Siempre había sido una niña buena. Lo juro. Mi comportamiento en St. Jude College siempre había sido ejemplar. Los profesores siempre me ponían de ejemplo, tanto como ejemplo académico como ejemplo de conducta. Siempre recibía felicitaciones por mis calificaciones escolares y por todo mi año. Me habían nombrado capitana de las animadoras (sí, tuve una etapa de animadora) habiendo compañeras que lo hacían mejor que yo, y solo por el hecho de que, según mi ex entrenadora Mara Jones, yo tenía madera de líder.
Por el hecho de ser animadora, el capitán del equipo de fútbol americano se había fijado en mí. Éramos la envidia del colegio. Él me decía que era normal que estuviéramos juntos, siendo los más populares del colegio. El guapo capitán de fútbol con la guapa y perfecta capitana de las animadoras. Terrorífico. Pero, a pesar de lo perfecto de la imagen que él y yo ofrecíamos al mundo, no todo era idílico. Estaba rodeada de un grupo de animadoras que esperaban un signo de debilidad por mi parte para usurpar mi lugar como reina del colegio.
Pese a todo ello, yo era perfecta. Mi vida era perfecta. Era la hija que todos los padres querrían tener. Mis padres estaban orgullosos de mí, era todo un ejemplo para la gente joven de Nueva York. ¿Dónde podía encontrarse uno con una adolescente millonaria que disfrutaba ejerciendo el altruismo?
Pero todo eso era una parte de mi vida que quería olvidar. El divorcio de mis padres lo había estropeado todo. De la noche a la mañana, había pasado de ser la niña perfecta a la basura del colegio, literalmente. Mi novio me había dejado por la que decía ser mi mejor amiga, Lea Kingston, y ella me había expulsado del trono.
El hecho de venir al internado había hecho que algo cambiara. Yo ya no quería ser la persona perfecta que era antes. Disfrutaba demasiado siendo imperfecta como para renunciar a ello. Había cambiado. Y todo por culpa de Christopher Schoomaker. Él era la única persona que no se había rendido a mis pies cuando llegué. No me consideraba como una especie de persona a la que idolatrar, y eso había provocado que yo cambiara. ¿Desde cuándo yo iniciaba peleas de comida? ¿Desde cuándo estaba con un chico y al mismo tiempo coqueteaba con otro?
La nueva clase de persona que era me extrañaba, pero al mismo tiempo me gustaba. Ya no buscaba la aprobación de todo el mundo, sino que andaba un paso por delante de todo el mundo. No sabía si eso era un cambio para mejor, pero disfrutaba con ello. Ahora era yo la que fijaba las reglas, la que marcaba terreno. Pero, al mismo tiempo, sabía que algo de mi anterior personalidad todavía residía en mí.
Y por todos mis cambios interiores, había hecho lo que había hecho. Provocar una pelea de chicos por mí. Y por eso, Abraham Rumsfeld, el director del internado, había convocado una junta de padres para intentar controlar el tema de las peleas. Y por ese motivo, estaba en el hall del edificio principal, dos días por la tarde después de la pelea, esperando a que llegara mi madre.
Y al fin, después de unos minutos de espera, llegó. La última imagen que tenía de mi madre era la de una mujer que acababa de divorciarse, con tristeza reflejada en su rostro. Pero ahora, la encontraba irreconocible.
Mi madre, por extraño que pareciera, sonreía de nuevo. Ya no tenía la apariencia de una mujer triste. Se notaba que había vuelto a ir a la peluquería a cuidar de su largo y lustroso pelo negro (que yo había heredado), se había comprado ropa nueva (de la colección otoño-invierno de Ralph Lauren), y, lo más importante, había conseguido un trabajo en una galería de arte de Los Ángeles. Y había vuelto a pintar.
La vi sonreír un montón mientras se acercaba a mí y me daba un abrazo que casi me dejaba sin respiración. Mientras la abrazaba, la olí disimuladamente. Aún seguía usando ese perfume de canela y manzana que tantos recuerdos me traía.
- Estás preciosa mamá.
- Tu también cariño. Incluso de uniforme – me dijo, guiñándome un ojo. – Y no entiendo por qué te quejas de este lugar diciendo que es horrible.
- Es horrible. Los internados siempre son horribles.
- A mí me parece encantador, pero creo que hay que vivir aquí para comprobarlo. ¿Comes bien?
