miércoles, 8 de junio de 2011

Capítulo 2: ¿Quién es él?

Nada más abrir las puertas, todas las cabezas de los estudiantes que estaban en el hall se giraron en mi dirección para mirarme. Al contrario de lo que decía Kevin, sí que daba el cante, ya que todos estaban con el uniforme. Creí que me moría de la vergüenza, y tuve miedo de enrojecer, pero no me acobardé y caminé decidida hacia la secretaría con Kevin a mi lado. Los estudiantes siguieron con sus miradas fijas en mí.

Entré en la secretaría y cerré la puerta después de que pasara Kevin. Me fijé en la habitación. Paredes pintadas en todos claros, con algunos cuadros de flores dispersos por la pared. Un mostrador de madera de roble macizo dividía la habitación en dos: en un lado había sillones de cuero y mesitas bajas adornadas con jarrones chinos con flores silvestres en su interior; y en el otro, escritorios de madera llenos a rebosar de papeles y con ordenadores de última generación encima de ellos. Una gran fotocopiadora descansaba en un rincón de la habitación.

Suspiré de alivio al ver que la secretaría estaba vacía de estudiantes. En la habitación solo estaban una secretaria de cincuenta y muchos con moño y algunas canas y una chica de veintipocos años que parecía ser la becaria. La secretaria dejó en el mostrador los papeles que había estado mirando anteriormente y me miró sonriéndome. Me dirigí con paso decidido hacia el mostrador.

- Hola, soy la nueva alumna, Helena Williams.

- Bienvenida Helena, te esperábamos. Me llamo Mariam Gold, y soy la secretaria del internado. Esta jovencita se llama Claire Oswald, y es la becaria. Como habrás visto, nos has cogido cuando íbamos a comer. ¿Tienes hambre? Si quieres puedes ir al comedor a comer algo.

- No, no se preocupe, ya comí en el avión.

- Entonces nada. ¿Quieres que te enseñe el colegio aprovechando que tus compañeros comen?

- Sí, por favor.

- Perfecto, así de paso te explico el funcionamiento del colegio. Sígueme por favor. Kevin cariño, ya te puedes marchar, y avisa a Pete para que suba las maletas de la señorita Williams a su habitación.

Kevin desapareció tras las palabras de la señora Gold. Ella me sonrió.

- Bien Helena, sígueme. Te enseñaré todo esto.

Dicho esto, la señora Gold y yo salimos de secretaría dejando a Claire al mando. La señora Gold me guió por el edificio mientras me hablaba:

- Bien, empecemos. La historia de St. Peter's ya es larga. Se fundó en 1907 por Stuart Rumsfeld, el bisabuelo de Kevin y abuelo del actual director, Abraham Rumsfeld.

- Ya, ya.

- Para cuando Stuart Rumsfeld compró el colegio, éste había sido otro internado, aunque más pequeño, pero el viejo señor Rumsfeld compró las parcelas vecinas al internado para hacerlo más grande, tiró todos los edificios excepto este y lo remodeló entero. Aunque el internado no alcanzó todo su esplendor hasta hace 20 años, cuando el actual señor Rumsfeld se convirtió en el director del colegio. Antiguamente el internado era sólo para hombres, pero cuando el actual señor Rumsfeld se convirtió en director, compró más parcelas, le concedió muchísima importancia a los deportes y permitió que las chicas estudiaran aquí. Una decisión muy acertada por su parte, aunque a veces preferiría que esto siguiera siendo un internado para chicos. Los chicos alborotan más desde que están aquí las chicas.

- ¿Y desde cuando trabaja usted aquí?

- Desde hace 30 años hija mía. Conozco al director desde que era un niño, y al pequeño Kevin desde que nació.

- Oh.

- Ya ves, son muchos años aquí. Como iba diciendo, creo que estás matriculada en el último curso

- No se equivoca.

- Y bien, sois 600 alumnos, poquitos pero suficientes. Y otra cosa, ¿dispones de coche propio?

- Sí, pero está en Los Ángeles.

- Si quieres, a los alumnos de los dos últimos cursos se les permite tener sus coches o motos aquí. Puedes traerlo, mandaremos a alguien a por él. Pero sólo lo podrás utilizar para las salidas autorizadas a Denver y sólo con autorización paterna o materna.

