jueves, 29 de diciembre de 2011
Capítulo 22: Algo especial
Como siempre, os habla vuestra cotilla favorita para contaros las últimas novedades.
Tras una crisis de pareja, los reyes del internado vuelven a ser dos tortolitos. Al parecer, la presunta marcha de Queen Lena a St. Jude ha hecho que King C se decida de una vez por todas.
Y otros que llevaban un tiempo sin estar juntos vuelven. Charlie Hilton vuelve a ser la inseparable novia de Johnny Morrison, el mejor amigo de Christopher Schoomaker. Tanto C como J están todo el día juntos, al igual que el resto de la pandilla, destacando a nuestro futuro director como al heredero de Quick Time con sus novias.
La reina, después de una semana separada de su duquesa pelirroja, vuelve a dejarse ver con ella. Se ve que la realeza también es humana y se enfada entre ellas.
Christian Valley también no deja sola a su chica, y eso podría agobiar a Jill. Pero, ¿quién sabe? Puede que Jill esté buscando estabilidad al fin y al cabo.
Se despide de vosotros vuestra cotilla favorita deseándoos unas vacaciones llenas de cotilleos,
Fionna Catchpole”
La semana siguiente fue una de las mejores semanas de mi vida. Chris y yo volvíamos a estar juntos y Johnny y Charlie también. Johnny había deshecho su maleta definitivamente para no irse a Los Ángeles y yo deseché completamente la idea de irme a Nueva York. Charlie y yo nos habíamos pedido perdón nuevamente, y volvíamos a ser amigas.
Las clases, como no, me dejaban poco tiempo libre, que aprovechaba para estar junto a mis amigas o junto a Chris. Había vuelto a escoger teatro, e íbamos a representar “Alicia en el País de las Maravillas”, con Nat como protagonista y yo haciendo de la Reina de Corazones.
Y llegó el día de las vacaciones. La tarjeta con la dirección de la casa de Christopher descansaba encima de mi escritorio, junto con los deberes y apuntes de literatura. Ya se lo había dicho a Nat, que me ayudaba a hacer la maleta.
- ¿Has estado alguna vez en casa de Chris?
- ¿En cuál? ¿Washington, la mansión Schoomaker o la de Colorado?
- Me refiero a la de Colorado.
- Chris nunca invita a nadie a Colorado. Solo nos invita a la mansión, porque hay espacio para todos. Creo que la casa de Colorado es pequeña.
- ¿Soy la primera que va allí?
- Creo que sí,
- Es que hay un problema.
- ¿Cuál?
- No sé que llevar.
- A ver Lena, ropa de baño desde luego que no. Lleva cosas normales. Por ejemplo, tu sudadera de Yale, varios jerséis, un par de blusas, vaqueros… Además, sólo vas cuatro días.
- Lo sé, lo sé.
Y poco a poco fuimos llenando la maleta con ropa que consideré útil para ir allí.
- Tengo algo que darte – me dijo ella cuando estábamos a punto de cerrar la maleta.
- ¿Un regalo? – le dije mientras cogía el paquete rectangular que ella me ofrecía.
- Pero no puedes abrirlo ahora. Ábrelo cuando creas que lo necesites.
- Me das miedo, que lo sepas – le dije mientras metía el paquete en la maleta.
- Venga, te gustará. Confío ciegamente en mi gusto personal.
- Creída. – le dije, y ella me sonrió.
En ese momento recibí un mensaje de Chris, que me decía que bajase, que estaba esperándome en la entrada del edificio principal.
Nat salió de la habitación conmigo. Bajamos abajo y al llegar a la explanada que había delante del edificio principal, me encontré frente a un Aston Martin plateado a Chris, junto con una pequeña maleta. Chris cogió ambas maletas y las metió en el maletero.
- Pásatelo genial cariño – me dijo ella mientras me abrazaba. – Y tú – le dijo a Chris – cuídamela.
- Lo haré – le respondió él con un guiño.
Fui a darle un beso a Chris, que a su vez aprovechó para robarme mis Rayban Wayfarer negras. Nunca cambiaría.
- Y tú – me dijo Nat antes de que me montara en el coche – ya me contarás todo. Pero cuando digo todo, es TODO.
Nos montamos en el coche mientras yo seguía riéndome del comentario de Nat. Me acomodé en el asiento, y Chris arrancó el coche. Nos fuimos alejando del internado mientras Nat seguía despidiéndose y empezaba a sonar el último CD de los Red Hot Chili Peppers.
Después del viaje, llegamos a un camino de piedrecitas cerrado con una verja metálica que se internaba en el bosque. Chris le dio a un mando a distancia, y la puerta se abrió, se metió por ahí y después de un kilómetro de camino, llegamos a una explanada en la que había una casita de piedra. Christopher aparcó enfrente de la casa y se bajó. Yo también me bajé, y Chris me tendió una llave. Fui hasta la puerta y la abrí.
Entré en un amplio salón decorado en tonos cremas con grandes sofás y sillones por todos los lados. Las paredes, de piedra, tenían estanterías llenas de CDs, discos de vinilos, DVDs y algunos libros.
Una cocina americana, una mesa de comedor de madera tallada con las sillas a juego y unas escaleras de caracol que subían al piso de arriba. La estampa la completaba una pared de cristal con puerta corredera que daba acceso a una terraza desde la que se veían las montañas y un pequeño prado, en el que se distinguía al fondo una especie de laguna.
- Me encanta – dije con total convencimiento.
- Me alegro de que te guste. Eres la primera chica que viene aquí.
