jueves, 29 de diciembre de 2011

Capítulo 22: Algo especial

“Hola a mis queridos amigos de St. Peter:
Como siempre, os habla vuestra cotilla favorita para contaros las últimas novedades.
Tras una crisis de pareja, los reyes del internado vuelven a ser dos tortolitos. Al parecer, la presunta marcha de Queen Lena a St. Jude ha hecho que King C se decida de una vez por todas.
Y otros que llevaban un tiempo sin estar juntos vuelven. Charlie Hilton vuelve a ser la inseparable novia de Johnny Morrison, el mejor amigo de Christopher Schoomaker. Tanto C como J están todo el día juntos, al igual que el resto de la pandilla, destacando a nuestro futuro director como al heredero de Quick Time con sus novias.
La reina, después de una semana separada de su duquesa pelirroja, vuelve a dejarse ver con ella. Se ve que la realeza también es humana y se enfada entre ellas.
Christian Valley también no deja sola a su chica, y eso podría agobiar a Jill. Pero, ¿quién sabe? Puede que Jill esté buscando estabilidad al fin y al cabo.
Se despide de vosotros vuestra cotilla favorita deseándoos unas vacaciones llenas de cotilleos,
Fionna Catchpole”


La semana siguiente fue una de las mejores semanas de mi vida. Chris y yo volvíamos a estar juntos y Johnny y Charlie también. Johnny había deshecho su maleta definitivamente para no irse a Los Ángeles y yo deseché completamente la idea de irme a Nueva York. Charlie y yo nos habíamos pedido perdón nuevamente, y volvíamos a ser amigas.
Las clases, como no, me dejaban poco tiempo libre, que aprovechaba para estar junto a mis amigas o junto a Chris. Había vuelto a escoger teatro, e íbamos a representar “Alicia en el País de las Maravillas”, con Nat como protagonista y yo haciendo de la Reina de Corazones.
Y llegó el día de las vacaciones. La tarjeta con la dirección de la casa de Christopher descansaba encima de mi escritorio, junto con los deberes y apuntes de literatura. Ya se lo había dicho a Nat, que me ayudaba a hacer la maleta.
- ¿Has estado alguna vez en casa de Chris?
- ¿En cuál? ¿Washington, la mansión Schoomaker o la de Colorado?
- Me refiero a la de Colorado.
- Chris nunca invita a nadie a Colorado. Solo nos invita a la mansión, porque hay espacio para todos. Creo que la casa de Colorado es pequeña.
- ¿Soy la primera que va allí?
- Creo que sí,
- Es que hay un problema.
- ¿Cuál?
- No sé que llevar.
- A ver Lena, ropa de baño desde luego que no. Lleva cosas normales. Por ejemplo, tu sudadera de Yale, varios jerséis, un par de blusas, vaqueros… Además, sólo vas cuatro días.
- Lo sé, lo sé.
Y poco a poco fuimos llenando la maleta con ropa que consideré útil para ir allí.
- Tengo algo que darte – me dijo ella cuando estábamos a punto de cerrar la maleta.
- ¿Un regalo? – le dije mientras cogía el paquete rectangular que ella me ofrecía.
- Pero no puedes abrirlo ahora. Ábrelo cuando creas que lo necesites.
- Me das miedo, que lo sepas – le dije mientras metía el paquete en la maleta.
- Venga, te gustará. Confío ciegamente en mi gusto personal.
- Creída. – le dije, y ella me sonrió.
En ese momento recibí un mensaje de Chris, que me decía que bajase, que estaba esperándome en la entrada del edificio principal.
Nat salió de la habitación conmigo. Bajamos abajo y al llegar a la explanada que había delante del edificio principal, me encontré frente a un Aston Martin plateado a Chris, junto con una pequeña maleta. Chris cogió ambas maletas y las metió en el maletero.
- Pásatelo genial cariño – me dijo ella mientras me abrazaba. – Y tú – le dijo a Chris – cuídamela.