- Vale, vale, lo traeré.

- Y también cada alumno a partir de 4º tiene carro de golf, el aparcamiento está a la derecha de edificio principal, tu tienes carro de golf,

Y mientras íbamos hablando me fue enseñando todas las instalaciones del edificio principal. Pasamos por la biblioteca, que tenía dos pisos, y pensé para mis adentros de que me convertiría en una visitante asidua. Luego pasamos por el salón de baile, que era inmenso, y en el techo habían colgado tres lámparas de araña enormes, vimos la cafetería, los diferentes clubes estudiantiles… Pasamos por todo el edificio. Luego salimos del edificio y nos montamos en su carro de golf y me llevó hasta mi residencia.

El edificio era una réplica del edificio principal de la escuela pero mucho más pequeño… Tenía unas puertas grandes de roble, y al abrirlas entramos en un hall que tenía unos sillones de cuero arrimados a las paredes, a ambos lados de la pared había dos puertas, en un rincón había dos ordenadores de pared que, según me explicó la señora Gold, eran para que las visitas encontraran las habitaciones de las alumnas. Las paredes estaban adornadas con elegantes cuadros, todos ellos con mujeres como protagonistas. Entramos en el ascensor y paramos en la última planta, la 3ª. Seguimos caminando por un pasillo hasta que llegamos al final del mismo. Al final había una única puerta, de roble y con el número 324 de latón colgado de la puerta. A un lado de la puerta estaban cuatro mini-buzones con el nombre de cada una de las chicas en cada buzón. En el otro lado había un cartel de acero con los nombres de las chicas grabados en él:

Habitación 324

Helena C. M. Williams

Natalie A. Weston

Penelope M. Picard

Charlotte I. Hilton

Supuse que las del cartel serían mis compañeras de habitación. Esperaba que fueran agradables. La señora Gold me tendió una llave que supuse que sería la de la habitación. Me tragué el miedo y decidí entrar el la que sería mi habitación durante los siguientes 9 meses.

Abrí la puerta y me encontré con una habitación pintada de lila claro equipada con muebles blancos. El suelo de madera clara tenía alfombras lilas, y las camas tenían unos edredones de florcitas lilas con cojines lilas. Había cuatro camas con su correspondiente mesilla, dos en cada pared, un baúl en los pies de cada cama, dos escritorios dobles y dos armarios grandes de dos puertas que supuse que serían para compartir. La habitación tenía dos ventanas, dos sofás lilas en un rincón con una mesita baja, y una puerta hacia un lado. Al abrir la puerta me di cuenta de que era un baño.

- Es preciosa. - comenté.

- Es una de las más grandes. Espero que la disfrute.

Y tras decir esto se marchó. Me quedé sola en la habitación. Miré hacia las camas y vi que en una que estaba bajo la ventana se encontraban mis maletas. Las bajé de la cama y me senté en ella. Abrí la mesilla de noche. En el primer cajón vi varias hojas de papel con información con el membrete del colegio. Entre ellas estaba mi horario:

HORA

LUNES

MARTES

MIERCOLES

JUEVES

VIERNES

8.30

Literatura

Biología

Literatura

Química

Francés

9.30

Química

Matemáticas

Francés

Física

Francés

10.15

Descanso

Descanso

Descanso

Descanso

Descanso

10.40

Historia

Teatro

Educación F.

Matemáticas

Teatro

11.30

Historia

Literatura

Educación F.

Francés

Física

12.30

Almuerzo

Almuerzo

Almuerzo

Almuerzo

Almuerzo

14.00

Matemáticas

Arte

Matemáticas

Biología

Literatura

15.00

Física

Arte

Química

Biología

Química

Había información sobre los diversos cursos que se podían hacer, deportes a los que apuntarse y diversas actividades extraescolares, así como la información sobre la clase de protocolo. En la última hoja del montón había una carta dirigida a mí:

Estimada señorita Williams:

Quería informarle de que sus libros así como material escolar se encuentran dentro en su baúl. Empezará las clases el día 15 de Septiembre a las 8. 30. Esté en el edificio de las clases a las 8. 15.

Sus uniformes se encuentran en el armario. La ropa sucia échela en la cesta que pone sus iniciales.

