Dieciocho
velas
Desde que tengo uso de razón, me han gustado mis cumpleaños. Soy
de la clase de personas a las que les gusta el día de su cumpleaños, y de las
que lo disfrutan al máximo. Mi nacimiento se produjo un soleado y caluroso 5 de
Junio, fecha recordada por algunos como el desembarco de Normandía en 1944.
Pero para la gente de mi entorno, este día es recordado como mi cumpleaños.
Mis celebraciones de cumpleaños estaban todas marcadas por un
mismo patrón, que se repetía año tras año. Mi madre y Greta venían a mi
habitación a despertarme cantándome “Dancing Queen”, una tradición que se había
impuesto cuando la empecé a cantar mientras sonaba en la radio el día de mi
tercer cumpleaños. Luego, al llegar a la cocina, llena de globos de colores, me
esperaba mi padre preparándome mi desayuno favorito: tortitas recubiertas con
chocolate y caramelo. Como esos días solía tener clase, me iba al colegio,
donde me esperaban mis compañeros, que cantaban “Cumpleaños Feliz” al verme.
Normalmente, los que tenían algún regalo me lo daban, y si no, esperaban a mi
fiesta.
Mis fiestas. Mis famosas y geniales fiestas de cumpleaños.
Cada año, mi madre se estrujaba la cabeza pensando en un sitio diferente donde
celebrar mi cumpleaños, que debía de estar situado en Nueva York o en las
cercanías de la ciudad. Una vez elegido el lugar de la celebración, mandaba las
invitaciones de cumpleaños y organizaba una fiesta sencillamente genial, donde
estaban todos mis amigos, mis compañeros de colegio y familia.
Todos los años, el patrón de celebración era exactamente
igual, con la excepción de mi decimoséptimo cumpleaños. No me gustaba recordar
esa fecha demasiado, no era algo agradable. Mi intención de olvidar ese
cumpleaños se debía a que el día de mi fiesta, que se celebraba ese año en el
hotel Astoria Waldorf con un baile por la noche, decidí que quería perder la
virginidad con mi novio de por aquel entonces, Christian Valley. Llevábamos
cinco meses y medio juntos, y como estaba tan estúpidamente enamorada de él,
quise que él fuera el primero en acostarse conmigo.
Finalizando casi la fiesta, después de soplar las velas y con
la excusa de que estaba cansada, le dije a mi madre que me iría a casa. Ella
insistió en acompañarme, pero le dije que se quedase a disfrutar de la fiesta.
Al llegar a casa, me quité el vestido de noche y me puse ropa normal, y, subida
a un taxi, fui hasta casa de Christian.
Sabía que la casa de Christian estaría vacía, porque sus
padres y su hermano pequeño estaban en mi fiesta. Subí en el ascensor los
dieciocho pisos hasta su apartamento, y al llegar, abrí la puerta con la llave
que me había dado él. Encaminé mis pasos por el piso vacío, que ya conocía de
memoria, hasta su habitación, situada casi al final del apartamento. Abrí la
puerta, esperando encontrarlo a él durmiendo, pero me equivoqué de pleno. Quien
se encontraba con él era la que creía hasta ese momento mi mejor amiga, Lea
Kingston. Christian, al verme, se tapó lo mejor que puso y se acercó a mí:
-
Lena,
esto no es lo que parece – dijo tocándome la cara.
-
¡Ni
me toques cerdo! – le grité.
-
Lena…
-
¡Ni
Lena ni nada! No quiero volver a verte en lo que me queda de vida. – dije,
acercándome a la puerta.
-
Pero
Lena… – empezó a decir él, pero antes de que continuara, me acerqué a él y le
pegué un bofetón.
-
Esto
es por si no te había quedado claro – le dije marchándome de allí.
Unas dos semanas después de eso, mi madre pilló a mi padre
con su secretaria, provocando su divorcio y mi posterior ingreso en el
internado. Por todo eso, no me gustaba recordar ese cumpleaños.