- Lo haré – le respondió él con un guiño.
Fui a darle un beso a Chris, que a su vez aprovechó para robarme mis Rayban Wayfarer negras. Nunca cambiaría.
- Y tú – me dijo Nat antes de que me montara en el coche – ya me contarás todo. Pero cuando digo todo, es TODO.
Nos montamos en el coche mientras yo seguía riéndome del comentario de Nat. Me acomodé en el asiento, y Chris arrancó el coche. Nos fuimos alejando del internado mientras Nat seguía despidiéndose y empezaba a sonar el último CD de los Red Hot Chili Peppers.
Después del viaje, llegamos a un camino de piedrecitas cerrado con una verja metálica que se internaba en el bosque. Chris le dio a un mando a distancia, y la puerta se abrió, se metió por ahí y después de un kilómetro de camino, llegamos a una explanada en la que había una casita de piedra. Christopher aparcó enfrente de la casa y se bajó. Yo también me bajé, y Chris me tendió una llave. Fui hasta la puerta y la abrí.
Entré en un amplio salón decorado en tonos cremas con grandes sofás y sillones por todos los lados. Las paredes, de piedra, tenían estanterías llenas de CDs, discos de vinilos, DVDs y algunos libros.
Una cocina americana, una mesa de comedor de madera tallada con las sillas a juego y unas escaleras de caracol que subían al piso de arriba. La estampa la completaba una pared de cristal con puerta corredera que daba acceso a una terraza desde la que se veían las montañas y un pequeño prado, en el que se distinguía al fondo una especie de laguna.
- Me encanta – dije con total convencimiento.
- Me alegro de que te guste. Eres la primera chica que viene aquí.
- ¿En serio?
- En serio.
- ¿Quieres comer algo?
- Prepararé algo, no te preocupes. – dije mientras me dirigía a la cocina acompañada de Chris.
Abrí la nevera, que estaba llena de comida y saqué los ingredientes necesarios para preparar filetes a la plancha. Chris me ayudó a prepararlo condimentando los filetes y preparando ensalada.
Tras la cena, me ofrecí para lavar los platos, y Chris me ayudó secándolos. Después de eso, Chris me enseñó el piso de arriba. La segunda planta se componía de una habitación vacía que Chris utilizaba como una especie de despacho y vestidor, un baño enorme y el dormitorio principal.
El dormitorio, amplio, decorado en tonos cremas y blancos, y con una gran cama con el cabecero blanco, me produjo un escalofrío. La tensión era evidente.
- Creo que voy a ir a por las maletas – me dijo él, dejándome unos minutos a solas, que aproveché para meterme en el baño.
Una vez dentro del baño, intenté relajarme, sin éxito. Tenía miedo de volver a la habitación. Y también tenía miedo de abrir el regalo de Nat, que me suponía lo que era.
Vale, Chris había dicho que no haríamos nada que yo no quisiera. Entonces, si era así, ¿por qué no me atrevía a salir del baño?
Abrí la puerta con cuidado, y volví a entrar en la habitación. Chris esperaba pacientemente de pie frente a la ventana, mirando hacia el paisaje, aunque al oír el ruido de la puerta, se giró.
- Siento haber tardado tanto. – le dije.
- No te preocupes, no pasa nada. ¿Quieres ordenar tus cosas, o ver una…?
- No. – le dije muy convencida.
- ¿Y qué es lo que te apetece hacer?
Decidí no responderle y acercarme a él para besarlo. Fue un beso breve, pero que dejó claras mis intenciones.
- Creo que esto lo aclara todo.
- Desde luego. – dijo antes de besarme en el cuelo con suavidad.
- Estoy asustada. – le dije en un susurro.
- No deberías estar asustada. – dijo mientras me abrazaba. – No haremos nada que tú no quieras.
Lo abracé con ganas. En serio, no me merecía a alguien tan bueno como él, y tan atento, y que se preocupara tanto por mí. Y eso fue lo que me decidió por fin.