Hoy se celebrará un banquete en el comedor con motivo del 102 aniversario de la escuela. Es obligatorio asistir. Utilice el uniforme.

Si necesita alguna ayuda más, consúltele a la delegada de su curso, la señorita Barbara Clarkson, habitación 307.

Mi más cordial bienvenida,

Mariam Gold, secretaria.

Tras leer la carta, la volví a guardar en el cajón. Me levanté de la cama y abrí el baúl que había a los pies de mi cama. Dentro estaban todos los libros que tenía. Me volví a levantar justo en el momento en el que 3 chicas entraban en la habitación. Se sorprendieron de verme:

- ¡Hola! ¿Tú eres la chica nueva? Yo soy Natalie, Nat para los amigos. - me saludó una chica rubia muy sonriente.

- Hola, soy Helena Williams. - respondí yo.

- Oh, encantada. Yo soy tu compañera de habitación, y estas son…

- Nat, creo que sabernos presentarnos solitas. Soy Charlie. - dijo la pelirroja

- Y yo Penny - respondió la morena, que parecía más tímida.

- Así que eres nueva - me dijo Charlie.

- Correcto. Vine aquí por deseo de mi padre. Su nueva mujer, una barbie unineuronal, lo convenció.

- ¡Que mala tu madrastra! ¿Y tienes madre? - me preguntó Penny.

- ¡Claro! Vive en Los Ángeles. Yo vivía allí después de irme de Nueva York y antes de venir aquí.

- ¡Nueva York! Siempre paso la Pascua allí, en la casa de mi abuela, aunque yo soy de Washington. - respondió Nat alegremente.

- ¿Y vosotras de dónde sois?

- De San Francisco. Lo único que no echo de menos de allí son las cuestas. Son horribles. Aunque este verano, estando en Maryland, no tuve que pasar por el sufrimiento de las cuestas.

- Y yo soy francesa, aunque vine aquí con 4 años, mis padres viven en Seattle.

- Y no todo el mundo de aquí es de este país. Jerry vino desde Inglaterra. Aunque Johnny viene desde Los Ángeles, y Chris es de Washington, como yo. - me respondió Nat.

- Alto, ¿de quienes estáis hablando? - dije con sorpresa.

- De los cuatro chicos más guapos del colegio. - suspiró Nat involuntariamente. - Gracias al cielo que son nuestros amigos.

- Son Jerry Mackenzie, Kevin Rumsfeld, John Morrison y…

- ¿Y? - pregunté.

- Christopher Schoomaker III. - Me terminó de responder Penny.

- Me pierdo. - dije yo, sin comprender nada de lo que decían.

- Jerry es el hijo de Gerald Mackenzie, el fundador de Quick Time, ya sabes, la marca de relojes deportivos. Se supone que es un "nuevo rico", ya que en Inglaterra lo único que conservaba su familia de toda la gloria era el apellido. Pero su padre montó la empresa de relojes, y mira tú, todo el mundo tiene un Quick Time ahora.

Sonreí mostrando mi Quick Time azul cielo, mientras que ellas sonreían a su vez, mostrando sus Quick Time amarillo, rosa y verde respectivamente.

- Al principio tuvo problemas para integrarse, pero conoció a Johnny y a Chris y ahora todo el mundo le adora. - resumió Nat.

- Kevin es el hijo del director, de Abraham Rumsfeld, y de la orientadora, Alice Rumsfeld. Aunque sea hijo de gente del colegio, es muy normal, y no le dan ningún trato especial, lo tratan como a todos. Y no presume de sus padres, cosa que le hace muy sencillo. Y siempre está de guasa.

¿Se estarían refiriendo al Kevin que me había acompañado al internado? Por preguntar no perdía nada.

- Antes no parecía que estuviera mucho de guasa…

- ¿Conoces a Kevin Rumsfeld? - preguntó Penny sorprendida.

- Sí, es el que me ha traído desde el aeropuerto hasta aquí. Estaba serio.

- Eso es porque no te conoce, espera un poco que ya verás como dentro de nada te gasta bromas como a la que más. - dijo Penny sonriendo.

- Y seguimos con la lista. Johnny es el hijo de Joseph Morrison, ya sabes, el gobernador de California. Su madre murió cuando él era pequeño, así que supongo que es el más sensible del grupo. Pero es tremendamente encantador, como decirlo, tiene una personalidad… arrollante creo que es la palabra.

