Miseria
El día siguiente llegó, y con él, la típica calma que precede a una tormenta. Experimentaba la sensación de que mi día no iba a ser como cualquier otro, sino que iba a ser “algo” diferente. Me inquietaba ese “algo”, porque lo desconocía y no sabía como reaccionaría ante él.
Descubrí la causa de mi inquietud cuando decidí levantarme de la cama, ir la pared de la habitación y consultar mi horario. Equitación las dos primeras horas. Solté un suspiro de resignación. No por tener que ir hasta los establos cuando hacía tanto frío por las mañanas, sino por ver a Fred Hilton.
Sinceramente, no me apetecía nada volver a verle. Me ponía de los nervios la manera en que intentaba ligar conmigo, aun sabiendo que tenía novio. Vale, no le había dicho quien era mi novio, pero tampoco creía que hiciese falta. Si Charlie no se lo había contado todavía, ya se habría enterado por Fionna Catchpole. Los cotilleos volaban por el internado.
Por todo eso, volví a meterme en la cama y a taparme completamente con las sábanas, sin intención de levantarme.
- Despierta dormilona – me dijo Nat lanzándome un cojín por encima.
- No quiero ir a clase. – gruñí yo.
- ¿Y se puede saber por qué? – preguntó Charlie sumándose a la conversación.
- Estoy enferma.
- ¿Qué vas a estar tú enferma? Ayer por la noche ni querías dormir – añadió Penny algo somnolienta.
- Eso era ayer. Hoy me encuentro mal.
- ¿Pretendes que nos creamos que te encuentras mal? – preguntó Nat con ironía.
- ¿Por qué no?
- Teniendo en cuenta la cantidad de comida sana que comes, dejando aparte tu adicción por el chocolate… - comentó Charlie
- Y siempre vas muy abrigada a clases. Es imposible que estés enferma. – la secundó Penny.
- ¿Por qué nadie se cree que estoy enferma? – dije saliendo de la cama.
- Porque tienes el cutis demasiado bien para estar enferma, querida. – añadió Nat. – Así que dúchate y vístete, o llegaremos tarde a desayunar. Y hoy seguro que llegamos a tiempo para coger las mejores tortitas.
- No estés tan segura. – le dije dirigiéndome al armario para sacar el uniforme. – Seguro que todo el sector masculino ya está haciendo cola para las tortitas.
- Seguramente todavía estén durmiendo. – añadió Penny.
- En serio Lena, ¿no se te hace la boca agua con las tortitas? – me preguntó Charlie.
- Tortitas con mucho chocolate – terminó Nat, poniendo mucho énfasis en lo de chocolate.
Vale, unas buenas tortitas eran capaces de levantarme el ánimo. En vez de ponerme el uniforme, me puse una camisa blanca, un jersey verde de lana, unos pantalones de montar marrones y las botas de montar, además de un chaleco impermeable de color verde oscuro.
Una vez que Charlie y Nat se pusieron los uniformes y Penny se vistió de manera similar a la mía, nos dirigimos al comedor para desayunar. A esa hora estaba casi lleno, por lo que abrimos camino hacia nuestra mesa habitual casi a empujones.
Los chicos ya estaban sentados, cada uno con un plato lleno de tostadas delante. Estaban casi dormidos, por lo que no dieron mucha conversación. Miré hacia la izquierda de Johnny. El sitio, normalmente ocupado por Chris, estaba vacío. Lo echaba terriblemente de menos.
Al acabar de desayunar, Penny y yo nos dirigimos hasta los establos, donde nos esperaba el resto de la clase. Y tras nosotras, apareció Fred, que llegaba puntual por una vez.
- Buenos días chicas – dijo él con una sonrisa seductora, que hizo suspirar al grupo de descerebradas – y Alan – añadió rápidamente cuando Alan Perkins le miró mal.
- ¿Hoy también tendremos que limpiar las cuadras, Fred? – añadió Kelly Preston con voz de niña mimada.
- Hoy vamos a dar una vuelta con los caballos. – añadió él.
El aplauso colectivo no se hizo esperar. Fred hizo el gesto de acallarnos mientras intentaba poner orden en el gallinero en que se había convertido mi clase.
- Venga, sacad a vuestros caballos fuera. Vamos a hacer unas cuantas maniobras.