- ¿En serio?
- En serio.
- ¿Quieres comer algo?
- Prepararé algo, no te preocupes. – dije mientras me dirigía a la cocina acompañada de Chris.
Abrí la nevera, que estaba llena de comida y saqué los ingredientes necesarios para preparar filetes a la plancha. Chris me ayudó a prepararlo condimentando los filetes y preparando ensalada.
Tras la cena, me ofrecí para lavar los platos, y Chris me ayudó secándolos. Después de eso, Chris me enseñó el piso de arriba. La segunda planta se componía de una habitación vacía que Chris utilizaba como una especie de despacho y vestidor, un baño enorme y el dormitorio principal.
El dormitorio, amplio, decorado en tonos cremas y blancos, y con una gran cama con el cabecero blanco, me produjo un escalofrío. La tensión era evidente.
- Creo que voy a ir a por las maletas – me dijo él, dejándome unos minutos a solas, que aproveché para meterme en el baño.
Una vez dentro del baño, intenté relajarme, sin éxito. Tenía miedo de volver a la habitación. Y también tenía miedo de abrir el regalo de Nat, que me suponía lo que era.
Vale, Chris había dicho que no haríamos nada que yo no quisiera. Entonces, si era así, ¿por qué no me atrevía a salir del baño?
Abrí la puerta con cuidado, y volví a entrar en la habitación. Chris esperaba pacientemente de pie frente a la ventana, mirando hacia el paisaje, aunque al oír el ruido de la puerta, se giró.
- Siento haber tardado tanto. – le dije.
- No te preocupes, no pasa nada. ¿Quieres ordenar tus cosas, o ver una…?
- No. – le dije muy convencida.
- ¿Y qué es lo que te apetece hacer?
Decidí no responderle y acercarme a él para besarlo. Fue un beso breve, pero que dejó claras mis intenciones.
- Creo que esto lo aclara todo.
- Desde luego. – dijo antes de besarme en el cuelo con suavidad.
- Estoy asustada. – le dije en un susurro.
- No deberías estar asustada. – dijo mientras me abrazaba. – No haremos nada que tú no quieras.
Lo abracé con ganas. En serio, no me merecía a alguien tan bueno como él, y tan atento, y que se preocupara tanto por mí. Y eso fue lo que me decidió por fin.
Le besé primero con cuidado, y él me correspondió. Poco a poco, mientras jugábamos con nuestras lenguas, el beso fue subiendo de intensidad, haciendo que yo entrelazara mis dedos en su pelo, y que él me sujetara con más firmeza por la cintura.
Y de repente, caímos los dos en la cama, y en un momento para coger aire, él habló:
- Lena, ¿estás segura de querer seguir? Porque si seguimos ahora, te juro que no voy a poder parar.
- Chris, te quiero y quiero hacer esto. Estoy segura.
Nos seguimos besando, cada vez más apasionadamente, aunque todavía sin perder el control. Chris procedió a quitarme el jersey, y cuando terminó, yo hice lo mismo con su más que molesta camiseta.
- ¿En serio tuviste que traer una camisa? – dijo él mientras se desesperaba para desabrochar todos los botones de mi camisa.
- Era sólo para atormentarte. – le dije mordiéndome el labio.
- Eso ha sido muy sexy – dijo él volviéndome a besar.
Chris siguió desabrochándome la camisa, que al final consiguió, dejándome con los vaqueros y el sujetador. Chris me miró de arriba abajo sonriendo.
- Te acordaste del sujetador rojo. – dijo él con una sonrisa pícara.
- Sé que te encanta – le dije yo medio entrecortada por sus besos, que me estaban dejando sin aliento.
- Bendito sujetador – me respondió él volviéndose a centrar en besarme.
Conseguí quitarme los vaqueros un buen rato después, y él también hizo lo mismo, quedando ambos en ropa interior. No parábamos de besarnos, y aunque parecía que la temperatura se había elevado unos cincuenta grados más, esta vez íbamos con calma, no tan apresurados como en las veces anteriores. Pese a que yo ya empezaba a notarme húmeda y notaba cómo el bulto de su slip aumentaba considerablemente.
Chris, que no dejaba de besarme ni un momento, paró para desabrocharme el sujetador con delicadeza, y sus labios pasaron a bajar por mi cuello, mis pechos, mi vientre, y paró al llegar al borde de mis braguitas. Elevó sus ojos hacia mi cara, mirándome con cara de interrogante. Le sonreí, animándole a continuar.
Finalmente yo me quedé completamente desnuda ante él, y él se quitó el slip. Enrojecí levemente, era la primera vez que un chico me veía completamente desnuda, pero no me importaba.
Él sacó un preservativo de la mesilla y se lo puso. Antes de comenzar, él me besó en los labios muy dulcemente, y me susurró al oído:
- Te quiero Lena.
Y antes de que me diera tiempo a contestarle, entró. Poco a poco, consiguió entrar completamente en mí, haciendo que yo emitiera quejidos.
- ¿Te duele mucho? – me preguntó preocupado.
- Olvida ese pequeño detalle. – le dije besándolo de nuevo, con lo que él continuó.
Admito que al principio dolió, pero a pesar de ser un dolor soportable, casi ni lo noté. Mientras éramos uno, Chris no paró de besarme ni un solo momento, haciéndome olvidar completamente que mi himen se había roto. Él tomó un ritmo lento al principio para después ir aumentando las embestidas siendo estas más apasionadas, cosa que hicieron que yo envolviera mis piernas entre su cuerpo. Luego vinieron los mordiscos en el cuello, mientras yo no paraba de gemir.