- Y por último, el que podría decirse que es el alma del grupo. Christopher Schoomaker. Es el único hijo de Charles Schoomaker, ya sabes, el empresario billonario.

- Sí, ya caigo.

- Es el alma del grupo porque sin él, los otros no serían amigos ni se conocerían. Es… ¿cómo decirlo? Es guapo.

- Muy muy guapo a decir verdad.

- Calla Nat, déjame terminar. Tiene muchísima personalidad, su mejor amigo y compañero de fechorías es Johnny, es muy buen amigo… Lo que pasa es que si no te conoce es muy borde contigo, pero luego se le pasa. Tiene locas a todas las de aquí, y se ha enrollado con la mitad de ellas prácticamente. Que no te sorprenda su fama de rompecorazones. Chica que ve…

- Chica que cae en sus brazos. - terminó Nat.

- Y bien, puede parecer muy imbécil y egocéntrico, pero por cómo es en realidad sólo lo conoce muy poca gente. - concluyó Charlie triunfal.

- Creo que debería tener cuidado con ése. Lo reconocería al instante en cuanto lo viera.

- Este internado está repleto de los retoños de las grandes familias americanas. - dijo Penny.

- Como Barbara Clarkson. - añadió Nat con ironía.

- ¿Te refieres a la delegada del curso?

- Sí, ¿como lo sabes? - me preguntó Charlie.

- Por la carta de bienvenida que me escribió la señora Gold.

- Ah, pues será mejor que te hablemos de ella. Barbara Clarkson pertenece a los Clarkson, una de las familias más antiguas de Houston. Es la capitana de las animadoras…

- Qué típico… - dije yo.

Las chicas me miraron como diciendo que yo tenía la razón.

- Se ha acostado con la mitad del equipo de rugby y tiene un grupo de seguidoras, llamémoslas perritos falderos, que la imitan en todo y la siguen a todas partes. Es una zorra.

- ¡Nat, ese vocabulario! - le regañó Penny.

- Santa Penelope, tú también la odias.

- Cierto - respondió la aludida con una sonrisa

- Además, es muy conocida en Houston por sus deslices cuando sale de noche. - continuó Nat como si nada.

- ¿A qué te refieres con deslices? - pregunté.

- Pues es bastante fotografiada por las revistas del corazón, y no precisamente por estar sobria. - me respondió Charlie.

- ¿La fotografían cuando está borracha?

- Obvio, es un buen negocio para las revistas. Y si no me crees mira esto.

Nat me pasó el "Be Famous" de hace 2 meses. En la portada salía una chica rubia que no conocía, pero leí la noticia.

Be Famous!

"Efectivamente queridas lectoras, aquí tenemos de nuevo a nuestra querida Barbara Clarkson, a quien no le importa dejar en ridículo a su familia saliendo cada vez más ebria de los bares de copas de Houston. Suponemos que está celebrando que ya le dieron las vacaciones en el St. Peter's College. Esperemos que hayas aprobado todo querida. Y, un consejo, si de verdad quieres convertirte en una famosa, vete a Alcohólicos Anónimos. Creemos que te ayudará en algo.

- ¡Anda! - exclamé sorprendida.

- Ya ves que no te mentimos.

- Dios mío. ¿Y ella no está arrepentida ni nada?

- ¡Que va! ¡Presume de ello! Es una estúpida que se cree la mejor de aquí. Por dios, si hasta es la presidenta del club de fans de Christopher Schoomaker III, o sea, nuestro amigo Chris.

- Dios mío.

- Ya ves. Está obsesionada con él desde que llegamos aquí, pero creo que no hay nada entre ellos.

- Todavía - dijo Nat.

- ¿Y eso?

- Todas conocemos la fama de trepa que tiene Barbara Clarkson. Este año hará lo imposible para liarse con Chris.

- Por cierto, en una hora es la cena, ¿te esperamos mientras te duchas y te cambias?

- ¡Claro! Esperarme por favor. Por cierto, ¿cuál es mi armario?

- El de la izquierda, lo compartes con Nat.

- Ok.

