Tras la excursión a Aspen, Christopher, extrañamente, dejó de molestarme. Puede que se debiera al hecho de que Christian no se separaba de mí, o puede que Christopher estuviera planeando algo. Fuese lo que fuese, estaba extrañamente relajada.
O puede que no, ya que Christian me estaba dando quebraderos de cabeza también. El día antes de que nos fuéramos a casa para celebrar la Navidad, ambos estábamos en su habitación, que, por deseo personal, no compartía con nadie. Nos estábamos besando, como hacíamos antes, en otra ciudad, en otra vida. Pero esta vez, él quería ir más allá. Y yo no lo dejé. No me lo echó en cara, pero yo sabía que él se daba cuenta de que algo raro me pasaba.
Pero todos estos líos quedaron apartados durante una temporada, ya que casi había llegado la Navidad. En todas las navidades que recordaba, mi madre organizaba una gran fiesta en nuestro apartamento de Park Avenue, iba a patinar sobre hielo con mi padre a Rockerfeller Center, hacía las compras navideñas en Barney’s, veía “Love Actually, “Mujercitas” y “Pesadilla antes de Navidad” con Greta, mi antigua niñera austríaca y actual ama de llaves/criada/gobernanta/cocinera en casa de mi padre…
Pero este año las cosas habían cambiado, y por eso, este año las navidades las pasaría en casa de mi abuela Michelle, donde me hartaría de comer muñecos de jengibre, pudin de frambuesa y manzanas con caramelo. Lo único que se repetiría este año sería que vería todas estas películas, pero esta vez sin Greta, a la que adoraba. De todas maneras, estaba contenta, porque además de estar nosotras, iban a venir Joe y Johnny a celebrarlo a nuestra casa.
Y por fin llegó el día más esperado, uno de mis días favoritos del año. Joe y Johnny ya habían llegado, y mientras mi abuela ultimaba los detalles de la cena, el resto poníamos la mesa. Y fue en ese momento cuando sonó el timbre de la puerta, sobresaltándome.
- ¿Quién puede ser a estar horas? Son casi las siete. – dije.
- Lena cariño, ¿podrías abrir la puerta? – me pidió mi madre mientras terminaba de colocar la vajilla.
- De acuerdo, ya voy.
Y fui a abrir la puerta, y mi sorpresa fue mayúscula cuando me encontré de frente con las dos personas que menos esperaba encontrar allí:
- ¿Papá? ¿Greta? ¿Qué hacéis aquí?
- Mi pequeña mädchen – me dijo Greta mientras me abrazaba. – Estás preciosa.
Cuando Greta se apartó, mi padre se acercó para darme un abrazo, que le correspondí. Estaba algo mejor que la última vez que lo había visto.
Mi madre se acercó hacia mi padre y Greta, a los que saludó muy alegre. Yo la miré sin comprender nada.
- Cariño, tu madre nos llamó para que viniéramos aquí a celebrar la Navidad. – se apresuró a explicar mi padre.
- Sabía que echarías de menos a papá y a Greta, y por eso les pedí que vinieran a celebrar la Navidad con nosotras. ¿Te parece bien? – añadió mi madre.
- Me parece estupendo mamá – le dije mientras le abrazaba.
Mi padre y Greta fueron a las habitaciones de arriba a dejar sus maletas, y cuando bajaron, todos nos sentamos a la mesa y empezamos a disfrutar de la maravillosa comida de mi abuela. Los aperitivos eran de caviar, salmón, alcachofas, queso brie. Mi abuela había conseguido marisco para poder hacer bullabesa, el primer plato de la noche y uno de los favoritos de mi madre y de Joe.
De segundo, había hecho filet mignon con salsa de arándanos, plato favorito de mi padre y mío. De tercero, jamón asado con patatas asadas y salsa de la carne. Y de postre, tomamos tarta sacher (la tarta de chocolate especialidad de Greta), pastel de queso y arándanos y pudin de manzana, la especialidad de mi madre.
Tras la cena, brindamos con Dom Perignon por la familia y por felicidad, y cumplimos con una de mis tradiciones familiares favoritas, que era armarnos de galletas de chocolate y galletas de jengibre, y salir a la calle a pasear. Este año cambiamos Times Square por Rodeo Drive, que estaba lleno a esas horas, y contemplamos en silencio los fuegos artificiales.
A la vuelta, mientras Greta y mi abuela preparaban chocolate caliente, mi padre se sentó al piano y todos nos juntamos alrededor de él. Y cuando regresaron mi abuela y Greta, todos empezamos a cantar villancicos.
