesa.
-
Sabes de sobra que es una broma. En realidad no creo
que seas un hobbit.
Betty se lo piensa durante unos
momentos y sonríe.
-
Vale, estás perdonado.
-
¿Y me vas a contar algo sobre lo que me espera?
-
Eso tendrás que descubrirlo por ti mismo.
No insisto más, porque sé que Betty
no me va a contar nada hasta que no vea lo que me espera con mis propios ojos.
-
Y bien… – digo intentando sonar casual – ¿Qué puedes
decirme sobre Nancy Richmond?
Betty ahoga una carcajada y vuelve
a mirarme burlona.
-
No me digas que tu amor inmortal ya está olvidado.
-
Realmente, no lo sé. Pero Nancy me gusta.
-
Pues estás de suerte. Nancy está soltera desde
principios del verano.
-
¿En serio?
-
¿Crees que te engañaría? Me gustaría que rehicieses tu
vida de una santa vez. Al paso que vas, acabarás convirtiéndote en el tío
solterón rodeado de gatos.
Bufo con su comentario. Pero en el
fondo tiene razón.
-
Todavía no he quedado con Nancy. – le recuerdo.
-
Pero si eres listo lo harás. Aprovecha la oportunidad
Kev, Nancy es una buena chica y no creo que siga soltera por mucho tiempo más. Hazme
caso.
Sé que Betty querría continuar
hablando, pero el sonido del timbre nos interrumpe.
-
Te veo en el descanso para tomar un café y para que me
cuentes que tal te ha ido. ¡Suerte! – exclama ella despidiéndose.
Le hago un saludo militar y salgo
de su clase. Caigo en la cuenta de que me he dejado el maletín con todos mis
papeles y lo que traía preparado para la clase de hoy en la sala de profesores.
Corro por los pasillos, llego a la sala y cojo el maletín mientras oigo como
los pasillos se llenan de voces infantiles.
Me pierdo por el camino y acabo en
un pasillo diferente. Vuelvo sobre mis pasos y, al llegar al vestíbulo,
recuerdo el camino que lleva hasta el pasillo donde está mi clase.
Ocho minutos después del comienzo
oficial de las clases, me paro ante la puerta de mi aula. De repente estoy
nervioso. Es mi primera clase, al fin y al cabo. No tengo por qué asustarme, me
digo mentalmente. Solo son niños de doce años. No van a hacerme nada. No son
unos pequeños monstruos.
Suspiro y me armo de valor antes de
entrar. Nada más abrir la puerta, un cubo lleno de agua me cae encima y me
empapa entero antes de que pueda decir siquiera los “buenos días”.
Las risas de los monstruos no se
hacen esperar. Genial, lo que me faltaba. Completamente empapado, me siento en
mi silla mientras los miro fijamente.
-
Buenos días profesor Rumsfeld – exclaman los monstruos
con sonrisas burlonas.
Cabrones. Esta me la van a pagar.
Segurísimo.
***
Horas después de mi desastroso
primer día de clase, estoy en el O’Connoly, el bar irlandés que está justo
debajo del apartamento que comparto desde hace dos días con Derek en West 54th
St., en la zona de Midtown.
Supuestamente estamos celebrando lo
bien que nos ha ido a Chris, Johnny, Charlie, Lena y a mí en nuestro primer día
de trabajo, pero yo no tengo ganas de celebrar nada.
-
No es posible que fueran tan cabrones – exclama
Charlie indignada.
-
Créeme, según Betty, eso es lo más suave que me
espera. – respondo tranquilamente.
-
Y Betty nunca miente – termina Derek.
-
¿Pero tan malos son? – pregunta Lena.
-
Lena, son criaturas del demonio.
-
¿Quiénes son criaturas del demonio? – pregunta Fergus acercándose
con nuestras cervezas.
Fergus O’Connoly es el dueño del
bar. Es la versión quince años mayor de Jerry, solo que pelirrojo y con barba. Venimos
aquí desde hace una temporada, el tiempo suficiente para que Fergus se sepa los
nombres de todos.
-
Los nuevos alumnos de Kevin – responde Johnny
repartiendo las cervezas por la mesa.
-
No creo que sean peores que las banshees – responde él
tranquilamente marchándose a la barra.
Jerry asiente a la afirmación de
Fergus. En este bar, Jerry está en su salsa rodeado de todo lo que tenga que
ver con el folklore irlandés. Incluida la música.