Me metí en el baño. Después de darme una ducha, cosa que necesitaba tras un día de viaje, fui hasta mi armario y abrí la puerta que me correspondía. Dentro estaban colocados 7 uniformes de mi talla planchados y almidonados. El uniforme consistía en una falda azul marino de tablas, camisa blanca, chaqueta azul marina de uniforme con el escudo del colegio y corbata roja. Cuando iba a ponerme los zapatos, observé que ninguna de ellas llevaba los zapatos iguales. Nat llevaba medias de seda y stilettos azules, Charlie, unos botines bajos marrones, y Penny, bailarinas negras con un lazo rojo.

- Chicas, una pregunta, ¿qué zapatos me pongo?

- Ah, se me olvidada. Cada uno personaliza su uniforme, no hace falta que te pongas el uniforme oficial.

Tras las palabras de Nat, cogí la falda azul, saqué una blusa blanca y un cinturón ancho azul que ajusté a la cintura, un pañuelo rojo de seda que até al cuello, la americana azul con es escudo del colegio, medias de lana blanca fina y peet toes rojos. Me maquillé ligeramente los ojos con eye liner negro, pinté los labios con rojo chanel y me dejé los rizos sueltos pero perfectamente peinados, al más puro estilo Blair Waldorf. Lista.

Penny, Nat Charlie y yo bajamos por el ascensor, llegamos a la planta baja, salimos al aire libre y fuimos caminando hasta el edificio principal. A pesar de ser mediados de septiembre, había 15ºC, por lo que me abotoné bien la chaqueta. Fuimos hablando todo el camino, por lo que se me hizo corto.

Llegamos al edificio y vimos que éramos de las últimas en llegar. Corrimos hasta el comedor. Al abrir las puertas, todo el comedor se giró en nuestra dirección. Pese a ello, no dejé de fijarme en lo bonito que era el comedor. Había varias mesas alargadas de roble macizo, pared de piedra que te daba la sensación de calidez, una gran chimenea situada en el final de la estancia, ahora apagada, una lámpara enorme que colgaba del techo, las fuentes de comida llenas a rebosar con la cena…

Fuimos hasta la mesa del final, donde una vez cerca atisbé a Kevin hablando con un chico moreno al que no conocía. Me fijé en el resto de personas que se sentaba en nuestra mesa y sufrí como una descarga eléctrica cuando mis ojos se posaron en un chico rubio de ojos azules que me estaba mirando. Pero no con disimulo, sino descaradamente, aunque no por ello dejaba de resultar sexy. Sabía que era ÉL, el chico del que seguramente yo ya estaba medio enamorada a estas alturas, pero, ¿quién era él?

miércoles, 1 de junio de 2011

Capítulo 1: La llegada a mi nueva vida









Nada ocurre por casualidad. Está comprobado. Que unas cosas ocurran y otras no, es cosa del destino, y contra el destino puedes intentar luchar, aunque a veces la lucha sea inútil. Y el hecho de que yo me marchara a estudiar a St. Peter College era cosa del destino. Simple y llanamente, y sin ninguna discusión. Pero es mejor contar todo desde el principio.

Mis padres, Albert Williams y Lily Westwood, se conocieron en Nueva York en una exposición de arte en la galería que posee una amiga de mi madre. Y pese a la diferencia de 20 años de edad (mi madre tenía 22, y mi padre 42), según mi madre, lo suyo fue amor a primera vista, circunstancia que les llevó a casarse apresuradamente tres meses después en una ceremonia a la que acudió medio Manhattan, y nacer yo, seis meses después de su boda es esa misma ciudad. De pequeña nunca me había dado cuenta de la proximidad de ambas fechas, pese a los comentarios con sorna que me hacían los inversores en la empresa de mi padre.

Crecí tranquilamente en el apartamento que poseían mis padres en Park Avenue, y fui al prestigioso St. Jude College hasta que mis padres se divorciaron. Al parecer, mi padre se lió con su secretaria, y mi madre los descubrió cuando fue a buscar a mi padre a su despacho para asistir a una gala benéfica contra el cáncer.

Qué decir que las maletas de mi padre aparecieron tiradas en el descansillo. Pero eso no fue suficiente para mi madre. Estaba muy triste, y lo único que se le ocurrió fue, al conseguir los papeles del divorcio, arrastrarme con ella a su California natal a vivir a casa de mi abuela Michelle.

