Vestidos
y champagne
Dos días después de la boda, con mi madre ya convertida en la
nueva señora Morrison y con la noticia de que sería madre en aproximadamente
seis meses, volvimos al internado para retomar nuestra rutina.
El siguiente mes y medio pasó como un rayo de luz, rápido y
luminoso. Tras varios exámenes, llegó un momento en que el curso ya casi se
había acabado. Y como cada curso que se acaba, llegan las tradiciones de final
de curso, y con ellas, el tradicional baile de graduación.
Y por eso las chicas y yo nos fuimos de compras para
encontrar nuestros vestidos perfectos para el baile:
-
No
me gusta ninguno – dijo Charlie mirando un perchero lleno de vestidos de
graduación.
-
Charlie,
¿qué les pasa a los vestidos esta vez? – preguntó Nat.
Charlie ya había rechazado cuatro percheros llenos de
vestidos preciosos, y ya empezaba a exasperarnos.
-
Son
demasiado…
-
¿Rosas?
– aventuré yo.
-
Eso
mismo. Son demasiado rosas.
-
Charlie,
¿qué tienes en contra del rosa? – le preguntó Penny.
-
No
me gusta el rosa. Es demasiado clasista.
-
¿Clasista?
– preguntamos las tres a la vez.
-
El
rosa es clasista, sólo se reserva para las chicas.
-
Char,
eso tampoco es tan cierto.
-
Lenny,
cuando nace un bebé y es una niña, ¿de qué color es la ropa que le regalan?
-
Rosa
– admitimos las tres a la vez con un suspiro de resignación.
-
Pues
eso, el rosa no me gusta.
-
Charlie,
los otros vestidos no eran rosas.
-
Nat,
ya sé que los otros vestidos no eran rosas… El problema es que no quiero
comprarme un vestido para la graduación.
-
¿CÓMO
QUE NO QUIERES COMPRARTE UN VESTIDO? – gritó Nat, haciendo que las dependientas
de la tienda la mandaran callar. – ¡Eh, que me voy a comprar un vestido, si
quiero gritar pues grito!
Las dependientas miraron mal a Nat, que les hizo caso omiso y
siguió mirando furibunda a Charlie.
-
Nat,
se te está pegando lo del mal humor irlandés de Jerry.
-
¡No
estoy de mal humor! Sólo le grito a Charlie.
-
Nat,
parece que has salido de un pueblo perdido en el medio de Irlanda en vez de
Washington.
Nat nos miró mal a Penny y a mí, que estallamos en risas.
-
Tienes
exactamente cinco segundos para explicarme eso. – le dijo Nat a nuestra amiga
pelirroja, intentando ponerse seria.
-
Nat,
no quiero comprarme un vestido de graduación… – empezó Charlie.
-
Bueno
mujer, pues entonces llevas algunos de los que ya tienes…
-
Nat,
no quiero graduarme. – terminó Charlie
-
¡¿CÓMO
QUE NO QUIERES GRADUARTE?! – volvió a gritar Nat.
-
Por
favor señorita, si vuelve a gritar le rogamos que abandone la tienda. – le dijo
una dependienta a Natalie.
-
¡Pero
me voy a comprar un vestido! ¡No puedes echarme!
-
A
la próxima se va usted fuera. – dijo la dependienta volviendo a su lugar
habitual.
-
Por
dios, esta tía parece prima de Blondie Fox. En fin, ¿por dónde íbamos?
-
Por
lo de que Charlie no se quiere graduar. – le informé.
-
Ah,
pues eso. A ver Charlotte, ¿por qué motivo no quieres graduarte?
-
Porque
si me gradúo, significa que esto se acaba. Y no quiero que esto se acabe – dijo
Charlie poniéndose triste.
-
Oh
Charlie – le dijo Penny mientras la abrazaba, abrazo al que nos sumamos todas.
– No te pongas triste, que vamos a seguir viéndonos.
-
Claro,
eso lo decís ahora, pero luego cuando estemos cada una en una universidad
distinta…
-
Char,
nos vamos a seguir viendo. Por lo menos vamos a estar en el mismo país.
-
Vale,
en ese sentido tienes razón. Pero os voy
a echar de menos a todas.
-
¡Y
nosotras a ti bombón de cereza! – le gritó Nat.
-
Señorita,
ya la he avisado, le ruego que abandone la tienda.