Y por fin, el momento culmen, cuando creías tocar el cielo con los dedos. Exhaustos y cubiertos de un ligero sudor, nos separamos. Lo abracé con todas mis fuerzas, descansando mi cabeza en su pecho.
- Te quiero, te quiero, te quiero. – le repetía yo sin parar.
- Pues imagínate lo que te quiero yo a ti.
- En serio, me has hecho uno de los mejores regalos que podrían hacerme nunca.
- Tú eres mi mejor regalo Lena.
Y no volvimos a hablar en el resto de la noche. No hacía falta. Ambos estábamos felices, mi primera vez había salido bien y nos queríamos con locura. ¿Qué más podía pedir?
viernes, 16 de diciembre de 2011
Capítulo 21: El derecho a equivocarse
Los días siguientes fueron una vorágine de extraña tranquilidad. Diría extraña porque no era nada normal. Nat, pese a que estuviera muy triste por la pérdida de su bebé, no dijo nada. Tampoco podíamos hablarle del bebé, porque ella se entristecía demasiado. Ella y Jerry tuvieron varias sesiones de terapia con Allie Rumsfeld para superarlo. Y no se alejaron el uno del otro, al contrario, se unieron mucho más.
Charlie sólo se hablaba con todos excepto con Johnny y conmigo, a los que nos ignoraba totalmente. Iba a clases y también a todas las comidas, pero el resto del día se lo pasaba encerrada en nuestra habitación.
Chris intentó seguir con su vida normal, pese a que nos ignoraba a Johnny y a mí, y en cierta manera, también al resto del grupo. Cada día estaba más horas entrenando, más horas lejos de sus amigos…
Johnny se encontraba bastante deprimido sin Charlie. Tocaba canciones de R.E.M a todas horas en uno de los escoberos, sin importarle que fueran las tres de la mañana. Y faltaba a clases. Además, había empezado a fumar y olía fatal, ya que los ratos en los que no tocaba la guitarra se los pasaba fumando.
Tanto Penny como Kevin se encontraban en una posición incómoda. Al igual que Nat y Jerry, ambos se hablaban con el resto del grupo y actuaban de mediadores. Y lo estaban pasando mal, ya que no soportaban que todos estuviéramos enfadados.
En cuanto a mí, estaba deprimida. No tenía a nadie con quien hablar, ya que todos estaban inmersos en sus propios problemas. Y yo ya tenía suficiente con aguantar con mi sentimiento de culpabilidad como para intentar solucionar las cosas. Sólo se me ocurría una solución: marcharme a terminar el curso a Nueva York.
Y eso lo decidí junto con Johnny, que también quería marcharse, pero a Los Ángeles. Johnny no podía soportar estar sin Charlie y sin Chris. Por eso quería irse. Y yo por el mismo motivo. No quería que las cosas empeorasen aún más, por eso quería volver a mi ciudad natal.
El día que lo decidí fue el día anterior a la elección de las asignaturas para el último semestre, mientras que nos dirigíamos al comedor para la cena. Ese día era el cumpleaños de Charlie, que coincidía con el día de San Valentín.
- Lena, ¿qué dices? ¿Escritura creativa o álgebra? No consigo decidirme.
- Nat, estás deseando coger teatro de nuevo. Lo sabes perfectamente.
- Vale, lo admito, me encantaría volver a coger teatro… Pero quería tener algo serio en mi expediente. Ya sabes, para Columbia.
- Nat, Columbia te va a admitir sin pensárselo.
- Vale, te creo. ¿Vas a venir a teatro conmigo o vas a coger algo más serio?
- No voy a coger teatro.
- ¿Y eso? ¿Alguna asignatura seria y aburrida?
- Me voy a St. Jude.
Nat se quedó shockeada por un momento, antes de volver a la realidad y gritarme delante de todo el mundo que estaba en el hall.
- ¡¡¡¿QUÉ?!!! ¡¡¡NO PUEDES IRTE A ST JUDE!!!
- ¿Por qué no?
- Te lo explicaré en un sitio más tranquilo, ahora nos está mirando todo el mundo.
Y era cierto. Todo el mundo había dejado sus conversaciones atrás y estaban opinando sobre el nuevo cotilleo, que se extendería como la pólvora en cuestión de segundos. Nat me arrastró hasta el jardín, donde comenzó a hablarme cuando ya habíamos dejado atrás al resto de alumnos.
- Lena, explícame por qué se te ha ocurrido esa estupidez.
- Nat, no es ninguna estupidez. Más bien es un tipo de exilio voluntario.
- Ni exilio voluntario ni leches. Eres importante aquí, no puedes irte.
- ¿Por qué no?
- ¡Porque eres mi mejor amiga y te necesito! ¡Por dios, hasta hace solo una semana iba a ser la próxima candidata para “Sixteen & Pregnant”…
- ¿En serio? ¡No me lo habías contado!
- Lena, es una ironía. Me refiero a que hace una semana iba a ser mamá, iba a graduarme, no iba a estudiar en la Universidad ni me iba a dedicar a ser modelo… En fin, que mi vida vuelve a ser como antes. Bueno, como antes no, ahora tengo a Jerry.
- Jerry también te necesita, y tú lo necesitas más a él que a mí.
- ¡Y una mierda! En serio, quiero a Jerry, pero a él no puedo contarle todo lo que te cuento a ti: los cotilleos, la moda, mis secretos… Estoy segura de que Jerry se suicidaría si empezara a discutir con él sobre qué color sienta mejor a las uñas.