- Claro que sí mamá. Pero ya sabes que yo no engordo.
- Lo sé cariño. ¿Y qué tal con los exámenes?
- Por ahora bien, sigo mi ritmo.
- ¿Y de chicos qué?
- ¡Mamá! Eres una auténtica cotilla.
- Yo a tu edad ya tenía novio. Lo normal es que lo tengas.
- Creo que este mes he tenido suficiente de chicos. Y espero que no estés enfadada conmigo. No quería decepcionarte mientras estuviera aquí.
- No lo has hecho cariño. A veces, las cosas pasan sin que podamos controlarlo. Y yo sé que tú has hecho lo que ha podido para evitarlo.
Definitivamente, Lily Westwood había vuelto. Sonreí casi sin darme cuenta. En ese momento, vi que Johnny se acercaba hacia nosotras arrastrando de un hombre que me sonaba de algo, pero no sabía identificar de qué. Cuando llegaron a nuestro lado, Johnny empezó con las presentaciones.
- Señora Westwood, es un placer conocerla.
- ¿Cómo sabes quién soy?
- Su parecido con Lena es asombroso. Yo no puedo decir lo mismo de mi padre.
- Bromas aparte John. Tú eres igual a tu madre.
- Bueno papá, estas dos señoritas son Lena Williams, y su madre…
En ese momento, el padre de Johnny se quedó paralizado al fijarse bien en mi querida y guapa madre, e interrumpió a Johnny.
- Tú eres Lily Westwood.
- Y tú eres Joe Morrison. Joe, hacía más de 20 años que no te veía.
- Lo mismo digo Lily. Sigues tan guapa como siempre.
Mientras mi madre se sonrojaba un poco, yo hablé.
- Un momento, ¿vosotros os conocéis?
- Cariño, Joe y yo fuimos juntos al instituto. La última vez que lo vi fue en su graduación.
- Lily y yo nos llevamos como unos dos años. Cuando yo me gradué, ella aún seguía en el instituto. Yo estaba en Stanford cuando ella se graduó. Luego conocí a Caroline Black, la madre de John.
- Después de graduarme, fui a Berkeley, y al graduarme en Bellas Artes, me marché a Nueva York, y conocí a Albert Williams, el padre de Lena.
- Pienso que deberíais cenar juntos para poneros al día. – añadí.
- ¡Lena!
- Lily, no le regañes. Creo que es una excelente idea. Conozco un sitio en Denver que es perfecto.
- Entonces, todo arreglado. Saldremos a cenar cuando termine la reunión.
Mientras que mi madre y Joe Morrison seguían con su parloteo, vi a la persona a la que menos quería ver en ese momento.
Mi padre seguía como siempre. Su porte poderoso, su mirada orgullosa, su pelo castaño poblado de canas estaba peinado hacia atrás, su piel clara y sus ojos verdes (rasgos que había heredado de él, junto a su cabezonería)… Pese a tener 59 años, mi padre seguía siendo atractivo.
- Lilian. Un placer verte. – dijo él sonando amistoso por primera vez en muchos meses y estrechándole la mano a mi madre.
- Lo mismo digo Albert. – respondió ella intentando sonar cordial. – Creo que no conoces a Joseph Morrison.
- Es imposible no conocerlo. Coincidimos en algunas fiestas. Y me alegro de verte, Joe.
- Lo mismo digo – dijo él estrechándole la mano a mi padre. – Y ahora, si me disculpas, voy a saludar a Abraham Rumsfeld.
Al quedarnos mis padres y yo solos, se produjo un silencio incómodo, que rompí yo.
- Papá, ¿qué haces aquí?
- Aunque no quieras, sigo siendo tu padre. Y tu madre me avisó de esto.
- No hacía falta que vinieras.
- Creo que es necesario venir aquí si mi hija se mete en peleas. ¿Por qué ese cambio, Lena?
- No me meto en peleas. Solo separé a los que se peleaban.
- Por ti, según me ha contado el director por teléfono.
- No te metas, papá. Ahora tienes a alguien de quien ocuparte. Y, por cierto, ¿dónde has dejado a mi madrastra?
- Lena, no seas desagradable con tu padre. Creí conveniente que tú y tu padre hablarais. Si yo lo trato con corrección, lo menos que puedes hacer es intentarlo.