Me dirigí al box de Pearl sin pensarlo, y tras ensillarla, la saqué del establo tirando por la rienda. Me tocó colocarme al lado de Kelly Preston, también llamada lacaya de Blondie Fox número uno, que me miraba fatal. Le hice caso omiso mientras intentaba seguir la explicación de Fred.
- …y cuando lleguéis al final del campus, bordeáis el huerto de la profesora Linton y saltáis la valla de madera.
- Fred, ¿podemos…
- No, no podéis. Nada de pisotearlo ni decir que fue algo accidental. Aunque muchas estéis deseando hacerlo.
Otra risita colectiva. Nos subimos a los caballos, nos colocamos en una fila y seguimos las indicaciones de Fred, que iba delante de todos. Al llegar al final del campus y salir del recinto, nos volvimos a bajar.
Fred continuó con la explicación de la ruta que íbamos a seguir, cuando noté que Pearl empezaba a agitarse a mi lado y a relinchar más de lo normal. Algo le pasaba, eso estaba claro.
- Helena, ¿le pasa algo a tu yegua? – me preguntó Fred, que se había dado cuenta de que algo le pasaba a Pearl.
- No lo sé Fred. Se ha puesto así ahora mismo.
Fred, tras darle las riendas de su caballo a Alan Perkins, se acercó a mi lado y empezó a acariciar el lomo de Pearl, hablándole. Pero, a pesar de su apodo en el internado (“El chico que susurraba a los caballos”), Pearl no se calmaba.
- Voy a intentarlo yo – le dije mientras me volvía a montar en la yegua.
Pearl no paraba de moverse, y agarré las riendas con más firmeza. Pero, de repente, la yegua se encabritó, provocando que yo me cayera al suelo y me hiciese bastante daño.
Fred le mandó a Kayla Phillips que atase las riendas de Pearl en la valla de madera, y se agachó a mi lado.
- Lena, ¿estás bien? ¿Te has hecho mucho daño?
- Me duele el tobillo – le dije mientras gemía de dolor.
- No te preocupes, te llevaré a la enfermería. – añadió él mientras me cogía en brazos, me colocaba delante de él en su caballo, e iniciábamos en camino de vuelta al internado.
Tras pasar por los establos un momento para dejar los caballos, Fred me cogió en brazos de nuevo y me llevó a la enfermería. Penny, que no se quería separar de mí, nos acompañaba.
La enfermera Patmore, una señora de unos cincuenta años, nos recibió con cara de sorpresa.
- Señor Hilton, no esperaba verlo por aquí tan pronto.
- Esta vez no soy yo el enfermo, Dorothy. La que se ha caído del caballo ha sido la señorita Williams.
- No me he caído – le recordé – El caballo se encabritó.
- El hecho es que usted se cayó – zanjó la enfermera. – ¿Y usted qué hace aquí, señorita Picard?
- Vengo de acompañante.
- Pues ya sabe, no deje que la señorita Williams se queje.
- Yo me voy. Necesito examinar a Pearl. Volveré en un rato a visitarte.
Y Fred se marchó de allí. La enfermera mandó llamar al médico del internado, el Dr. Logan, que me hizo una radiografía en el escáner portátil.
- ¿Es grave doctor? – preguntó Penny con cara de preocupación.
- Su amiga está bien. Lo único que tiene es un esguince.
- ¿Tendré que andar con muletas? – pregunté.
- Pues sí, señorita Williams. Por ahora tendrá que hacerlo durante dos semanas, y si cuando le haga la revisión sigue teniendo molestias, tendrá que llevarlas durante una semana más. Usted tiene que aplicarle la pomada anti inflamatoria todos los días, y con reposo se recuperará.
- Doctor Logan, ¿tengo que pasar la noche aquí?
- No hará falta señorita Williams, podrá ir a su habitación ahora mismo – dijo tendiéndome unas muletas – Recuerde, mucho reposo.
Penny y yo salimos de la enfermería, y en la puerta del edificio nos esperaban Nat y Charlie en el carro de golf de la pelirroja. Me abalancé sobre el asiento trasero y Penny se sentó a mi lado.
Pero antes de que consiguiéramos arrancar, apareció Fred.
- ¡Lena! ¿Qué tal te encuentras?
- Tengo un esguince de tobillo, pero nada más.
- Me alegro de que no sea nada grave. Pero no te buscaba por eso.
- ¿Qué ha pasado? – preguntó Nat.
- Resulta que hay una especie de reina cotilla en el internado.
- ¿Te refieres a Fionna Catchpole?