- Tampoco hablamos siempre de eso…
- Pero compréndelo, Jerry es mi novio, y tú eres mi amiga. Ocupas el puesto número uno de prioridades.
- Pero te he hecho daño. Yo fui la causa de que tú ahora no vayas a ser mamá.
- Por dios Lena, lo mío era un embarazo de alto riesgo, y el aborto fue involuntario, tarde o temprano iba a ocurrir… No te culpes por ello. Puede que tengas culpa de lo demás, pero Johnny también tiene la culpa.
- ¿Entonces no me odias?
- ¡Claro que no tonta! Eres mi mejor amiga, y siempre estás ahí cuando te necesito. ¿Comprendes por qué no puedes irte?
- No tengo a Chris.
- Christopher está enamorado de ti, por mucho que le duela en estos momentos. Además, la fidelidad no es su punto fuerte. ¿No te puso los cuernos con Blondie Fox en Acción de Gracias?
- No estábamos saliendo.
- Pero estabais a punto, así que es casi lo mismo. Además, te echará de menos.
- Me odia.
- No te odia, solo te ignora temporalmente. Y Charlie también. Aunque Charlie está mucho más dolida con Johnny que contigo.
- Nada me va a hacer cambiar de opinión. Ya he hecho demasiado daño a mucha gente.
- Siento que no cambies de opinión. Realmente el internado es mucho más divertido desde que tú estás aquí.
Volvimos en silencio hacia el hall, sin comentar nada de nuestra anterior conversación. Al llegar al comedor y sentarnos en nuestra mesa habitual, me asaltó la persona que menos me imaginaba en ese momento:
- Reina del internado, oh poderosa reina…
- ¿Qué quieres Barbara?
Blondie Fox seguía siendo tan molesta como siempre.
- Desde luego, desde que eres la reina…
- Vete al grano Barbara. Algo quieres para estar hablándome en estos momentos.
- Pues mira, algo tenía que comentarte. Han llegado a mis oídos ciertos rumores de que te marchas…
- Cierto.
- ¿Entonces te marchas?
- Sí, sí que me marcho.
- ¿Y quién va a ser la nueva reina? – preguntó ella ansiosa.
- La nueva reina la nombraré yo antes de mi marcha. ¿Algo más?
- No, sólo eso.
Y se fue agitando su melena rubia, que cada día era más del color de Piolín. Definitivamente, esa no era mi mejor noche.
Johnny P.O.V
Mi maleta reposaba sobre las escalinatas de la entrada. Había llamado a un taxi para que me viniera a recoger a la puerta del internado, ya que no quería que nadie se enterase de mi marcha.
Encendí un cigarrillo mientras esperaba la llegada del taxi, observando el cielo de esa noche, muy estrellado. Me habría encantado ver las estrellas con Charlie. Su regalo de cumpleaños y de San Valentín se lo había dejado encima de su cama antes de venir a la entrada, y esperaba que cuando lo viese, junto con la carta que le había dejado, yo ya estuviera lejos del internado. Pero, para mi buena o mala suerte, eso no ocurrió.
- Deberías dejar de fumar – me dijo mi pelirroja favorita apareciendo de repente – No te pega.
- Lo sé. – le dije yo tirando la colilla al suelo y aplastándola con el pie. – Pero a veces relaja.
- No es necesario que dejes de fumar porque te lo haya dicho.
- Créeme, tu opinión sigue siendo importante para mí.
- No me has felicitado.
- Feliz cumpleaños Charlie. No lo hice antes porque supuse que no querrías volver a saber nada de mí.
- Llevo puesto tu regalo.
Y era cierto. Al mirar su cuello, me di cuenta de que llevaba puesto el colgante de una “J” de oro blanco, que le había comprado unas semanas antes, antes de que todo se complicara.
- Siento haberte regalado eso.
- Créeme, me gusta. Casi tanto como me gustas tú.
- Char, te he hecho daño. Y no quiero que vuelvas a sufrir.
- La única manera en la que no sufriría sería si tú te quedaras aquí.
- Tengo que irme.
- Por favor Johnny, no te vayas. Te necesito.
Sabía que era la última oportunidad que tenía con ella. Y no iba a desaprovecharla. La quería demasiado.
- Y yo a ti Char, y yo a ti – le dije mientras le abrazaba, acariciándole el pelo mientras ambos llorábamos. – Te prometo que nunca te voy a dejar.
- Te quiero Johnny. Con locura.
- Con locura.
Y me juré que sería la última vez que me separaría de ella.
Lena P.O.V
Necesitaba un sitio tranquilo, alejado de las miradas de la gente, de mis amigas, de todo el mundo… Y sólo se me ocurría un lugar. La azotea de la residencia de los chicos. Cogí una mochila pequeña y en ella metí algo de comida, una linterna y una manta, junto con “La edad de la inocencia”. Realmente me apetecía releer ese libro.
Tras llegar a la residencia, subí hasta el pasillo del tercer piso, que estaba desierto. Me resultó muy fácil encontrar en cuarto de las escobas, y una vez allí, tantear la pared y encontrar el pomo de la puerta escondida.
Empecé a subir los escalones, y al llegar arriba, mi sorpresa fue mayúscula al encontrar a Christopher allí, que había tenido la misma idea que yo.
Recordé lo que Chris me había dicho el día en que se me declaró, en el cumpleaños de Blondie Fox: “Es mi lugar favorito del internado”. Ahora todo estaba claro.