En ese momento, antes de que respondiera a mi madre, apareció Abraham Rumsfeld por un lado del hall, reclamando nuestra atención. Todos los padres allí presentes le siguieron, incluyendo a los alumnos que estábamos allí, le seguimos hasta el quinto edificio, que era donde estaba el teatro/auditorio/salón de actos.
Al llegar allí, padres y alumnos nos acomodamos en las primeras filas. Yo me senté entre mis padres, mientras que Joe Morrison se sentaba junto a mi madre, con Johnny a su lado. En el escenario habían colocado un estrado, donde estaban sentadas la profesora Linton y una mujer de pelo negro que recordaba de la foto del despacho de Abraham Rumsfeld. El director Rumsfeld se sentó en medio de las dos mujeres y comenzó a hablar.
- En primer lugar, buenas tardes a todos los aquí presentes y bienvenidos al internado. Yo soy Abraham Rumsfeld, director de esta institución. A mi derecha está la subdirectora y profesora de literatura, Margaret Linton. Y a mi izquierda, la psicóloga y directora del departamento de orientación, Alice Rumsfeld.
Así que la mujer morena era la madre de Kevin. Vale, sí que se le parecía, sobre todo por el pelo, la forma de la cara, y la manera de comportarse. Tenían la misma manera de sentarse, y la misma expresión de intentar aparentar seriedad.
- Como sabréis, os he convocado aquí para hablar de la violencia en el internado. Esta situación es intolerable, así que os hemos reunido a todos para intentar buscar una solución a este problema.
Y de repente, se oyó en toda la sala la voz de pito de una niña de doce años rubia con un extraordinario parecido a Jerry.
- A ver señores. El único problema aquí es Jerry. Yo voto por meterlo en una caja y enviarlo en una caja a Irlanda. ¿Quién está conmigo?
- Rosie, haz el favor y compórtate. El próximo septiembre serás una alumna de aquí, y como no te comportes, no te van a admitir aquí – señaló una señora rubia que al parecer era la madre de los dos retoños MacKenzie.
- Pero mamá, meter a Jerry en una caja y enviarlo a Irlanda era uno de mis planes para dominar el mundo.
No pude evitar una sonora carcajada, al mismo tiempo que lo hacía el resto de la sala menos Jerry, que miraba con cara de asesino a su hermana.
- Veréis, si mando a Jerry a Irlanda me quedaré su coche, iré a denunciar a Google, me haré con él, y después de todo esto, dominaré el mundo – añadió triunfalmente Rosie MacKenzie con una risa de mala de película.
- ¡Rosie! ¡Nos volvemos para casa ya! – le recriminó su madre.
- ¡Que no Rose! ¡Que tenemos que quedarnos al buffet! – gritó Gerald MacKenzie, haciendo que me riera aún más.
- ¡Así se habla papi! – gritó Rosie.
- ¡Ahora sí que nos vamos! ¡Es que ya está bien, no puedo sacarte de la mansión sin que montes un espectáculo donde quiera que vayamos!
- Si yo lo único que quiero es mandar al irlandés este de vuelta a su país…
Después, mientras la pequeña de los MacKenzie era arrastrada por su madre hacia la salida, le gritó a Jerry:
- ¡Inmigrante, que eres un inmigrante!
Dicho esto, salió de la sala. Cuando todo parecía volver a la normalidad, la puerta volvió a abrirse, y la cabeza rubia de Rosie se asomó para gritar:
- ¡Jerry! ¡Te quiero mucho! ¡No tengas pesadillas con las banshees!
- ¡Rosie, no juegues con las banshees, pueden atacarte en cualquier momento!
- ¡Madura Gerald, que tienes 17 años!
Y por fin Rosie se fue, para pena de todos los presentes. El director carraspeó para evitar la risa y continuó como si la divertida escena que acabábamos de ver no hubiera pasado.
- Bueno, aparte de querer enviar al señor MacKenzie de vuelta a su patria, cosa que apoyo totalmente…
- ¿Por qué todo el mundo quiere enviarme a Irlanda? Odio a la pequeña demonio.
- Jerry, no hables así de tu hermana.
- ¿Y ella qué?
- Por favor, sigamos con la reunión, o tendré que decirle a alguien que abandone la sala. Y sí Jerry, estoy hablando de ti. ¿Cómo puede hablar así de una niña tan encantadora? Será un gran avance para el internado.