-
¡Pero
si estoy dispuesta a gastar diez mil pavos en el vestido! – gritó Nat de nuevo,
provocando nuestras carcajadas.
-
Por
favor, abandone la tienda. – le dijo la dependienta haciendo un gesto hacia la
puerta.
Las tres seguimos riéndonos mientras salíamos corriendo de la
tienda.
-
Nat,
¿te das cuenta de que esta fue la tercera tienda de la que nos han echado? – le
dije intentándola mirar seriamente.
-
Lena,
si las dependientas son unas bordes, no es mi culpa. Yo les dije que me iba a
gastar diez mil pavos, si no querían ganarlos…
-
En
serio Nat, ¿ahora dónde compramos los vestidos? – le preguntó Penny.
-
PennyPen,
conozco el sitio ideal. Seguidme – dijo ella guiándonos hasta el parking del
centro comercial, donde descansaba su nuevo BMW descapotable blanco, regalo de
sus padres por su reciente dieciocho cumpleaños.
Nos instalamos en el descapotable de Nat, que condujo hasta
el centro de Denver, donde había una boutique bastante grande, pero vacía en
ese momento. Una chica rubia bajita con moño y gafas, muy mona, nos abrió la
puerta con una sonrisa enorme. Nat fue a darle dos besos, y nos la presentó:
-
Chicas,
os presento a Mary. Es una de mis estilistas, y ésta es su boutique.
-
Bienvenidas.
Os estaba esperando. Nat me avisó de que vendríais.
-
Nat,
¿has hecho que nos echen de las tiendas a propósito? – le pregunté, todavía sin
poder creérmelo.
-
Lena,
tengo demasiado glamour para comprar en un centro comercial. Además, esos
vestidos eran horribles. ¿O no? – dijo ella mientras cotilleábamos entre los
vestidos.
-
En
serio Nat, nunca cambiarás – le dijo Penny miraba de reojo un vestido rojo de
volantes.
Tras un rato eligiendo vestidos, seguimos a Mary a la parte
posterior de la boutique, casa una cargada con una pila enorme de vestidos,
incluida Charlie. La parte posterior era una sala de estilo showroom, con un
montón de espejos de cuerpo entero, probadores, una tarima elevada medio metro
del suelo, y, para las acompañantes, un cómodo sofá con una mesita de café.
-
Y
bien chicas, ¿quién será la primera? – preguntó Mary con una sonrisa.
-
¡Penny!
– dijimos Charlie, Nat y yo al mismo tiempo.
-
De
acuerdo, seré la primera víctima – dijo ella con un suspiro de resignación
entrando en el probador con el primero de sus vestidos.
-
Y
bien chicas, ¿qué deseáis tomar?
-
¿Tienes
champagne? – preguntó Nat.
-
Nat,
¿no crees que es un poco pronto para beber? – le pregunté.
-
Lena,
la ceremonia de los vestidos sólo la haremos una vez, así que vamos a tomar
champagne. Mary, dile a tu ayudante que traiga una botella de Moët. Bien fría,
como me gusta a mí.
La tímida ayudante de Mary
desapareció tras una puerta y volvió con una botella de champagne, bombones y
cuatro copas, que puso en la mesa y empezó a llenarlas. Y cuando las copas ya
estaban llenas, Penny apareció con un vestido dorado.
-
Penny,
súbete aquí. – le indicó Mary al tiempo que le ayudaba a subirse a la tarima.
Después, se puso a dar vueltas alrededor de ella, mirando con atención cómo le
quedaba el vestido. – ¿Cómo te ves?
-
Rara.
– contestó ella mirándose al espejo.
-
Penny,
no me gusta cómo te queda ese color. – le dijo Charlie.
-
Ni
a mí – la secundó Nat.
-
Estás
como demasiado exagerada. – completé.
-
Pues
todos los vestidos que escogí son de ese estilo. – dijo ella como apenada.
-
Penny,
¿y qué te parece este vestido? – le preguntó Mary acudiendo a su rescate con un
vestido rosa claro.
-
¿No
me veré muy rosa? – preguntó ella con algo de desconfianza.
-
Ya
verás como te sienta genial. Venga, pruébatelo – la animó Mary.
Penny volvió al probador y salió minutos después con el
vestido puesto. Se volvió a subir a la tarima y se miró al espejo con una
sonrisa. Luego, se giró hacia nosotras y preguntó:
-
¿Qué
os parece? – preguntó ella.