Me encantaban esos momentos, porque no te importaba el hecho de que tus padres se hubieran divorciado, que tu padre ignorase a su nueva mujer o que tuvieras problemas en el internado. En esos momentos se sentía una paz y felicidad tremenda.
Tras la típica charla al lado de la chimenea con chocolate caliente y galletas en mano, decidimos irnos a la cama, ya que era muy tarde. Johnny y Joe fueron a su casa, prometiendo estar temprano al día siguiente para el desayuno navideño y para abrir los regalos. Mi padre y Greta se quedaban a dormir en casa, y mientras Greta, mi abuela y yo subíamos, mis padres se quedaron charlando en el salón.
Al día siguiente, me despertó el olor a tortitas. Me puse las zapatillas, la bata de seda lila a juego con el pijama y me hice un moño despeinado. Mientras bajaba las escaleras, oí el timbre de la puerta, y al bajar, vi como Joe y Johnny colgaban sus abrigos en el armario del recibidor.
El árbol de Navidad estaba repleto de regalos, y los Morrison depositaron sus propios paquetes en él.
- Feliz navidad a todos
- Feliz navidad - dijeron todos a la vez.
- Feliz navidad tesoro - me dijo mi madre mientras me abrazaba. - ¿Quieres desayunar o abrimos primero los regalos?
- Evidentemente, los regalos – le respondí con una sonrisa.
- De acuerdo, los regalos primero. ¿Quien empieza? – preguntó mi madre.
- Creo que deberían empezar Johnny y Lena primero. Al fin y al cabo, son los más pequeños.
Johnny y yo sonreímos de puro contento.
- Lena, el mío y de tu madre – me dijo mi padre mientras me tendía un paquete con pinta de caja de botas
Lo abrí con cuidado, y del paquete surgió un vestido de fiesta de seda color rojo de la colección de invierno de Valentino.
- ¡Papa! ¡Mama! ¡Es precioso! - les dije mientras abrazaba a ambos
- Todo por mi princesita. – sonrió él
- Y ahora el mío Lena – dijo Joe tendiéndome un paquete azul, del que surgieron los Jimmy Choo rojos mas increíbles que había visto nunca.
- Joe, te has pasado. Combinan perfectamente con el vestido.
- Lena, el mío – me dijo mi abuela, que de su paquete surgió una chaqueta corta de visón negro.
- Abuela, es preciosa.
- Señorita Lena, abra el mío – me dijo Greta, que me había regalado unos pendientes de Swarovsky blancos
- Y el mío – me dijo Johnny, tendiéndome un paquete que contenía una cartera de fiesta de Balmain
- ¿Cómo es que me habéis regalado un conjunto de ropa?
- Eso es porque estamos invitados a la fiesta de fin de año de Joe en su casa.
- ¡Es fantástico!
Seguimos dando los regalos. A Johnny le regalé la colección de vinilos de los Beatles, a Mi padre unos gemelos, a Joe un juego de plumas Montblanc, a mi madre un bolso Hermès verde botella, a mi abuela el modelo Speedy 35 de Louis Vuitton y a Greta un par de manoletinas de Manolo Blahnik.
Mande paquetes al resto de mis amigos con sus regalos, que intenté que fueran especiales para ellos y que no fuera algo normal: a Nat le tocó un colgante con la estrella de David de platino de Tiffany’s, ya que ella es judía; a Charlie, un nuevo juego de palos de billar junto con el uniforme oficial de los niners de San Francisco, su equipo favorito. Penny fue algo fácil, le mandé el último libro que había salido sobre mitología griega, una biografía de Eva Perón, su ídolo y modelo a seguir, junto con dos entradas para el musical de “Evita”, para que Kevin la acompañara.
Christian también llevó regalo, y como sabía que le iba a hacer ilusión, le mandé el abono de la siguiente temporada de béisbol de los yankees de Nueva York. Kevin, como era el más intelectual, le mandé la colección completa de obras de Dickens. A Jerry, demasiado viajero, le tocó un vale de billetes de avión para cualquier destino del mundo. Schoomaker era el más difícil, pero con la ayuda de Johnny, encontré su regalo ideal. Unas cuantas visitas a las tiendas de discos de Los Ángeles habían dado sus frutos: en su paquete había un gramófono de 1950 con un vinilo de Louis Armstrong, junto con el DVD de la versión remasterizada de Braveheart, una de sus películas favoritas.