- La misma. He encontrado uno de estos papeles en una de las mesas de la cafetería. – dijo él mientras le tendía el papel a Charlie.
- ¿Debería preocuparme? – pregunté con un hilo de voz.
- Deberías. – añadió Charlie, que me tendió el papel para poder leerlo.
“Hola a mis queridos amigos de St. Peter:
Vuestra cotilla favorita vuelve cargada de novedades. Como todos habréis podido observar, hay un profesor nuevo. Para los que no lo conozcáis, se trata de Fred Hilton Jr. Y sí, es el famoso hermano mayor de la célebre Charlie Hilton, una de las princesas del internado. Y no, no tiene nada que ver con la familia Hilton.
Nuestro nuevo profesor tiene veintitrés años, es veterinario y criador de caballos pura raza. Sobra decir la asignatura que ha venido a impartir, ¿cierto? Pero su profesión no viene al caso. O al menos de manera directa. Nuestra reina, Lena Williams, está apuntada a su clase, y al parecer, según fuentes cercanas, su caída de esta mañana no fue accidental. Algunos dicen que se tiró a propósito de su caballo para que el chico que susurra a los caballos la llevara en brazos a la enfermería.
Otras fuentes me comentan que en su primer día de clases, la joven Williams salió más tarde del establo que sus compañeros, seguida por Hilton. ¿Hay algo entre ellos o sólo es una suposición errónea? ¿Lo sabe Christopher Schoomaker? Sólo nos queda hacer conjeturas.
Me despido de vosotros a la espera de más novedades,
Fionna Catchpole”
- ¿Desde cuándo hay una reina cotilla?
- Desde hace unos tres años, más o menos.
- No recordaba que hubiera una – admitió Fred.
- Fred, siempre estabas o en clase o en los establos. Tu vida no era nada que pudiera interesar a la gente.
- De acuerdo, me vuelvo con mis caballos. Creedme, son mucho más interesantes que esa bazofia de boletín. – dijo Fred mientras se marchaba de allí en dirección a su lugar favorito en el internado.
Charlie arrancó el carro de golf, y mientras nos dirigíamos a nuestra residencia, continué con la conversación:
- En cambio la mía sí – suspiré algo afligida.
- Cariño, Fionna Catchpole ha escrito boletines peores que este. – me dijo Nat.
- Como cuando todo el mundo se enteró de que Blondie Fox había perdido la virginidad con Colin Baker, en vez de con su novio de por aquel entonces, Greg Tate. – contó Charlie.
- ¿Fue cuando se convirtió en una zorra? – pregunté.
- Todo el internado la odiaba, y ella, en vez de irse de aquí, se quedó e hizo como si no hubiera pasado nada. Bueno, como si no hubiera pasado nada no, porque dejó a Colin, empezó a salir con Greg, la nombraron capitana de las animadoras y se convirtió en la reina de aquí. Pero sí, sí que se volvió una auténtica zorra. – terminó Charlie ya aparcando en la parte de atrás de nuestra residencia.
- Chicas, pero incluso fue peor el boletín que anunciaba el embarazo de Anita Pacheco. Casi la expulsan por eso.
- Menos mal que no se descubrió tu embarazo – le dije a Nat.
- Suerte que Allie Rumsfeld no cuenta ningún secreto de sus alumnos. Además, cuando Jerry y yo le contamos a Allie lo del embarazo, a los pocos días aborté. De todas maneras, Allie nunca habría dicho nada. Siempre se calla estas cosas.
- Pero esto ya lo sabe todo el internado – dije yo. – Todo el mundo piensa que estoy engañando a Chris.
- Nosotras no creemos eso – me aseguró Penny.
- Pero, ¿y qué hago con Chris? Se va a enterar.
- Créeme Lena, Chris te creerá. – me aseguró Nat.
- Pero de todas maneras, vamos a intentar deshacernos de los boletines. – concluyó Penny con una sonrisa triunfal.
Un momento, ¿Penny acababa de decir lo que creía haber escuchado?
- Penny, ¿estás hablando en serio? – le preguntó Charlie abriendo los ojos de la sorpresa.
- Completamente. Lena es nuestra amiga, y si podemos hacer algo para impedir que Chris se entere de esto, pues lo haremos. – aseguró la francesa.
- Estás completamente chiflada – le dije a Penny abrazándola – pero sólo por esto te quiero aún más.