-
Estás
preciosa.
Y era cierto. El vestido, de color rosa palo, era de
inspiración griega y romana. El escote era en V, tenía un cinturón en la
cintura, donde el vestido quedaba ajustado, y luego caía libre hasta el suelo.
Era perfecto para ella.
-
No
lo dudes Penny. Te queda genial.
-
Pues
me lo llevo – dijo ella con una sonrisa enorme mientras iba al probador a
cambiarse.
-
Y
bien chicas, ¿quién es la siguiente?
-
Voy
yo. – dijo Nat levantándose del sillón y dirigiéndose al probador con un único
vestido azul.
Nat salió a los pocos minutos de allí vestida con un vestido
azul, un tono entre claro y oscuro, de palabra de honor que se ajustaba en el
pecho y luego caía libre hasta el suelo. Se subió a la tarima, se miró al
espejo y sonrió.
-
Suena
mal que lo diga yo, pero estoy perfecta.
-
Te
falta el peinado para estar perfecta – le dijo Mary.
-
Ilumíname
con tus ideas, santa Mary.
-
¿Qué
te parece un recogido trenzado? – le sugirió nuestra gurú de la moda
particular.
-
Excelente
idea. – le contestó Nat.
Nat se dirigió al probador a cambiarse, y yo me levanté del
sillón, ya que era mi turno. Ya en el probador, me probé el primero de mis
vestidos, ambos de color lila claro. Salí fuera y me subí a la tarima,
soportando las miradas de las chicas.
-
¿Qué
os parece? – pregunté con una nota de inseguridad en la voz.
-
¿Sinceramente?
– me respondió Nat.
-
Para
eso hemos ido todas a por los vestidos. Necesito vuestra opinión. – les dije.
-
Creo
que es demasiado recargado. – admitió Charlie.
-
Demasiado
encaje para mi gusto. – añadió Penny.
-
Parece
un vestido de novia – dijo Nat por fin.
-
¿En
serio? – pregunté, mirándome con más atención en el espejo.
-
Lo
pones en color blanco y es de novia.
Vale, había que admitir que Nat tenía razón. Parecía una
adolescente que se casa nada más acabar el instituto. Me bajé de la tarima y
volví al probador, donde me quité ese vestido y me puse mi segunda opción. Salí
de allí y me volví a subir a la tarima, sin mirarme todavía al espejo. Pero las
chicas no me prestaban atención, ya que estaban sirviéndose otra ronda de
champagne y comiendo bombones.
-
¿Qué
os parece este? – dije casi gritando para que me hicieron caso.
Las cuatro se giraron a la vez, y me miraron fijamente.
-
Lena,
haz el favor de mirarte al espejo. – me dijo Mary.
Lo hice. Realmente, no me esperaba que ese vestido me quedara
tan bien. Demasiado bien. Era de color lila claro, largo hasta el suelo,
ajustado en la cintura y con caída libre. Sería un vestido que habría pasado
inadvertido de no ser por el adorno de la parte superior del vestido. Uno de
los tirantes estaba hecho con la tela del traje, y desde el principio de ese
tirante salía una tira de piedras en diferentes tonos de lila y morado, que
hacía un semicírculo y, al llegar a mi hombro, bajaba por la espalda hasta
unirse con el final del otro tirante.
-
Estás,
estás… - dijo Penny casi sin palabras.
-
Espectacular
– completó Charlie la frase.
-
Lena,
si no te pones eso en el baile, te lo pondremos a la fuerza – me amenazó Nat.
-
De
acuerdo, de acuerdo. Me lo llevo. – dije mientras volvía al probador para
volver a ponerme mi ropa.
Tras vestirme, volví al sillón y me apoderé de la caja de
bombones, pese a las protestas de Nat y Penny. Tras esto, Charlie salió del
probador con el primero de sus vestidos.
-
¿En
serio te has puesto un vestido amarillo? – le gritó Nat, haciendo que Charlie
volviese corriendo al probador.
-
Ese
es feo – dictaminó Penny cuando Charlie salió con su segundo vestido, uno color
naranja claro.
-
Ese
es más feo aún – dije cuando salió con el tercer vestido, de color plateado con
muchas lentejuelas.
-
Por
dios Charlie, ¿quieres que me de un infarto? Quítate esa cosa negra de encima –
le volvió a gritar Nat cuando Charlie salió con un vestido negro horrible.