Le besé primero con cuidado, y él me correspondió. Poco a poco, mientras jugábamos con nuestras lenguas, el beso fue subiendo de intensidad, haciendo que yo entrelazara mis dedos en su pelo, y que él me sujetara con más firmeza por la cintura.
Y de repente, caímos los dos en la cama, y en un momento para coger aire, él habló:
- Lena, ¿estás segura de querer seguir? Porque si seguimos ahora, te juro que no voy a poder parar.
- Chris, te quiero y quiero hacer esto. Estoy segura.
Nos seguimos besando, cada vez más apasionadamente, aunque todavía sin perder el control. Chris procedió a quitarme el jersey, y cuando terminó, yo hice lo mismo con su más que molesta camiseta.
- ¿En serio tuviste que traer una camisa? – dijo él mientras se desesperaba para desabrochar todos los botones de mi camisa.
- Era sólo para atormentarte. – le dije mordiéndome el labio.
- Eso ha sido muy sexy – dijo él volviéndome a besar.
Chris siguió desabrochándome la camisa, que al final consiguió, dejándome con los vaqueros y el sujetador. Chris me miró de arriba abajo sonriendo.
- Te acordaste del sujetador rojo. – dijo él con una sonrisa pícara.
- Sé que te encanta – le dije yo medio entrecortada por sus besos, que me estaban dejando sin aliento.
- Bendito sujetador – me respondió él volviéndose a centrar en besarme.
Conseguí quitarme los vaqueros un buen rato después, y él también hizo lo mismo, quedando ambos en ropa interior. No parábamos de besarnos, y aunque parecía que la temperatura se había elevado unos cincuenta grados más, esta vez íbamos con calma, no tan apresurados como en las veces anteriores. Pese a que yo ya empezaba a notarme húmeda y notaba cómo el bulto de su slip aumentaba considerablemente.
Chris, que no dejaba de besarme ni un momento, paró para desabrocharme el sujetador con delicadeza, y sus labios pasaron a bajar por mi cuello, mis pechos, mi vientre, y paró al llegar al borde de mis braguitas. Elevó sus ojos hacia mi cara, mirándome con cara de interrogante. Le sonreí, animándole a continuar.
Finalmente yo me quedé completamente desnuda ante él, y él se quitó el slip. Enrojecí levemente, era la primera vez que un chico me veía completamente desnuda, pero no me importaba.
Él sacó un preservativo de la mesilla y se lo puso. Antes de comenzar, él me besó en los labios muy dulcemente, y me susurró al oído:
- Te quiero Lena.
Y antes de que me diera tiempo a contestarle, entró. Poco a poco, consiguió entrar completamente en mí, haciendo que yo emitiera quejidos.
- ¿Te duele mucho? – me preguntó preocupado.
- Olvida ese pequeño detalle. – le dije besándolo de nuevo, con lo que él continuó.
Admito que al principio dolió, pero a pesar de ser un dolor soportable, casi ni lo noté. Mientras éramos uno, Chris no paró de besarme ni un solo momento, haciéndome olvidar completamente que mi himen se había roto. Él tomó un ritmo lento al principio para después ir aumentando las embestidas siendo estas más apasionadas, cosa que hicieron que yo envolviera mis piernas entre su cuerpo. Luego vinieron los mordiscos en el cuello, mientras yo no paraba de gemir.
Y por fin, el momento culmen, cuando creías tocar el cielo con los dedos. Exhaustos y cubiertos de un ligero sudor, nos separamos. Lo abracé con todas mis fuerzas, descansando mi cabeza en su pecho.
- Te quiero, te quiero, te quiero. – le repetía yo sin parar.
- Pues imagínate lo que te quiero yo a ti.
- En serio, me has hecho uno de los mejores regalos que podrían hacerme nunca.
- Tú eres mi mejor regalo Lena.
Y no volvimos a hablar en el resto de la noche. No hacía falta. Ambos estábamos felices, mi primera vez había salido bien y nos queríamos con locura. ¿Qué más podía pedir?

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