- Un momento ricuras, no os aceleréis. ¿Cómo vamos a hacer desaparecer todos y cada uno de los boletines?
- ¿Buscando por todo el internado y tirándolos? – pregunté no muy convencida de mi sugerencia.
- Demasiado tiempo. Además, tú estás coja. – me dijo Nat.
- ¡No estoy coja! – repliqué.
- Oh, perdóneme usted, no me daba cuenta de que tiene que caminar con dos barras de hierro. – ironizó Nat.
- Son de acero – especificó Penny.
- De lo que sean. Ni Lena puede ir de un sitio a otro ni yo quiero acabar con los pies hinchados al final del día. – dijo Charlie intentando poner paz entre nosotras. - ¿Alguna sugerencia?
- Nosotras podemos ocuparnos de los boletines de nuestra residencia, y podemos reclutar a los chicos de séptimo grado. – sugirió Penny.
- ¿A los chicos “somos muy guays y estamos completamente salidos” de 13 años? – preguntó Nat alarmada.
- ¿Y por qué no? – le dije.
- Por dios Lena, el otro día pillé a uno sacándome una foto con todo el descaro del mundo.
- Nat, vas a ser modelo. – le recordó Penny.
- ¿Y qué? Todavía tengo derecho a tener algo de privacidad, ¿o no?
- Esos son los más fáciles de sobornar…
- Vale, de acuerdo, los sobornamos y que hagan ellos el trabajo sucio. Y tú – dijo mientras se dirigía a mí – Vete a nuestra habitación y descansa, estoy deseando verte subida a unos stilettos lo más pronto posible.
- De acuerdo, así aprovecho para estudiar un rato.
Y me fui para la habitación, donde me esperaba una tranquila tarde de estudio.
***
Dos horas después, ya había terminado de estudiar literatura y me aburría un montón. Hacía un rato que ya había encendido el reproductor de música y puesto “Hands all over”, el último CD que había lanzado Maroon Five al mercado.
Sonaba “Misery”, una de mis canciones favoritas de ese CD, e intentaba distraerme mirando hacia el techo, cuando oí cómo la puerta se abría.
- Nat, eres una auténtica tardona – le dije todavía mirando hacia el techo.
- ¿Tardona? – me contestó una voz que no tenía nada que ver con la femenina voz de Nat.
Levanté la cabeza, y al ver a la persona que me esperaba en la puerta, me levanté de la cama sin dudarlo y fui hacia allí.
- ¡CHRIS! – grité abrazándole, olvidándome por un momento de mi tobillo.
- Pequeña – me dijo él mientras me abrazaba. – Te he echado de menos.
- Y yo a ti. – le dije.
Chris me llevó en brazos hasta mi cama y me tumbó allí. Le besé, y antes de poder continuar, él se apartó y miró mi tobillo vendado.
- Lena, ¿qué te ha pasado?
- Me caí del caballo.
- ¿Desde cuando Fred no es cuidadoso contigo?
- ¿Cómo sabes que mi profesor es Fred?
- Charlie me lo contó antes de que él llegara al internado. Y decidí adelantar mi regreso.
- ¿En serio?
- Lena, no me fío de Fred. Ni un pelo.
- Chris, no tienes nada de lo que preocuparte.
- Entonces, explícame esto – dijo mientras sacaba del bolsillo una copia del boletín.
Mierda. Definitivamente quería que la tierra me tragase en ese momento.
- ¿No te fías de mí?
- De ti sí, pero de Fred no. Y sé que ha intentado tener algo contigo.
- Eso es imposible que te lo haya dicho alguien.
- No hace falta que me lo diga alguien para saberlo. Esa es la táctica de Fred. Va a por las chicas nuevas, y le gustan las difíciles. Sobre todo le gustan las que tienen novio – dijo mirándome fijamente.
- Chris, te lo repito, con Fred no pasa nada. Ni ha pasado.
- ¿Se te ha insinuado?
- Vale, puede que se haya insinuado, pero como puedes ver, no he querido tener nada con él. Te quiero a ti.
- Y yo a ti. Pero quiero estar seguro de lo que sientes.
- Por dios Chris, te quiero a ti. No quiero a Fred, ni quiero tener nada con él. Métetelo en esa cabeza tuya.
- De acuerdo. Pero ten cuidado con Fred. No me gustaría discutir contigo por su culpa.
- Y no lo harás. Venga, ven aquí – dije mientras lo volvía a besar de nuevo, y esta vez sin interrupción.