-
¡Quítate
eso! – le gritamos esta vez las tres cuando Charlie salió con un… ¿vestido? ¿Podíamos llamar vestido a esa
cosa?
-
¿Sabéis
a quién me acaba de recordar? – nos preguntó Nat cuando Charlie volvió al
probador.
-
¿A
quién? – le preguntamos Mary, Penny y yo a la vez.
-
A
Blondie Fox. Llevó algo parecido en su cumpleaños del año pasado.
-
Es
cierto – dijo Penny. – Y bien Charlie, ¿con qué vestido vas a deleitarnos
ahora?
La aludida salió con un vestido rojo que no era ni
horripilante ni horroroso ni parecía un vestido de fulana. Es más, era un
vestido muy bonito.
-
Por
favor, absteneros de hacer comentarios groseros esta vez – dijo ella con voz
derrotada. – Este me gusta de verdad.
-
Y
te queda muy bien – le dije.
-
¿En
serio? – preguntó ella, todavía sin creérselo demasiado.
-
Charlie,
este es el primer vestido bonito que te pruebas hoy. – le dijo Penny.
-
Y
te va a quedar muy bien – completó Nat.
Realmente, el vestido de Charlie era muy bonito. Rojo, de
palabra de honor, largo hasta el suelo. La parte de arriba parecía un corsé al
que se le unía una tela vaporosa en un tono de rojo más claro. Era perfecto
para ella.
-
¿Entonces
me lo llevo?
-
Charlie,
llévatelo. Ninguno te va a quedar tan bien como ese.
Charlie, algo más contenta, volvió al probador para
cambiarse, mientras que nosotras seguíamos bebiendo champagne y comiendo
bombones. Cuando Charlie salió, fuimos a pagar los vestidos y salimos de la
tienda, algo ebrias por haber bebido tanto champagne.
-
Bien
chicas, todavía nos quedan unas horas. ¿Qué hacemos? – preguntó Charlie.
-
¿Podemos
volver al internado? – pidió Penny. – Me duelen los pies.
-
Penny,
hoy es nuestro día de libertad. Aprovechémoslo. – dije totalmente convencida.
-
Pues
vamos a salir por ahí. –dijo Penny olvidándose de su dolor de pies.
-
¿A
quién le apetece seguir tomando champagne?
Las cuatro dejamos las bolsas con los vestidos dentro del
maletero de Nat y nos dirigimos a un bar de copas. Pero para nuestra desgracia,
a esa hora, la mayoría estaban cerrados a esa hora. Así que, tras media hora de
búsqueda, encontramos uno abierto.
El bar, con temática de los años ochenta, estaba lleno de
gente, pese a que eran las diez de la noche o así. Tras pedir dos rondas de
champagne más, nos pusimos a bailar como locas en el medio de la pista de
baile. Cuando estaba sonando algún tema bastante movido, se me acercó un tío de
veintitantos años que iba más alcoholizado que yo a esas horas.
-
Eh
preciosa, ¿quieres bailar? – me preguntó con un tono de voz que no me gustó para
nada.
-
La
señorita no quiere bailar – dijo Chris apareciendo de repente.
-
Eso
tendrá que decírmelo ella – dijo el veinteañero poniéndose chulo.
-
Ella
tiene novio, así que déjala – le dijo Chris mientras me sacaba a rastras del
local junto con el resto de mis amigas.
Ya en el exterior, el aire de la noche me despejó un poco, lo
suficiente como para preguntarme qué diablos hacía Chris aquí.
-
Schoomaker,
¿qué haces aquí? – le pregunté.
-
Sacaros
de ese bar. Creo que ya habéis tenido fiesta suficiente por hoy.
-
¿Y
cómo nos has encontrado? – le preguntó Nat.
Chris miró hacia el suelo, evitando mirarme.
-
Christopher
Arthur – empecé, al mismo tiempo que me entraba el hipo. - Schoomaker III. – seguí hipando. – Mírame a
los ojos cuanto te hablo y no me evites.
-
Te
he puesto un GPS en el móvil.
-
¿Me
has puesto un GPS en el móvil? – le grité.
-
¿En
serio le has hecho eso? – preguntaron las chicas, riéndose a carcajadas.
-
Pues
a mí no me hace gracia – dije.
-
¿Y
cómo has llegado hasta aquí? – le preguntó Charlie. - ¿Dónde está el resto?