Al oír mis pisadas, se giró, y su cara de sorpresa fue la misma que la mía.
- No esperaba verte aquí.
- Me iré ahora mismo.
- No hace falta. Hay suficiente azotea para los dos.
Me instalé en un rincón de la azotea, bastante alejada de él.
- Lena, puedes acercarte más. No muerdo. Además, estoy encima de un edredón viejo. Si te sientas a mi lado no mancharás esa sudadera tuya tan querida.
Sonreí. Sabía que Chris odiaba que yo llevara mi sudadera de Yale. Le hice caso y me senté junto a él. Saqué de la mochila la linterna y la manta, y la extendí de tal manera que nos tapara a ambos.
- ¿Qué lees? – me preguntó con curiosidad.
- “La edad de la inocencia” – respondí yo intentando concentrarme en la lectura.
- Buen libro. Me gustó bastante.
- ¿Lo has leído? – le pregunté bastante sorprendida.
- No soy tan analfabeto como tú te piensas. Además, también vi la película. Pero el único personaje que me gusta es la condesa Olenska.
- ¿Por qué?
- Porque es algo así como una anti heroína. Sólo se movía por sus intereses, e intentaba escapar de su marido. Pero se enamora de Archer, y cuando se entera de que May está embarazada, lo deja. No entiendo por qué hace eso.
- Olenska no quería hacer sufrir a May.
- ¿Eso era todo?
- Eso era todo. Olenska no quería complicar aún más las cosas. Por eso se apartó.
- ¿Cómo tú?
- ¿Cómo te has enterado?
- Nat me lo contó. Pero no entiendo por qué vas a irte.
- Soy como Ellen Olenska. Me aparto de la sociedad para no complicarlo todo aún más. Si me quedo en St. Peter, lo fastidiaré todo de nuevo, en cambio si me voy, todo volverá a ser como antes.
- No puedes irte a Nueva York. Nada sería lo mismo sin ti.
- Sólo seré un recuerdo pasajero. La famosa Lena Williams, la que salió con el rey del internado y destronó a Blondie Fox. La que lo fastidió todo intentando arreglar las cosas.
- No todo fue culpa tuya. También es culpa mía.
- Pero yo fui la que lo fastidió todo por actuar sin pensar.
- Eh, Lena, escúchame bien, porque sólo te lo voy a decir una vez. – me dijo mientras me cogía la cara con suavidad para que lo mirase. – Puede que ni tú ni yo hagamos las cosas bien nunca, pero ambos tenemos el derecho a equivocarnos.
- Pero…
- Pero nada. Puede que yo siempre haga las cosas mal, pero sí que hice algo bien, y eso fue enamorarme de ti.
Me quedé shockeada por unos momentos.
- ¿En serio? – le pregunté.
- ¿Crees que te mentiría?
- Te he hecho mucho daño. Deberías odiarme por ello.
- Pese a eso, te sigo queriendo. Porque estoy enamorado de ti, Lena Williams, con todos tus defectos y errores.
- No te merezco – le dije mientras le abrazaba y apoyaba la cabeza en su pecho.
- Sólo podrías merecerme de una manera.
- ¿De cuál?
- La primera es que me prometas que no te irás a Nueva York y te graduarás en St. Peter.
- Te lo prometo.
- ¿Quieres tu regalo de San Valentín?
- Chris, no te he comprado nada.
- Da igual. Ya sé que pedirte. Pero déjame darte tu regalo.
Chris buscó en el bolsillo de su vaquero, del que sacó una tarjeta de cartón en color beige, que contenía una dirección escrita a mano por él.
- ¿Y esto?
- Es la dirección de mi casa de Colorado. Me encantaría que vinieras conmigo en las próximas vacaciones.
- ¿Las de la semana que viene?
- Esas. No está lejos, y podríamos volver al internado en cuanto te aburrieras. Aunque si ya tenías planeado lo de ir a Los Ángeles…
- Mi madre puede esperar. Me iré contigo a tu casa. Pero ahora me siento culpable por tu regalo.
- Podrías regalarme algo ahora.
- Dime lo que quieres y lo haré.
- Que bailes conmigo para celebrar esto.
- ¿Bailar? ¿Ahora?
- Tengo música – dijo mientras señalaba un altavoz para iPod que estaba no muy lejos de nosotros.
Me puse de pie, esperando mientras que Chris encendía el altavoz y escogía una canción.
Y, como si el destino lo hubiera preparado, mi canción favorita sonó. Los primeros acordes de “Yellow”, de Coldplay, inundaron la azotea.
Él se acercó a mí, sonriendo, me cogió de la mano y puso su otra mano en mi cintura, y empezamos a bailar al ritmo de la música.
- ¿Cómo lo sabías? – le pregunté todavía sin creérmelo demasiado.
- Tarareas Coldplay cuando estás en tu mundo. Y eso me encanta.
- Sabes que soy rarita.
- Eres perfecta a tu manera.
- Te quiero Chris.
- Y yo a ti Lena.
Y me besó mientras seguía sonando nuestra canción.
sábado, 10 de diciembre de 2011
Capítulo 20: A todo el mundo le duele
Pasaron unos cuantos días sin que llegara a pasar nada entre Christopher y yo. Nos hablábamos, y él intentaba actuar con normalidad conmigo, pero ya casi nada era lo mismo.
Llevaba todos esos días intentando estar con él a solas, pero él siempre encontraba un pretexto para que no estuviéramos solos. No habíamos estado solos en ningún momento. Y quería hablar con él, pero era imposible. Por más que yo intentara arreglar las cosas con él, más me evitaba.