-
Fergus tiene razón, Kev. No hay nada peor que una
banshee. – afirma él.
Suspiro de resignación. Para Jerry,
nunca habrá nada peor que una banshee. Es inútil discutir con él.
-
Lo único bueno del día ha sido conocer a mis
compañeros. Ya conocía a Betty, pero el resto parecen buena gente. Sobre todo
Nancy – digo y bebo un sorbo de mi Guinness.
Se hace un silencio de expectación
en la mesa. Es obvio que todos quieren saber quién es Nancy.
-
¿Nancy? – preguntan Charlie y Lena a la vez con un
evidente tono de interés.
-
Nancy Richmond, es la profesora de historia del otro
grupo de sexto grado. – añado rápidamente. – Me ha dado su teléfono por si
tengo alguna duda con lo del curso y eso.
-
¿Está buena? – pregunta Derek sin cortarse un pelo.
Lena y Charlie le dan una colleja y
él se queja.
-
Digamos que es atractiva – respondo para causar
expectación.
-
Kevin, si una tía que está buena te da su teléfono, no
es para hablar de historia precisamente. – añade Derek.
El resto del grupo asiente. Del
grupo, Derek es, sin contar con Chris, el que más experiencia tiene con las
mujeres. Nunca lo he visto con la misma chica dos veces.
-
Vale, es guapa. ¿Qué más quieres? – exclama Derek. –
Da igual que sea tonta si solo quieres tirártela.
Lena y Charlie ponen los ojos en
blanco, y el resto se ríen.
-
Kev, si te parece atractiva y agradable y todo eso,
¿por qué no la invitas a salir? – pregunta Lena por todos.
-
Ya sabes por qué – respondo tras un trago.
Lena y Charlie me miran con
comprensión.
-
Kev, han pasado cuatro años. – dice Chris tras unos
segundos de silencio.
Lo sé de sobra. No hace falta que
Chris o cualquiera de los chicos me lo recuerde. Han pasado cuatro años desde
que Penny se fue a París, cuatro años desde que la echo de menos. Cuatro años
desde que no tengo nada con ninguna chica.
-
Sé que han pasado cuatro años, pero parece que solo
han pasado cuatro meses. – admito tras reflexionarlo antes.
-
Kev, Penny no va a volver – dice Lena con voz suave.
-
Tienes que rehacer tu vida. Por dios Kevin, tienes
veintidós años, un trabajo respetable y eres atractivo. Deberías estar ligando
con todas las chicas que se te pongan por delante, no lamentándote por algo que
pasó hace cuatro años. – completa Charlie la frase. – Tienes que superarlo.
No añade nada más, porque no hace
falta que continúe para saber lo que quiere decir. Penny ha rehecho su vida. Lo
sé de sobra.
Siete meses después de la marcha de
Penny, fui a París a buscarla. Todos los del grupo me advirtieron de que no
fuese, pero, por una vez, no les hice caso. Y eso que insistieron. Todavía oigo
la voz de pito que pone Nat cuando quiere intentar sonar como una adulta: Kevin, no vayas. No va a estar esperándote
después de todo este tiempo.
Pero, sinceramente, me daba igual.
Penny lo era todo. Sentía que algo fallaba sin ella. Como en “Ain’t no
sunshine”. Yo me sentía así. Me arrepentía de no haberle dicho que la quería
mucho antes. De no haber pasado más tiempo con ella. Joder, me arrepentía de
haberme quedado en Stanford y no haberme largado a París corriendo.
Por eso me iba a París. A recuperar
a mi chica.
Tras llegar a la ciudad, fui a
esperarla a la puerta de su facultad antes de que acabase las clases. Quería
darle una sorpresa. Me esperaba un reencuentro como los de las pelis ñoñas que
ven mis amigas. Sólo faltaría el campo con margaritas y una canción de los
Beach Boys. Ella me vería entre la multitud, sonreiría, y todo seguiría como si
esos siete meses no hubiesen existido nunca.
Pero mi plan se fue a la mierda.
Debía de habérmelo esperado. Debería haberlo hecho. Joder, habían pasado siete
meses en los que no habíamos hablado en absoluto.
En cuanto empezó a salir la gente,
estuve atento por si veía a Penny por algún lado. Y salió por fin. Estaba
preciosa. Ella no es consciente de lo guapa que es. Cuando sonríe, el mundo se
detiene un segundo.