Jerry no daba crédito a lo que escuchaba. Pero la señora Rumsfeld eligió ese momento para hablar:
- Cariño, no te apartes del tema, que a este paso aún seguimos aquí mañana.
- Vale, vale, continuo. ¿Alguna sugerencia?
- ¿Por qué no expulsar al señor Schoomaker? – sugirió la señora White.
- ¿Y por qué no a tu hijo? – le recriminó una señora rubia de la segunda fila que estaba sentada al lado de Schoomaker.
- Sin peleas por favor. Vamos a deliberar esto.
Y Rosie volvió a entrar en la sala, seguida de su madre.
- ¡Al que deben expulsar es a Mark White!
- Rosie, a ti nadie te ha dado vela en este entierro. – le gritó su madre.
- ¡Pues me la doy a mí misma! Señor Rumsfeld, no puede expulsar a Chris.
- ¿Y eso por qué, señorita MacKenzie?
- A ver, razonemos. Si Chris se queda, cuando salga de aquí, donará bastante dinero al internado, mientras que este palurdo de Minnesota no dará ni un centavo. Y además, el apellido Schoomaker da mucho más prestigio que White. Y reconozcámoslo, Chris es mucho más mono que White, aunque Johnny sigue siendo mi amor platónico. – Johnny puso cara de exasperación, mientras que yo me seguía riendo. – Pero tranquila Charlie, no molestaré a tu nombre.
- Señorita MacKenzie, ¿es usted superdotada? – preguntó el director.
- En realidad soy un genio. Bueno, un genio no, me faltaba un punto en el examen del CI para serlo, pero fue porque me estaba comiendo una piruleta y se me manchó el examen, y por eso no puse responder a la última pregunta. Era tan fácil que hasta Jerry podía responderla.
- ¡Oye! ¡Que no te he hecho nada esta vez! – le gritó Jerry.
- ¡Antes me llamaste niña del demonio!
- ¿Cómo sabes eso? – preguntó él desconcertado.
- Estaba escuchando detrás de la puerta idiota – añadió ella como algo obvio.
- ¿Pero qué he hecho yo para merecer esto? – se lamentó Jerry.
- ¡Ser irlandés! – le gritó Rosie – Bueno, volviendo al tema de la reunión, ¿quién está a favor de expulsar a Mark White?
Todo el mundo en la sala levantó la mano, incluso la profesora Linton y Alice Rumsfeld, con la excepción de Mark White y su madre, Agnes White.
- Señorita MacKenzie, ese método no sirve.
- ¿Por qué no? Si todo el mundo está de acuerdo… – lloriqueó Rosie.
- Resolvamos esto como personas civilizadas. Será expulsado quién empezó la pelea sin provocación. Y esa persona fue Mark White, así que señor White, haga las maletas, porque está oficialmente expulsado de este internado.
- ¡Eso no es justo! ¡Que expulsen a Lena Williams también! – gritó White.
- Como vuelvas a decirle algo a Lena, te parto la cara. – le amenazó Schoomaker.
- ¡Christopher, ese vocabulario! Puedes defender a tu novia con otras palabras. – le recriminó su madre.
- ¡Que no somos novios! – gritamos Schoomaker y yo a la vez.
- Uy uy, pues aquí hay amor… - añadió Rosie.
Los dos la miramos mal.
- No me intimida que me miréis así, estoy acostumbrada a Jerry. – dijo dándose la vuelta y dándonos la espalda completamente.
Mark White abandonó la sala con su madre, al mismo tiempo que Alice Rumsfeld hablaba.
- Pese a la expulsión de Mark, el resto no quedáis libres de castigo. Así que he decidido que el señor Schoomaker y la señorita Williams asistirán a terapia de pareja.
- ¡Que no somos novios! – gritamos Schoomaker y yo por segunda vez.
- ¿Veis como lo piensa todo el mundo? Yo no soy la única. – añadió con chulería Rosie.
- Y el resto de afectados, tendrán que ir al aula de castigo durante toda esta semana.
- ¿Eso es todo? ¿No vais a mandar a Jerry a Irlanda? Y yo que me había hecho ilusiones…
- Y creo que ya hemos terminado con la reunión, se levanta la sesión, así que ya podéis tomar unos aperitivos por cortesía del internado.
- ¡Por fin, comida!
Todo el mundo se levantó de sus asientos y se dirigió a una de las salas adyacentes al auditorio, en la que había un par de mesas con montón de aperitivos y un surtido de bebidas.