Pero yo no me refería únicamente al tema del sexo, sino a intentar arreglar nuestra relación. Quería a Christopher, y había estado demasiado tiempo sin él como para ahora dejarlo. No quería dejarlo. Lo quería. Puede que demasiado. Y sabía que él me quería a mí, por eso no podía entender por qué me rechazaba. ¿Acaso le importaba más su propia conciencia que yo?
En esos días que no pude hablar con Chris, me entretuve con otros asuntos. El bebé de Nat crecía lentamente mientras que su madre debía guardar reposo en sus horas libres. Nadie en el internado se había enterado de su embarazo aparte de nosotros, y Nat no pensaba decirlo a no ser que fuera estrictamente necesario.
Pero Nat estaba radiante. Casa día estaba más feliz, pese a los vómitos de por la mañana y las náuseas en las comidas. Jerry se había convertido en su sombra, y siempre estaba con ella para lo que necesitara. Y cada día que pasaba estaban más enamorados que nunca. Me alegraba mucho por ellos. Se lo merecían.
Penny, Charlie y yo queríamos organizarle un babyshower, y de eso hablábamos cuando Nat recibió su primer regalo:
- ¿Para cuándo el babyshower? – preguntó Nat.
- Nat, ¿no crees que eres un poco impaciente?
- No tengo nada de bebés. Ni siquiera un par de patucos. Ni un babero. No soy impaciente, soy realista.
- Ya te regalaremos algo, no te preocupes. – le dijo Penny.
- No si antes le regalo yo algo – dijo Jerry apareciendo en la habitación sin llamar.
- En otras circunstancias te reñiría por entrar sin llamar, pero en esta no. ¿Qué me vas a regalar? – le preguntó Nat, que estaba más ilusionada que una niña el día de Navidad.
- No es para ti querida, es para el bebé.
- Dámelo Jerry – le dijo Nat arrebatándole el paquete, que abrió corriendo.
De la caja antes perfectamente envuelta salieron un pijama de bebé, unos patucos, un gorrito y un babero, todos ellos en color verde.
- Jerry, es todo precioso, pero es tan…
- Verde – completamos Charlie, Penny y yo.
- Lo sé, lo sé, pero como todavía no sabemos si es niño o niña, pues lo cogí todo en este color, porque sirve para ambos sexos.
- Eres incorregible – le dijo ella dándole un beso.
Chris entró en la habitación y se sentó a mi lado, agarrándome por la cintura y posando un beso en mi pelo.
- ¿Habéis leído el último boletín de Fionna Catchpole? – preguntó Jerry.
Fionna Catchpole. Hacía tiempo que no oía hablar de ella. Jerry me pasó el folio ya manoseado, que empecé a leer mientras Chris hacía lo mismo por encima de mi hombro.
“Hola a mis queridos compañeros de St. Peter:
Como siempre, vuestra fiel Fionna Catchpole os cuenta los últimos cotilleos del internado.
Parece que hay crisis entre la realeza. Según mis fuentes, nuestro rey Christopher y nuestra nueva Queen Bee Lena Williams ya no están tan acaramelados como al principio. ¿Por qué será? Sólo podemos hacer caso a los rumores, y el que suena con más fuerza es el de Christian Valley. Al parecer, el ex alumno de St. Jude ha empezado una relación con la comentarista de fútbol americano del internado, la famosa y omnipresente Jill Blackstone, hecho que no les ha hecho mucha gracia a nuestros reyes. ¿Será esa la causa de su crisis amorosa o tendremos que volver a hacer conjeturas?
Se despide de vosotros vuestra cotilla favorita,
Fionna Catchpole”
- Siento que hayas tenido que enterarte de esa manera. – dijo Valley apareciendo de repente con una chica morena muy guapa.
- ¡Christian! – le respondí levantándome de mi cama. – Eres un amigo pésimo.
- Lo sé, y por eso quería presentarte a mi novia personalmente. Lena, te presento a…
- Jill Blackstone. – me dijo ella muy sonriente. – He oído muchas cosas sobre ti, sobre todo malas, pero créeme, eres encantadora.
- Un placer conocerte Jill. Me encantan tus comentarios en los partidos.
Jill me sonrió. Era realmente guapa. Alta, de piel morena, pelo negro larguísimo y muy liso, ojos oscuros y una sonrisa preciosa. Sus pómulos altos y la forma de la barbilla me indicaban que debía de ser cheroqui.
- Hola Jill, me alegro de verte de nuevo – le dijo Chris algo frío. ¿Sería por Valley? – si me disculpáis, tengo que irme, tengo algunos asuntos que resolver. Valley, chicas, os veré luego.
Y Chris se fue de la habitación. ¿Qué mosca le había picado? ¿Y por qué se había ido tan de repente? Vale, Chris seguía odiando a Valley, pero yo ahora salía con él, y había dejado a Valley por él. No podía enfadarse por el hecho de que siguiéramos siendo amigos.
Me disculpé con el resto del grupo y me marché de la habitación. Por suerte, pillé a Chris en la mitad del pasillo.
- ¿Qué te ha pasado ahí dentro?
- Nada, estoy perfectamente. – contestó él sin darle mucha importancia al asunto.
- Chris, puedes contármelo.
- No hay nada de lo que hablar Williams. – contestó él de manera muy fría.
Me quedé helada en ese momento.
- ¿Qué coño te pasa? ¿Acaso tengo yo la culpa?