Pero mi ensoñación del reencuentro
voló por los aires. Detrás de ella salió un chico moreno la agarró por la
cintura, y le dio un beso rápido antes de que ambos girasen hacia la derecha y
se perdieran de vista entre la multitud.
París no es la ciudad del amor.
París es la ciudad de la mierda.
Charlie y Lena me sacan de mi
ensoñación. Las miro, consciente de lo que están pensando ahora mismo, y
sonrío. Tienen razón. No puedo quedarme en los dieciocho para siempre.
-
Voy a invitar a salir a Nancy. Creo que es hora de
superarlo.
Lena P.O.V
Cuando salimos de O’Connoly ‘s,
caminamos hasta donde está aparcado el Audi R8 gris de Chris. Una vez montados
en el coche, miro a Chris con cara de interrogación.
-
¿Vas a decirme ahora donde vamos a ir a cenar?
-
Se supone que es una sorpresa – dice él mientras
sonríe y arranca tranquilamente.
Me gustan las sorpresas, pero me
estoy impacientando. Cuando vino a recogerme a Williams Tower, pensé que iríamos
directamente a nuestra cita, pero Johnny nos llamó para quedar todos en el bar
de Fergus para celebrar nuestro primer día como adultos.
La verdad es que lo pasamos bien.
Cada uno tiene sus propios problemas, pero estamos contentos. Jerry ya lleva un
tiempo en la dirección de Quick Time, así que ya está acostumbrado a la rutina.
Johnny está encantado con lo de trabajar en Schoomaker Enterprises, ya que
tiene despacho propio. Charlie está contenta de trabajar en Williams Inc., pero
estoy segura de que sería más feliz trabajando como abogada penalista. Nat
sigue de viaje en Europa, rodando el anuncio para el nuevo perfume de Givenchy,
y no contamos con verla hasta dentro de dos semanas o así. Chris se está
acostumbrando rápido a Schoomaker Enterprises, y está decidido a triunfar allí.
Pero, de todas las noticias de hoy,
por el que más me alegro es por Kevin. Aunque tenga que pelearse con los
monstruitos, quiere rehacer su vida. Se merece que le pase algo bueno.
Chris aparca enfrente del Met, y
sonríe travieso.
-
¿Tu cita sorpresa es en el Met? – pregunto.
-
Frío, frío. – responde tras una carcajada. – Sigo
diciendo que es una sorpresa. Y por eso, voy a vendarte los ojos.
Chris saca un pañuelo de seda azul
del bolsillo de su pantalón y me lo enseña para veo que opino.
-
¿No irás a dejarme sola en el medio de la calle? –
pregunto.
-
Tranquila, no soy tan cruel. Venga, póntelo. Te va a
gustar.
Chris me ata el pañuelo con
firmeza, y consigue que no vea nada. Me coge de la cintura y tira de mí para
que lo siga. Caminamos unos cuantos metros, y deduzco que entramos en un
edificio por el silencio que nos rodea de repente, muy diferente al ruido del
tráfico de la Quinta Avenida a estas horas.
-
¿Me
puedo quitar el pañuelo ya?
-
Lena,
¿te he dicho alguna vez que eres una impaciente?
Noto cómo subimos a un ascensor por el ruido de las teclas al
pulsarse.
-
Millones
de veces.
-
Pues
te lo repito ahora. Impaciente.
-
Idiota
– exclamo intentando darle un puñetazo.
-
¡Ay!
Mira que si me pegas no podré enseñarte lo que quiero que veas.
-
Vale,
me callaré. Pero esto está siendo demasiado misterioso.
-
Lena,
Lena, Lena. Si estoy siendo misterioso es por algo. – responde él.
Con su contestación lo único que ha conseguido es que esté
aún más intrigada por la cita sorpresa. Noto como el ascensor se para y las
puertas se abren. Salimos de él, quedando nosotros solos en la estancia, a
juzgar por el silencio.
-
¿Ya
hemos llegado?
-
Claro
que sí. Espera que te quito el pañuelo.
Chris se sitúa detrás de mí y me va desatando el nudo del
pañuelo. Cuando por fin vuelvo a ver, me quedo boquiabierta.
Estamos en un recibidor completamente vacío. Me giro y veo
unas escaleras que suben hacia lo que supongo que es el piso de arriba. Me giro
hacia Chris y veo que sonríe.
-
Ven, voy a enseñarte todo esto.