En el breve tiempo que estuve en Los Ángeles, los casi tres meses que dura el verano, fui feliz. El surf, el turismo, tomar el sol en la playa, lecciones de conducir en el antiguo Golf de mi madre, montar a caballo una vez por semana y aprender a cocinar fueron las cosas que ocuparon mi verano. Eso, además de hacer un curso de fotografía e ir a fiestas en la playa con la pandilla que había formado. Mi abuela, Michelle Westwood, viuda desde hacía diez años, era sumamente encantadora, así que no me supuso ningún problema mudarme, ya que la separación de mis padres coincidió con que yo dejara a mi novio.

Pero hay cosas que hacen que tu existencia no fuera completamente feliz. Mi padre, nada más tener el divorcio, se mudó a mi antigua casa en Park Avenue con su nueva mujer y ex secretaria, Courtney Collins, una rubia con una sola neurona que no tenía más objetivo en la vida que ir a una gala de los Oscar. Al parecer, la muy bruja nos detestaba a mí y a mi madre, así que, gracias a su nueva posición de mujer casada ociosa, solo se le ocurrió empezar a amargarme la vida. Empezó a inventarse que la insultaba y que la trataba mal, y mi padre, cegado por ella y siguiendo sus consejos, más bien órdenes directas, decidió meterme en el exclusivo internado para niños ricos St. Peter College, ubicado en un pueblo perdido en el medio de Colorado, aunque a una distancia nada desdeñosa de la capital del estado, la ciudad de Denver. Absolutamente genial.

Mi madre se opuso rotundamente, pero mi padre la amenazó con quitarle mi custodia, y mi madre, después de muchas lágrimas, consintió. Y yo también, porque prefería vivir recluida en un internado en el medio de un estado del que apenas tenía información que conviviendo con la arpía con la que se había casado mi padre y volver a mi antiguo colegio y reencontrarme con mi ex, que durante mi estancia en California se había acostado con la mitad del equipo de las animadoras.

Finalmente, llegó el día en que tenía que marcharme. Mi madre condujo todo el camino hasta el aeropuerto de Los Ángeles con las ventanillas bajadas, dejando que mirara por última vez el paisaje que me rodeaba. Facturamos mis 7 maletas y luego nos despedimos llorando en la puerta de embarque.

***

Estaba sentada en el asiento de 1ª clase del avión que me llevaría al aeropuerto de Denver. Estaba aburrida. Habían puesto una película, pero estaba demasiado triste como para atender a nada. Me había dormido, y al despertar, había cogido el iPod, pero después me di cuenta de que no me apetecía escuchar música.

Sólo me apetecía llorar, pero era lo bastante orgullosa como para que nadie me viera llorar. El rato que me quedaba de vuelo lo dediqué a mirar el cielo por la ventana, buscándole formas imposibles a las nubes.

Al rato, la azafata me dijo que estábamos aterrizando. Me puse a organizar mi bolso, y sin darme casi cuenta, el avión aterrizó en el aeropuerto de Denver. Salí del avión, entré en el aeropuerto, y cuando cogí mis innumerables maletas y las transportaba en un carrito, vi a un chico que parecía de mi edad en la puerta de llegadas que sujetaba un cartel con mi nombre. Me dirigí hacia él sin pensarlo, ya que me habían dicho los del internado que me mandarían a alguien al aeropuerto.

El chico, alto, moreno y de ojos claros, habló primero:

- ¿Eres Helena Williams?

- Por supuesto. ¿Y tú eres…?

- Kevin Rumsfeld. Soy el representante de alumnos del consejo escolar, y al parecer me toca hacer de relaciones públicas. Pero bienvenida a Denver.

- Gracias. – le respondí con una sonrisa.

- ¿Vamos ya al internado o prefieres tomar algo antes?

- No, cuanto antes vayamos allá, mejor.

- Entonces, sígueme.

Le hizo una seña a un señor de unos 50 años que parecía ser un chófer, ya que vestía con un uniforme parecido al de los chóferes. El chófer cogió mis maletas y las cargó en el maletero de una limusina negra.

- ¿Y esto?

- Esto es solo el principio. – añadió con una sonrisa enigmática.