- No es por eso. – contestó él, refiriéndose a la discusión que habíamos tenido acerca de mi virginidad.
- ¿Entonces por qué es?
- No quiero hablar contigo de eso.
Y se marchó, dejándome sola en el medio del pasillo. Me daban ganas de llorar, pero era demasiado orgullosa como para hacerlo. ¿Por qué estaba enfadado? ¿Y por qué me había tratado así?
Tenía que hablar con él urgentemente. Las cosas no podían quedar así entre nosotros en ese momento. Tenían que arreglarse, porque si no, desembocarían en una ruptura.
Encaminé mis pasos hacia la residencia de los chicos, convencida de que encontraría a Chris allí. Llegué frente a la puerta, y tras dudar un momento, la abrí.
Entré en la habitación convencida de que encontraría a Chris, y sin embargo, a quién me encontré fue a Johnny con su guitarra acústica, tocando unos acordes. Tras unos segundos, reconocí la canción. Era “Everybody hurts”, del grupo R.E.M. Y la canción que mejor pegaba con mi estado actual de ánimo.
Me senté a su lado, escuchando cómo cantaba la canción con esa voz suya tan suave, tan diferente de la varonil que tenía cuando hablaba.
“A veces todo el mundo llora y a veces a todo el mundo le duele”, cantaba Johnny todavía sin prestarme atención. Bonita frase que resumía perfectamente el momento que acababa de vivir.
Palpé mi bolsillo en busca de un cigarrillo, pero ya se me habían acabado. Había fumado demasiados en los últimos días.
- ¿No crees que ya has fumado bastante? – me preguntó Johnny, que ya había terminado de cantar.
- No lo suficiente.
- ¿Qué es lo que te preocupa, Lena?
Mis ganas de llorar no se hicieron esperar, y me eché a llorar desconsoladamente:
- Lena, no llores por favor. – me suplicó Johnny poniéndose de rodillas delante de mí.
- Yo sólo quería hablar con Chris…
- Chris está hablando con el entrenador Krauss, volverá pronto.
- Entonces me voy.
- Venga Lena, no te vayas.
- Está bien, me quedaré. ¿Tienes cigarrillos?
- Sabes perfectamente que no fumo. Y tampoco se los voy a robar a Jerry para solucionar tus problemas.
Permanecimos en silencio unos segundos, antes de que él volviera a hablar.
- ¿Qué es lo que pasa entre Chris y tú?
- Tenemos problemas, eso es todo. Se solucionarán pronto.
- Estás demasiado deprimida como para que me crea eso. Lena, puedes contármelo.
- Es largo de explicar.
- Tenemos un rato antes de que aparezca alguien. – me aseguró Johnny, y eso fue lo que me decidió a contárselo.
- Chris no quiere acostarse conmigo porque soy virgen. – le confesé muerta de la vergüenza.
- ¿En serio?
- En serio.
- Joder, no creía que Chris fuera así. Ha pasado mucho tiempo desde aquello.
- ¿Desde aquello?
- No sé si contártelo. Aunque, de todas maneras, ya lo sabe todo el internado.
- ¿Qué es lo que saben Johnny?
- Hace unos tres años, Chris salió con una chica, y le gustaba bastante. Ella fue la primera vez de él, y al poco tiempo lo dejó. Por eso Chris no se acuesta nunca con chicas vírgenes, no quiere que le pase lo de la otra vez.
- ¿Quién era esa chica?
- Jill Blackstone. No es que sea mala persona, es sólo que es una rompecorazones.
- Entonces Chris no se enfadó porque yo fuera amiga de Valley, sino porque se enteró de que Jill estaba saliendo con Valley.
- Por eso mismo. No quiere hacerte a ti lo mismo que ella hizo con él.
- Pero yo no voy a dejarle.
- Lo sé Lena, pero él tiene ese miedo.
- Yo no sé qué puedo hacer. He intentado hablar con él, pero ha estado evitándome. Y solo me queda una solución.
- ¿Y cuál es?
- Dejar que otro me desvirgue.
Johnny se quedó en estado de shock durante un minuto, y cuando volvió a la realidad estaba muy cabreado.
- No puedes hacerle eso a Chris. Lo matarías, literalmente.
- ¿Entonces qué hago? ¿Lo dejo? ¡No quiero dejarle! ¡Lo quiero! Y es lo único que puedo hacer para recuperarlo.
- Hay otras alternativas.
- No tengo ninguna John. Es eso o dejarle, y eso es algo que no quiero hacer. No quiero ser virgen
- Ya sabes lo que tienes que hacer.
- Es mi única opción.
- ¿Y quién va a ser el elegido? – preguntó Johnny con curiosidad.
Lo miré fijamente, dándole a entender la respuesta. Johnny, al comprenderlo, abrió mucho los ojos.
- No, ni hablar. Ni de coña. Que no se te vuelva a pasar por la cabeza.
- Por favor Johnny, no me queda otra alternativa. – le supliqué.
- Por dios Lena, que soy tu casi hermanastro...
- Todavía no lo eres...
- ¡Chris es mi mejor amigo! ¡No puedo hacerle eso! ¡Le mataría!
- Él no se enteraría de que fuiste tú.
- ¿Y qué me dices de Charlie? La amo, y ella no se lo merece.
Mierda. Ya no me acordaba de Charlie.
- Charlie no tiene por qué enterarse.
- Tienes un millón de tíos que se acostarían contigo sin dudarlo.
- Pero no tengo con ellos la suficiente confianza como para hacerlo.