Del recibidor pasamos a una
estancia vacía enorme que deduzco que es el salón de la casa. De allí pasamos
por una puerta a un comedor, que comunica a su vez con la cocina por otra
puerta.
Recorremos el resto de la planta,
pero sólo hay habitaciones más pequeñas que el salón y el comedor.
-
Había pensado en hacer una biblioteca aquí. – dice
Chris como restándole importancia a su frase.
-
¿Has comprado el apartamento?
-
Esta mañana – responde con una sonrisa.
Chris me guía al piso de arriba,
donde entramos en lo que supongo que es el dormitorio principal. El dormitorio
cuenta con dos puertas, una da a un baño enorme, y la otra a un armario
demasiado pequeño para dos personas.
El resto de la planta consta de habitaciones
normales. Volvemos a bajar al salón, y Chris abre una puerta en la que no me
había fijado antes. La abre y salimos hacia una terraza enorme con vistas al
Met y a Central Park.
Silbo de admiración mientras me
apoyo en el bordillo para admirar las vistas. Realmente, las vistas son
increíbles desde aquí.
-
¿Sorprendida? – pregunta él colocándose a mi lado.
-
Desde luego, esto sí que es una auténtica sorpresa. –
respondo maravillada.
-
¿Te gustaría veo todo esto durante el resto de tu
vida? – pregunta intentando sonar casual.
Lo miro desde mi posición. Sonríe
tranquilo, como si supiera la respuesta de antemano.
-
Si es contigo, donde sea – respondo.
Le abrazo y él hace lo mismo
conmigo. Chris me besa suavemente, pero yo profundizo el beso, hasta que ambos
nos apartamos casi sin respiración y con una sonrisa.
-
Entonces, ¿te mudas?
-
Por supuesto. Después de esto, intenta echarme de
aquí.
Chris suelta una carcajada sin
soltarme de su agarre.
-
Dime, ¿qué te parece el apartamento? Ya que vamos a
vivir aquí, me gustaría saber qué opinas de todo esto.
-
¿Quieres mi opinión como novia o como arquitecta?
-
Como arquitecta, preferiblemente.
Le guío hacia el interior y señalo
la pared del salón que da a la terraza.
-
Para empezar, no entiendo cómo no hay ni una ventana
en esta pared. Las vistas son maravillosas desde aquí, deberían poder verse
desde el salón.
-
¿Qué sugieres?
-
¿Qué te parece una pared de cristal? Estaría
perfectamente integrada, le daría más luz a la habitación.
-
Me parece perfecto – responde él con una sonrisa. – ¿Algo
más, señorita Williams?
-
Las puertas. No entiendo cómo hay tantas puertas para
llegar desde el salón a la cocina. Con unos arcos grandes comunicando todas las
estancias todo quedaría mejor. O simplemente, quitar las paredes.
-
Podemos pensar que es lo que queda mejor con la casa. Pero
me fío de tu criterio. ¿Algo más?
-
Lo que has dicho de la biblioteca me gusta, así que
sólo tengo una objeción más.
-
Sorpréndeme.
-
Si voy a vivir aquí contigo… – empiezo a decir
mientras paso mis brazos por sus hombros. – Quiero un vestidor.
-
Debí habérmelo imaginado. Bien, todo tuyo. Haz los
cambios que quieras. Quiero que seas tú la que diseñe nuestro futuro hogar.
Nuestro futuro hogar. Suena bien.
Deliciosamente bien.
-
De acuerdo. Me encargaré de diseñar los nuevos planos.
-
Y para celebrar todo esto – dice él – nos vamos de
picnic.
-
¿De picnic? – le pregunto divertida.
Vamos hasta la cocina, donde Chris
coge una cesta de picnic en la que no me había fijado antes. Me conduce hasta
la terraza, y de la cesta saca una manta de cuadros rojos y verdes que extiende
en el suelo. De la cesta saca los famosos emparedados de queso y salchicha de
Greta, y una botella de champagne con dos copas.
Nos sentamos encima de la manta y
Chris descorcha la botella y llena las dos copas. Me tiende una y me mira:
-
Propongo un brindis. Por nuestra nueva vida juntos. –
dice sosteniendo su copa delante de mí.
-
Por nuestra nueva vida juntos – repito.
Brindamos, y mientras bebo, pienso
en la perspectiva de pasar el resto de mi vida en el apartamento con Chris.
Tengo la certeza de que voy a ser muy feliz aquí. Y eso suena deliciosamente
bien.