Y mis amigos se superaron en sus regalos. Nat, conociendo mi amor por los bolsos, me había regalado un bolso bandolera de piel azul de Hermès; Charlie, que conocía mi afición por la fotografía, una Canon réflex; Penny, alertada por Charlie, dos objetivos para la cámara; Kevin, “Frankenstein”, “Drácula” y un volumen de poesía de Lord Byron. Jerry, uno de sus libros favoritos, el “Ulises” de James Joyce, ambientado en su añorado Berlín. Hasta Christian, el menos detallista del mundo, se acordó de mí y me mandó todas las temporadas en DVD de “Cómo conocí a vuestra madre”.
Pero sin duda el regalo que más me gustó de todos fue el de Schoomaker. El paquete, envuelto en un papel de regalo plateado, contenía una caja pequeña de cuero marrón. Curiosa la abrí, y allí dentro había un libro con pinta de ser muy antiguo. Lo cogí para mirarlo bien, y casi me da un infarto cuando leí el título. Era una de las primeras ediciones de “Romeo y Julieta”, que databa de 1598. Y debajo del libro, otra caja plana de color azul. La abrí y dentro había un medallón de plata redondo con la imagen de unos amantes despidiéndose en un balcón. Me puse el colgante alrededor del cuello, y consulté la primera página del libro. En la hoja de edición, Chris me había puesto una dedicatoria:
“Para mi Lena, mi Julieta particular. Te quiero. C.S”
Desde luego, cada día Christopher me gustaba más.
***
El 31 de Diciembre llegó, y con él, la famosa fiesta de Nochevieja de Joe Morrison. Mi madre estaba emocionadísima, ya que iba a ser la acompañante oficial de Joe en la fiesta, y estaba entusiasmada con la fiesta.
Joe, haciendo gala de su caballerosidad, había invitado a la fiesta a mi padre y a Greta. Mi padre no iría acompañado de la bruja de mi madrastra, ya que al parecer, iban a divorciarse, porque ella se había liado con su chófer particular.
La fiesta estaba en su mejor momento. La sala, decorada en tonos verdes, rojos y dorados, con un gran árbol de Navidad en una de las esquinas del salón, un DJ que no dejaba entrar al aburrimiento y una barra de bar estaba llena de gente bebiendo Dom Perignon. Había que reconocer que Joe sabía cómo organizar una fiesta.
La fiesta sirvió como un reencuentro para todos nosotros. Nat se me tiró encima cuando nos volvimos a ver, al igual que Penny y Charlie. Estaban guapísimas las tres, Nat vestida de azul, Charlie de gris plata y Penny de color caramelo. Y los chicos, qué decir. Los cuatro amigos del internado llevaban esmóquines, cada uno de un tono diferente, Chris de gris claro, Kevin de negro, Johnny de gris oscuro, y Jerry, dando la nota como siempre, de verde irlandés.
Las madres de todos mis amigos acudieron a saludarme: Beth Schoomaker, Rose MacKenzie, Alice Rumsfeld… Incluso vinieron a presentarse las que no conocía: Belle Hilton, una pelirroja encantadora que sólo se parecía a Charlie en el físico; Marie Picard, una versión adulta de Penny con más acento francés que su hija; y por último, la ex modelo y madre de Nat, Anne Weston, que miraba a todo el mundo por encima del hombro, sobre todo a cierto irlandés que se parecía esa noche a un leprechaun.
Y los padres, pues estaban como siempre. Además de saludar a Gerry MacKenzie Senior y al director Rumsfeld, conocí a los que me faltaban por conocer: Fred Hilton, que tenía el mismo carácter que su hija; Theòdore Picard, un francés encantador; Nathan Weston, que no se parecía en nada a Nat excepto por la sonrisa y por la forma de hablar, aunque él era más pacífico; y por último, el padre de mi acosador particular, Charles Schoomaker, que resultó ser igual de encantador que su hijo.
El ausente de la fiesta era mi novio, que había preferido quedarse en Nueva York para ir a Times Square a celebrar la Nochevieja que venir a la fiesta de Joe.
Yo estaba sentada en uno de los sofás esparcidos por la sala junto a Nat y Rosie MacKenzie, que se había sentado en el medio de las dos con una bolsa de golosinas, viendo todo el espectáculo. Y de repente se nos acercó Johnny con dos copas de champagne:
- ¿Os lo estáis pasando bien?
- Desde luego – respondí.
- Totalmente de acuerdo – me secundó Nat.
- Johnny-John, ¿por qué no me has traído una copa de champagne? – preguntó Rosie a su amor platónico haciendo pucheros.