Pero ya había pasado un año. El tiempo había curado esas
heridas y abierto otras nuevas. No quería amargarme recordando todos esos
acontecimientos, ya que habían pasado demasiadas cosas buenas que superaban con
creces todo eso: mis nuevas y geniales amigas, Christopher, la boda de mi madre
con Joe, el divorcio de mi padre con la rubia unineuronal de su secretaria, la
noticia de que tendría un hermanito o hermanita…
***
Los gritos de las chicas me despertaron esa misma mañana de
sábado. Cuando abrí los ojos con la intención de echarles la bronca por
despertarme, me encontré con que cada rincón nuestra desordenada habitación
había sido cubierto por guirnaldas y globos.
-
Y
cinco, seis, siete y… – empezó Nat.
-
Dancing queen! Young and sweet only
seventeen! Dancing
queen, feel the beat of the tambourine! – empezaron a cantar las chicas al
mismo tiempo que hacían una especie de baile extraño.
-
Oh yeah! – entonó Nat.
-
You can dance, you can jive, having
the time of your life…. Oooh, see that girl, watch that scene, dig in the
Dancing queen! – terminaron de cantar ellas.
Corrí a abrazarlas llorando.
-
Lena,
no llores – me intentó consolar Nat.
-
Es
que… No me lo esperaba… Muchas gracias chicas… – dije mientras hipaba un poco.
-
Tu
madre nos dijo que te iba a hacer ilusión.
-
Es
que ella y Greta me despiertan cantando “Dancing queen” en mi cumpleaños. En
serio, muchas gracias.
-
Para
eso eres nuestra amiga. – dijo Charlie.
-
Y
hoy vas a tener uno de los mejores cumpleaños de tu vida. Eso prometido.
Las abracé una por una, mientras que me deseaban un feliz
cumpleaños.
-
Y
ahora ve a arreglarte, que nos esperan los chicos en el comedor.
Haciendo caso a Charlie, me dirigí al baño para arreglarme,
ya que ellas ya lo habían hecho. Al salir de allí, vi que Nat me había dejado
encima de mi cama un vestido azul claro muy sencillo, con un cinturón marrón
para poner en la cintura, y unos botines bajitos a juego. Me vestí, me maquillé
y salimos de allí.
Al llegar al comedor, nos dirigimos a nuestra mesa, donde nos
esperaban nuestros respectivos novios, que al vernos, se pusieron a cantar
“Cumpleaños feliz”, provocando mi sonrojo, y sus carcajadas al terminar.
-
Feliz
cumpleaños cariño – me dijo Chris dándome un beso.
-
Feliz
cumpleaños Lena – me gritaron el resto de los chicos viniendo a abrazarme por
turnos.
-
¿Quieres
abrir tus regalos ya o prefieres desayunar antes?
-
Desayunar,
por favor. Me muero de hambre.
Chris me pasó un plato con tortitas ya recubiertas con
chocolate y caramelo y una taza de café. Durante el desayuno hablamos de cómo
iba a ser mi fiesta de cumpleaños. Nat comentó en lenguaje clave cómo
descubriríamos a Fionna Catchpole.
Nat, experta informática, había hackeado la cuenta de correo
de Fionna, a la que le correspondía un número de teléfono, y Nat había
descubierto cuál era. El plan era sencillo. Una vez que estuviéramos en la
fiesta, después de un rato de baile, yo saldría a soplar la tarta. Cuando la
soplara, daría un discurso de agradecimiento y empezaría a hablar de cómo
afectaban algunas cosas a la vida del internado. En ese momento, Nat llamaría
desde un número oculto al número de Fionna Catchpole, y yo anunciaría que
Fionna era la propietaria de ese teléfono.
Plan sencillo, fácil y, probablemente, muy efectivo. Además,
ninguno de los invitados de la fiesta se esperaría ese giro de los
acontecimientos.
Y, de vuelta a mi mañana de cumpleaños, ya instalados en mi
habitación, los chicos me daban sus regalos.
-
Chicos,
de verdad, no hacía falta que os molestaseis – repetí por enésima vez mientras
abría el paquete de Kevin.
-
Reconócelo,
te encantan los regalos. – dijo Nat mientras colocaba todos los regalos en un
montón.
-
Vale,
lo reconozco, me encantan los regalos – reconocí terminando de abrir el paquete
de Kev.
De la caja salió una cazadora negra de cuero, del tipo perfecto, con tachuelas en la zona del
cuello, y el nuevo modelo de Christian Loubotin.
-
¡Muchas
gracias Kev! – le dije abrazándolo. – Como siempre, has acertado de pleno.