- ¿Y qué me dices de Valley? Es tu ex, al fin y al cabo.
- Valley acaba de empezar con Jill Blackstone. Es tan bocazas y se sentiría tan culpable que se lo acabaría contando. Y no necesito crearme más enemigos. Compréndelo Johnny, eres mi última alternativa.
- No sé si podré hacerlo.
- Por favor Johnny, por favor – le dije mientras comenzaba a llorar otra vez.
Johnny titubeó, pero al final me besó. Nos empezamos a besar bajo mis lágrimas, que caían sin parar y mojaban nuestros labios.
Y entonces pasó lo peor que podría haber pasado. La puerta se abrió, dejando entrar a Kevin, que vio la escena perfectamente y se quedó casi sin respiración.
- Kevin... – susurré antes de que él empezara a hablar.
- Ni me hables Lena. – dijo él muy enfadado.
- Por dios Kev, no es lo que parece. – le aseguró Johnny en vano.
- ¿Cómo que no es lo que parece? ¡Te estabas besando con Lena! – le echó Kevin en cara a Johnny.
- ¡No por gusto Rumsfeld! – le gritó a su vez Johnny.
- Por favor Kev, no se lo digas a nadie. – le supliqué.
Kevin se fue de la habitación sin responder. Mierda, mierda, mierda. La que se había liado.
Kev POV
Salí de la habitación corriendo. Joder. Lena y Johnny. Era impensable. Por dios, si en dos meses iban a convertirse en hermanastros… ¿Qué iba a hacer? ¿Decírselo a Charlie y a Chris? ¿O callarme y hacer como que no había pasado nada?
Casi sin darme cuenta, mis pasos me llevaron hacia el único lugar en el que me apetecía estar en ese momento. Abrí la puerta sin llamar, y, haciendo caso a las protestas de Nat, abracé a una sorprendida Penny con fuerza.
Penny me cogió la cara suavemente, mirándome preocupada.
- ¿Qué ha pasado Kevin?
- Algo que no debería haber visto.
Las caras de preocupación de Penny, Nat y Jerry eran evidentes.
- ¿Qué has visto Kev? – preguntó Nat mientras se levantaba y se acercaba hacia mí, preocupándose a su vez.
- Lena y Johnny se estaban besando en nuestra habitación. – confesé con un fuerte suspiro.
- ¿Qué? – gritó Charlie, que entraba en ese fatídico instante en la habitación.
Mierda. Definitivamente mierda.
Ni a Charlie le dio tiempo a gritar cuando aparecieron Johnny y Lena por la puerta, ni a Penny reaccionar, porque Nat se desmayó y cayó al suelo. Me agaché junto a ella para tomarle el pulso, y vi que el suelo empezaba a llenarse de la sangre que manaba de la entrepierna de Nat.
Penny y Lena empezaron a gritar, junto con Jerry, y como la situación de pánico era general, cogí a Nat en brazos y salimos todos corriendo en dirección a la enfermería. El embarazo de alto riesgo de Nat nos preocupaba a todos demasiado como para empezar a discutir.
Las horas siguientes fueron eternas. Estábamos todos sentados en las sillas que estaban frente a la puerta de la enfermería. Jerry estaba con Nat, a la que asistía una enfermera. Jerry no había salido en ningún momento para despreocuparnos. Y eso era algo muy preocupante.
Estábamos callados, sin saber qué decir o hacer. Yo estaba sentado con Charlie y Chris, mientras que Penny lloraba silenciosamente en el regazo de Lena, que también lloraba, y Johnny les tendía pañuelos de vez en cuando.
El silencio se rompió cuando Charlie comenzó a hablar después de un largo silencio.
- Cuando salgamos de aquí, no quiero volver a saber nada de vosotros dos. – dijo ella con rabia señalando a Johnny y a Lena.
- Charlie... – empezó Johnny.
- No John, no hay nada más que hablar.
La cosa era seria. Charlie estaba muy enfadada con Johnny. Le había llamado John.
- La culpa fue mía – murmuró Lena, intentando disculparse, en vano.
- Me da igual de quien fuera la culpa. Nada de lo que digas me hará cambiar de opinión. – afirmó ella rotundamente.
- Char...
- ¡No me llames Char! – dijo Charlie elevando el tono de voz. – Lo nuestro terminó en el mismo momento en el que decidiste liarte con ella.
Charlie estaba a punto de llorar. La conocía demasiado como0 para saber que de un momento a otro se iba a derrumbar.
- Por dios, si sois hermanastros. – añadió ella con un hilo de voz.
- Te quiero. – susurró Johnny cabizbajo.
- Nada me va a hacer cambiar de opinión, ¿me oyes Morrison? – añadió ella con la voz temblorosa. – Nada.
Y tras toda esa tensión acumulada, se echó a llorar, tapándose la cara para que no la viéramos sufrir.
- ¿Podéis parar de discutir por favor? Lo de Nat es mucho más importante – dijo Chris, bastante frío.
Chris era así. Por muy enfadado que estuviera, no iba a mostrarse nunca así. Iba a ser frío, muy frío. Y no iba a comentar su enfado con nadie. Lo cual era peor, porque toda la tensión y los nervios se le acumulaban, y al final acababa explotando.
Jerry salió de la enfermería, llorando como nunca lo había visto llorar. Se abrazó a las piernas de Chris, sin soltarse ni nada. Chris le abrazó con fuerza. No hacía falta que Jerry dijera nada. Adam o Amy ya no existía.