-
Los
demás se han quedado en el internado viendo cómo terminaba el partido de
baloncesto. Y me ofrecí a venir a buscaros. Y sí, vine en taxi. No me fiaba
demasiado de cómo os iba a encontrar.
Llegamos al sitio donde estaba aparcado el descapotable de
Nat. Chris se subió al asiento del piloto.
-
Schoomaker,
fuera de ahí – le dijo Nat.
-
Natalie,
estás borracha. No puedes conducir así.
Nat se sentó en la parte de atrás entre protestas, quedando
yo sentada en el asiento delantero, y Penny y Charlie detrás con Nat. Chris
arrancó y encendió la radio. Sonaba “Candyman”, de Christina Aguilera, y las
cuatro nos pusimos a cantarlo:
-
Tarzan
and Jane were swinging on a vine. – empezó a cantar Nat.
-
Candy man! Candy man! – gritamos las tres.
-
Sippin’
from a bottle of vodka double wine. – siguió cantando
la rubia.
-
Sweet, sugar, candy man! – cantamos las tres a la vez, haciendo
de coro.
Y Chris apagó la radio de repente.
-
¡Eh,
vuelve a poner eso! – le dije.
-
No
– dijo él firmemente.
-
¡Aburrido!
– le gritamos las cuatro.
Chris sacudió la cabeza de un lado a otro, como exasperado.
-
No
sé como no pude darme cuenta antes. – dijo.
-
¿Darte
cuenta de qué? – le pregunté.
-
Por
favor, decidme que la única borracha de este coche es Nat. – dijo Chris.
-
Pues
va a ser que no – dijo Charlie estallando en carcajadas.
-
Lena,
por favor, dime que tú no lo estás.
-
Sólo
un poquito – le dije hipando otra vez, haciendo que las tres volvieran a
reírse.
-
Desde
luego, no hay quien os aguante así – dijo él volviendo a fijar la vista en la
carretera.
-
Venga
Chris, ¡anímate hombre! – dijo Charlie sacando de su bolso otra botella de
champagne con copas.
-
¡¿De
dónde habéis sacado eso?! – gritó Chris.
-
Lo
hemos “tomado prestado” del bar – dijo Nat, provocando nuestras carcajadas de
nuevo.
Volví a encender la radio, y volvimos a cantar. Chris siguió
conduciendo e intentando ignorar nuestros intentos de seguir bebiendo champagne
e imitar a Christina Aguilera.
Al llegar al internado, aparcó en la plaza de aparcamiento
que le habían asignado a Nat y se bajó del coche, abriendo el maletero para
coger nuestros vestidos.
-
¿Qué?
¿Vais a quedaros aquí toda la noche? – preguntó cuando ya había terminado.
Las cuatro nos bajamos del
descapotable y le seguimos hasta nuestra residencia intentando no hacer ruido.
Al llegar a nuestra habitación, descubrimos al resto de los chicos sentados
esperándonos.
-
¿Dónde
estabais? – preguntó Kevin.
-
Por
ahí – le contestó Penny, haciendo que nos volviéramos a reír las cuatro.
Kev, Jerry y Johnny nos miraron sin comprender nada.
-
Están
borrachas – explicó Chris mientras dejaba nuestras bolsas en el suelo.
-
¿Las
cuatro? – preguntó Johnny sorprendido.
-
Las
cuatro. – le respondió Chris.
-
¡Y
con ganas de continuar la fiesta! – gritó Charlie, sacando la botella de
champagne que habíamos tomado en el coche del bolso.
-
¿Puedo
apuntarme? – preguntó Jerry uniéndose a nuestro grupito.
-
¡Claro
que no! – le gritó Kev.
-
Jerry,
por dios, ten un poco de sentido común. Bastante tenemos con cuatro borrachas
como para que tú también te pongas así.
-
Oye
Johnny, que nosotras no estamos borrachas – le dijo Charlie.
-
Apestáis
a alcohol – dijo Chris.
-
A
champagne cariño, a champagne – le dije acercándome a él. - ¿No quieres unirte
a la fiesta? ¿O prefieres que tengamos una fiesta privada tú y yo solos?
-
Lena,
a la cama. – me dijo él mirándome muy seriamente.
Los chicos registraron nuestros bolsos para ver si
guardábamos algo de alcohol, y, al no encontrar nada, nos acostaron a cada una
en su cama y se fueron. Y yo no tardé ni diez segundos en quedarme dormida.