-
Tuve
algo de ayuda – añadió él, mirando significativamente a Penny.
-
Venga,
ahora me toca a mí – añadió Johnny. – Que para algo soy su hermano. – añadió
mientras me tendía una caja de Chanel.
Destapé la caja con cuidado, quedando alucinada con su
contenido, el modelo de Chanel 2.55 en color rojo:
-
¡Johnny!
Te has pasado.
-
No
me riñas, lo querías desde hace bastante, así que como buen hermano, te lo
regalo.
La abracé con mucha fuerza.
-
En
serio, gracias.
-
Ya
sabes que por ti lo que sea. Y ahora abre el de las chicas.
Haciéndole caso, abrí el pequeño paquete que me tendieron. Al
abrir la caja, apareció el modelo nuevo de Rolex en oro rosa, con la esfera de
brillantitos.
-
No
puede ser en serio. – añadí, todavía sin creérmelo mucho.
-
¿Y
por qué no? – preguntó Nat.
-
Porque
esto es pasarse. Si lo del bolso ya me parecía una pasada…
-
Lena,
eres nuestra amiga. – empezó a decir Penny.
-
Y
solo se cumplen dieciocho años una vez – terminó Charlie.
-
En
serio, muchas gracias – dije mientras las abrazaba a todas.
-
Mira
la esfera de atrás – añadió Penny.
Le hice caso. En la esfera de atrás, las chicas habían
grabado la siguiente inscripción: “Con
amor. N.C.P”.
-
¿Os
he dicho que os quiero? – dije.
-
Muchas
veces – me respondió Nat.
-
Pues
lo repito, os quiero. Y mucho.
Volvimos a abrazarnos las cuatro durante un pequeño rato.
-
Venga
chicas, que aún faltan Jerry y Chris – nos recordó Kevin.
Nos separamos y volví a mi lugar para seguir abriendo
regalos.
-
Si
dejamos a tu querido novio para el final, ahora me toca a mí. – dijo Jerry
tendiéndome un paquete.
Quité el papel de regalo, y apareció una caja con el logotipo
de Victoria’s Secret.
-
Creo
que este lo voy a abrir luego. – respondí convencida.
-
Pues
te toca el siguiente. – añadió Jerry tendiéndome el segundo paquete, un sobre
delgado.
Lo abrí, sacando del sobre dos billetes con destino a Dublín,
dos billetes con destino a Cork y dos entradas para el siguiente concierto de
U2 en Cork, con pase para zona vip.
-
Como
puedes ver, los billetes para Dublín no tienen fecha de caducidad, así que
puedes ir en cualquier momento allí con la persona que tú quieras.
-
Nunca
he estado allí.
-
Te
gustará, tanto como Cork, donde se celebra el concierto. Y ahora el último
paquete – añadió, trayendo hacia mí un paquete bastante grande.
Corrí a abrir el regalo, y me sorprendí de ver un juego
completo de maletas de piel de Chanel en color crema y negro, con maletas de
muchísimos tamaños, neceseres, sombrereras, etc.
-
Un
buen viaje necesita una buena maleta. O varias, teniendo en cuenta cómo eres
tú.
-
Jerry,
eres un amor. – dije abrazándolo.
-
Nat
me dijo que nunca habías estado en Irlanda, así que me pareció un buen regalo
de cumpleaños lo de regalarte un viaje.
-
Y
ahora me toca a mí. – dijo Chris, tendiéndome un paquete pequeño.
Abrí el paquete con cuidado y saqué una caja de Tiffany’s. La
abrí, y en su interior encontré los pendientes de diamantes más bonitos que
había visto en mi vida. Eran de forma alargada y caían en forma de lágrima.
-
Chris,
te has pasado. Pero mucho.
-
Nada
es suficiente para ti. – me dijo él encogiéndose de hombros. Me encantaba
cuando hacía eso.
-
Te
quiero, ¿lo sabes? – le respondí abrazándolo.
Nos empezamos a besar, algo efusivamente, provocando que los
demás empezaran a quejarse.
-
Venga
chicos, si queréis os pago yo el motel, no hace falta que lo hagáis aquí mismo…
– dijo Jerry largándose de la habitación con el resto.
-
¿Cuál
era el plan para hoy? – le pregunté a Chris.