Pronto, todo el mundo se cogió una bebida y se puso a charlar con la gente que tenía al lado. Noté como se me acercaba alguien por detrás, y me giré sabiendo de antemano quién era.
- Lena, hay alguien que quiere conocerte. – me dijo Schoomaker con una sonrisa.
Y una figura rubia que había permanecido en segundo plano hasta ese momento apareció.
- Soy Beth Schoomaker, la madre de Christopher. Y está claro que tu eres Helena Williams, eres tal y como te había descrito Chris. ¿Sabes que me habla mucho de ti?
- Espero que bien – añadí sonriendo.
La verdad era que Beth Schoomaker impresionaba. Sus rasgos me recordaban mucho a los de Schoomaker: los ojos claros, el mentón, el tono rubio del pelo… Además de que ambos eran encantadores. Beth era una mujer guapa a la par que elegante, y cuando caminaba, transmitía una sensación inmensa de seguridad en sí misma.
- En serio Lena, ¿no te importa que te llame Lena, verdad? Tenía muchas ganas de conocerte.
- Y yo a ti. Lo que pasa es que Christopher no me ha hablado nada de ti.
- Mi hijo es demasiado tímido.
- ¡Mamá!
- Pero si es la verdad cariño. Y no niegues que cada vez que hablamos por teléfono, no paras de hablar de Lena Williams. Que si Lena hizo esto, que si Lena hizo aquello… En fin, creo que ya he avergonzado bastante a mi hijo por hoy, así que buscaré a alguien con quien hablar.
- Elizabeth, ¿conoces a mi madre? Es Lilian Westwood. Te la presentaré ahora mismo.
Al mismo tiempo que hablaba con Beth, divisé a mi madre en una de las mesas eligiendo un aperitivo.
- Mamá, esta es Beth Schoomaker, os dejo solas para que os hagáis amigas y habléis de las cosas de las que hablan todas las madres.
Y salí de allí, dejando a las dos nuevas amigas cotilleando. Y mientras tanto, saqué a Schoomaker de allí, pero de camino a la salida, mi padre nos paró.
- Supongo que este es el famoso chico por el que ahora estás castigada.
- Christopher Schoomaker. Un placer señor Williams. – dijo Schoomaker tendiéndole una mano, que mi padre estrechó.
- Y bien muchacho, ¿Qué intenciones tienes para con mi hija?
- ¡Papá! ¡No te metas!
- ¿Es tu novio, Helena?
- No somos novios ni hay nada entre nosotros.
- Es verdad señor Williams. Si quisiera tener algo con su hija, se lo diría de inmediato.
- Está bien, está bien, os creo. Ahora podéis iros.
Haciendo caso a las palabras de mi padre, tiré de Chris para poder salir de allí. Salimos del edificio y empezamos a caminar por los jardines.
- No te he dado las gracias por haberme defendido en la reunión.
- No ha sido nada. Tenía que defender a mi chica.
- ¿Mi chica?
- ¿Acaso no lo eres?
- Ya hemos hablado de eso. Hasta que no encuentres las mil razones…
- ¿Iba en serio?
- Claro que sí. Yo siempre hablo en serio.
- Pensé que lo decías de broma. Pero ya veo que es cierto. – dijo, mientras ponía su brazo alrededor de mi cintura.
- ¿No te crees capaz? – le pregunté al mismo tiempo que yo ponía mis brazos alrededor de su cuello.
- Soy Christopher Schoomaker. Soy perfectamente capaz. Y la recompensa merece todo el esfuerzo.
Sonreí por sus palabras.
- Lena, ¿qué tal un pequeño adelanto?
- No.
- ¿Por qué no? ¿No te acabo de decir que voy a luchar por ti?
- Acabas de estropear un momento romántico perfecto.
- En serio Lena, eres increíble. Pero, si no te importa, voy a besarte ahora mismo, con o sin tu permiso.
Y lo hizo. Vaya si lo hizo. Me encantaba esa faceta de Christopher. Cuando lo conocí, no me imaginaba que alguien tan orgulloso pudiera ser así, pero estaba totalmente equivocada. Por lo menos iba a luchar por mí, y eso era una certeza genial. Y mientras tenía estos pensamientos, sincronicé mis labios con los suyos, como si nuestros labios hubieran sido creados para estar pegados.
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