- Rosie, eres muy pequeña para beber champagne.
- Pero Johnny, yo ya no soy tan pequeña. ¿No ves que mamá me dejó llevar vestido largo a tu fiesta? – dijo ella poniéndose de pie para que los tres admirásemos su vestido, que le llegaba por debajo de las rodillas – Lo que no me gusta es que sea rosa, es horrible, y los lazos, por dios, ¿a quién se le ocurre ponerle lazos a un vestido?
- Venga Rosie, si el rosa te favorece. Te queda muy bien con tu pelo rubio y tus ojos azules. – añadió Nat.
- Y estás guapísima cariño – le dije mientras la abrazaba y la sentaba en mi regazo.
Y apareció el acosador particular de Rosie, el pequeño Carter Hilton, el hermano pequeño de Charlie, que estaba loco por Rosie, aunque ella no le hacía caso.
- Rosie, ¿vienes a bailar conmigo? – le preguntó el pequeño pelirrojo.
- A ver gremlin, que te he dicho mil veces que no me llames Rosie. Para ti soy MacKenzie.
- Pero es que tu apellido no me gusta…
- ¿Qué no te gusta? ¡Ahora verás! – le gritó Rosie intentando abalanzarse encima de él, cosa que impidió Johnny. – Y yo me casaré con Johnny cuando sea mayor, así que no puedo estar con otros chicos.
Nat y yo estallamos en carcajadas en ese momento.
- Venga Rose, si bailas con Carter un rato, te prometo que luego bailo contigo.
- ¿Y me das un beso de mayores como el que se dieron Nat y el irlandés hace un rato detrás de la columna? – admitió ella.
- ¡Nat! ¿Es eso cierto? – le pregunté.
- ¡Yo no hice eso! – gritó ella.
- Pero si lo hiciste hace un rato, no mientas, que yo te vi, además, Jerry es el único de la fiesta que lleva esmoquin verde.
- Hola chicas – dijo el aludido apareciendo de repente.
- Irlandés, precisamente hablábamos de ti… - dijo Rosie haciéndose la interesante. – Les estaba contando a Lena y a Johnny osito cómo le dabas a Nat un besito de mayores…
- Venga Rosie, vete a bailar con Carter.
- ¿Con el gremlin? Es que ahora la conversación está bastante interesante. ¿Queréis que os cuente cómo Jerry…?
- Rose, si vas con Carter ahora y no cuentas nada más, Johnny te dará un beso de mayores.
- ¡Hecho! – dijo Rose estrechándole la mano a Nat con una sonrisa.
Rose se fue al medio de la pista con Carter, mientas que yo decidí seguir con la conversación.
- Desembucha Nat, o lo pagarás caro.
- ¿Por qué tengo que explicar lo que haga o no haga con Jerry?
- ¿Entonces es cierto?
De repente, ella se echó a reír a carcajadas sin motivo, haciendo que Johnny, Jerry y yo le pusiésemos cara rara.
- Natalie, ¿qué te hace tanta gracia? – le pregunté.
- Que tu futuro marido se está presentando a tu madre – respondió ella llorando de la risa.
- ¡Maldito Schoomaker! – dije mientras me dirigía rápidamente hacia donde estaban él y mi madre.
Al parecer, estaban inmersos en una conversación bastante interesante.
- Y como le decía señora Williams…
- Es señora Westwood, ahora estoy divorciada.
- Perdone el error. Pues decía que Lena está preciosa hoy. – dijo mientras me miraba de arriba abajo – Bueno, hoy y siempre – añadió con una sonrisa.
Vale, la verdad es que me había acicalado a conciencia, porque tenía la esperanza de que Christopher viniera. Y por eso me había puesto el vestido color rojo de Valentino que me habían regalado por Navidades, de palabra de honor, y me había hecho un moño con el pelo rizado y decorado con un adorno hecho de acebo.
- Schoomaker, lárgate. – le dije.
- ¡Lena! ¿Cómo puedes ser tan maleducada? Con lo amable que es Christopher… Christopher, perdona a mi hija, a veces es un poco desagradable.
- ¿Desagradable yo?
Madre traidora.
- No se preocupe señora Westwood, estoy acostumbrado – le respondió él con una sonrisa.
- Mamá, ¿por qué no vas a hablar con…?
Y en ese momento apareció Joe, que sacó a bailar a mi madre. Schoomaker y yo nos separamos un poco del centro de la pista y quedamos hablando cerca de la pared
- ¿Se puede saber qué hacías hablando con mi madre?