Kevin fue contándome cosas del internado de camino al colegio. Al parecer, el internado había sido fundado por su bisabuelo en 1907, y todos los hombres de su familia habían sido los directores, y el último era su padre, Abraham Rumsfeld, y luego él mismo sería el director.

El internado, interesado en la capacidad física de sus alumnos, ofrecía una gran variedad de deportes: volleyball, football, rugby (con equipo que competía contra internados de todo el país), baloncesto, tenis, pádel, esgrima, atletismo, squash… Y además, el internado contaba con 1 pista de golf, pista de atletismo, un campo de rugby gigantesco, pistas para todas sus actividades, piscinas climatizadas, piscinas olímpicas…

También había club de teatro, equipo de animadoras, clases de bailes clásicos (de obligatoria asistencia), clases de protocolo (también obligatorias), clases de baile normal, talleres de manualidades, coro y mil cosas más.

El internado constaba de 7 edificios: en el primero, que era el edificio principal, estaban la secretaría, el comedor principal, la cafetería, la biblioteca (por lo que había podido leer por internet, era de las mejores del país), los despachos de los profesores, el despacho del orientador, las asociaciones de estudiantes e incluso un salón de baile, que solo se utilizaba en el baile de Navidad, en el de primavera y en el de final de curso.

En el segundo edificio, estaban las clases, las salas de audiovisuales, salitas de estudio, las salas de ordenadores, la sala de profesores, y en los pasillos del edificio, las taquillas, con combinación digital y con placa de acero grabada con el nombre; el tercero, los laboratorios de física, química y biología; en el cuarto, el gimnasio cubierto, los despachos de los entrenadores, los vestuarios con jacuzzi, el despacho de las animadoras, la sala de ballet y la sala de baile moderno.

El quinto edificio lo componían un teatro, varias salas de música, una sala de mesa de mezclas, la sala de pintura y un mini cine que solo proyectaba en dos salas; y los dos últimos edificios, que eran las residencias de estudiantes, que aparte de contener las habitaciones con baño privado cada habitación, tenían sala de estudiantes, con muchas televisiones, mini cocina y mini videoclub.

Por algo decían que el internado era el mejor internado del país, aparte de por las instalaciones del internado, por la educación, ya que el internado ofertaba un gran número de universidades, y no solo nacionales, sino también internacionales, además de ofrecer estancias en el extranjero.

Le interrumpí su discurso.

- ¿Y desde cuándo hace que estás aquí?

- Desde que nací.

- Pensaba que sólo se admitían alumnos a partir del primer curso de secundaria.

- Creo que conmigo hicieron la excepción, aunque empecé a estudiar aquí en ese curso.

- ¿Eres hijo de algún profesor?

- Peor aún. Soy el hijo del director.

- Lo siento.

- Y de la orientadora.

- ¿Cómo sobrevives?

- Mis padres me tratan como a uno más, así es más sencillo para los tres. De todas maneras, vivir en el internado no está tan mal. Teniendo en cuenta que hacemos excursiones cada dos semanas a Denver, hay sala de cine y multitud de deportes… No te aburrirás, créeme.

Mientras Kevin me explicaba todo esto, viajamos desde el aeropuerto hasta una verja que parecía antigua, aunque a un lado tenía un dispositivo digital y varias cámaras de vigilancia, además de un vigilante de seguridad, al que Kevin saludó con un gesto.

- Es Greg, el vigilante. Se encarga de permitir el paso o no. Es imposible engañarlo, y también a las cámaras. Pero no creo que nadie quiera escaparse, además, hacen muchas vacaciones, así que…

Avanzamos por un camino asfaltado rodeado de bosque, y justo al salir del bosque divisé un gran edificio de aspecto victoriano. Paramos la limusina enfrente de la puerta del edificio principal. Me bajé del coche. Tuve una sensación de incomodidad fijándome por primera vez en el uniforme de Kevin:

- Kevin.

- ¿Pasa algo Helena?

- ¿No crees que doy el cante así vestida?

- No lo creas. Relájate.

Anduvimos hasta la gran puerta doble de roble. Estaba híper ventilando. Relájate Lena, pensé para mis adentros, muestra a la fiera que llevas dentro. Kevin me sonrió mientras me decía al oído:

- Bienvenida al internado de la perdición.

Y dicho esto abrió las puertas.