- Creí que tendría que presentarme a mi futura suegra, ya que tú no lo haces.
- ¡Christopher! Tú y yo no estamos juntos, que te quede claro.
- Me mandaste un regalo por Navidad.
- Todo el mundo manda regalos por Navidad.
- Eso no es excusa. Venga Williams, reconócelo. Te gusto y mucho.
- No me gustas engendro.
- Williams, no puedes negar la evidente atracción que existe entre nosotros – me dijo agarrándome por la cintura – Además, llevas puesto mi regalo.
Y era cierto. El medallón con la imagen de Romeo y Julieta destacaba en mi cuello. En ese momento empezó a sonar la canción típicamente navideña “All I want for Christmas is you”.
- ¿Bailamos? – me preguntó él con una sonrisa.
- Sólo por esta vez – le dije cogiendo la mano que él me ofrecía.
La pista se llenó de parejitas, entre las que estaban todos mis amigos, con Carter y Rosie intentando bailar un vals.
Chris me agarró de la mano y puso su mano libre en mi cintura, mientras que yo ponía mi mano libre en su cuello. Empezamos a movernos suavemente al ritmo de la música.
- ¿Sabes una cosa Lena?
- ¿Sí Chris?
- Dentro de diez minutos será año nuevo. Y me gustaría pedirte algo.
- ¿Qué es ese algo, Chris?
- Tengo acebo en el bolsillo.
- No pienso besarte.
- Lena, es la primera cosa que te pido. Me hace ilusión que seas tú la primera persona que me bese este año.
No estaba segura de si aceptar o no, pero me apetecía. Y además, nunca me habían pedido un beso con acebo.
- Además, ¿sabes que fue lo que pedí por Navidad este año? – me dijo él, interrumpiendo mis pensamientos.
- ¿Un Rolls-Royce? – le pregunté divertida.
- Ya tengo un Aston Martin, ¿para qué quiero un Rolls-Royce?
- ¿Entonces que querías por Navidad?
- Todo lo que quiero por Navidad eres tú.
Sonreí, e iba a contestarle, pero en ese momento, la canción acabó, y Joe y mi madre se subieron al escenario, al mismo tiempo que Joe agarraba un micrófono.
- Buenas noches a todos. Sé que quedan diez minutos para Año Nuevo, pero antes de que suenen las campanadas, me gustaría anunciar algo.
Todo el mundo guardó silencio, expectante.
- Esta mujer de aquí fue muy especial para mí en el pasado, y hace unos meses, nos volvimos a encontrar después de veinte años. Yo ya soy mayor como para perder el tiempo con estas cosas, así que, sin más, les presento a la futura señora Morrison.
Lancé un grito casi sin darme y fui corriendo hacia donde estaba mi madre, para abrazarla, a ella y a Joe. No podía creérmelo. Mi madre se casaba. Johnny se sumó al abrazo, y poco a poco empezó a venir gente para felicitar a la pareja.
Chris vino a mi lado con dos copas de champagne, y fue el aviso para que todo el mundo empezara a contar hacia atrás desde diez.
La gente empezó a gritar “¡Feliz año nuevo!”, y empezaron a estallar fuegos artificiales en el cielo de Los Ángeles.
Brindé con Chris y bebí en contenido de la copa. La apoyé en una mesa que había cerca y me marché con Chris, siguiéndole a través de todo el primer piso, hasta llegar a una habitación que estaba vacía.
Chris sacó el acebo del bolsillo de su pantalón, y lo agitó ante mí con una sonrisa de niño pillo.
Y definitivamente me rendí. Chris me encantaba. Me volvía loca. Me enamoraba. Esta vez tomé yo la iniciativa y lo besé, cosa que él correspondió. Él me apoyó con la espalda contra la pared, mientras me seguía besando. Y deslizó una mano por la abertura de mi vestido, que me llegaba hasta el muslo.
Y, rompiendo el hechizo, se abrió la puerta, donde aparecieron Johnny y Charlie cogidos de la mano, que parecían que habían venido con la misma intención que nosotros allí.
- ¡Uy! Perdón, perdón.
- Nos vamos a otro lugar.
Y volvieron a cerrar la puerta.
- Me supo a poco tu beso de año nuevo. – me dijo él.
- Te lo devolveré. Algún día.
- Algún día volverás a besarme, pero sin escondernos del mundo, porque todo el mundo ya sabrá lo nuestro.
- Algún día Chris, algún día.
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