-
En
el cine echan el maratón de películas de Star Wars, y teníamos pensado ir.
Luego comeríamos, volveríamos al cine, y después os dejaríamos en la habitación
para que os arreglarais para la fiesta.
-
Creo
que no me apetece demasiado lo de Star Wars… Sobre todo si tenemos en cuenta
que podríamos estar solos aquí toda la mañana… - le dije mientras le empezaba a
besar el cuello.
-
Creo
que a mí tampoco me apetece ver películas.
***
Unas cuantas horas más tarde, después de la mañana en la
habitación de Chris, la comida y la sesión de películas de Star Wars, estaba
con Chris en la puerta de la discoteca, esperando para entrar en mi fiesta de
cumpleaños.
-
¿Aún no quieres entrar? – me preguntó Chris mientras
me abrazaba para que no tuviese frío.
-
Quiero disfrutar unos segundos más de esto – le dije
mientras hundía la cara en su hombro. Aspiré su aroma con disimulo. Me
encantaba ese olor tan particular que tenía él, un olor muy masculino.
-
Pues estaremos aquí hasta que tú lo digas. – me
contestó abrazándome más fuerte.
Permanecimos unos momentos en
silencio, un silencio agradable, disfrutando de nuestra presencia.
-
Me encantaría estar así siempre – suspiré.
-
¿Así como?
-
Así, contigo... Solo tú y yo.
Chris me separó un poco de él para
verme la cara, aunque me mantenía abrazada.
-
Lena... ¿tú sabes que te quiero? – me preguntó
mirándome a los ojos.
-
Con locura. Como yo a ti. – le confesé.
-
¿Y tú harías algo por mí?
-
Lo que sea Chris, lo que sea.
Pero antes de que me contestara, Nat
se asomó por la puerta del gimnasio, interrumpiendo el momento.
-
Parejita, siento interrumpir, pero Lena tiene que hacer
su entrada triunfal.
-
Entonces vamos – dijo él, algo decepcionado.
Me acerqué a su oído para susurrarle:
-
Me debes una respuesta.
El asintió, haciendo un gesto que
significaba que ya hablaríamos.
La gente estaba bailando cuando
entramos en la fiesta. Nat se subió al escenario y cogió el micrófono, como aquellas
vez que cantó "Will you still love me tomorrow" para que Chris y yo
la bailáramos en el cumpleaños de Blondie Fox.
-
¡Buenas noches a todos! Estamos aquí para celebrar el
cumpleaños de una chica muy especial, ¿os suena?
Un prolongado y ruidoso
"Siiiiiiii" se oyó en la sala.
-
Pues ya que sabéis quien es, dediquémosle un gran
aplauso a la cumpleañera, la genial Lena Williams!
Una horda de aplausos resonó por toda
la sala, además de los gritos de mis amigas.
-
Y ahora, ¡continuemos con la fiesta! - grito Nat bajándose
del escenario.
Chris me tomo de la mano y me llevo
al centro de la pista, donde baile con él durante un buen rato, aunque también
baile con Johnny, Jerry, Kev y mis amigas, además de con unos cuantos chicos
mas del internado, entre los que estaba Christian Valley, que aún seguía
saliendo con Jill Blackstone.
En un momento determinado, Nat mando
parar la música y me subió al escenario, y, al mirar hacia la puerta, vi como
Chris se acercaba hacia mí con una tarta de cumpleaños preciosa, adornada con
dieciocho velas ya encendidas, que poso en una mesita que estaba colocada
delante de mí.
Después del consabido cumpleaños
feliz, que entonaron todos los que estaban allí, y con Chris agarrándome la
cintura con suavidad, procedí a soplar las velas, que conseguí apagar de una
vez.
Tras los aplausos, Nat volvió a agarrar el micrófono y se
dirigió a la gente:
-
Y
ahora, ¡unas palabras de la cumpleañera!
Nat me alargó el micrófono y me dirigió una mirada
significativa. Era la hora de la verdad.
-
Antes
de nada, buenas noches a todos y muchas gracias por venir a mi fiesta. Y ahora,
la noticia bomba de la fiesta.
-
¡Estás
embarazada! – gritó Jerry, provocando que Nat le diera una colleja.
Unos murmullos empezaron a escucharse en la sala.
-
No,
no estoy embarazada. La única embarazada de esta sala es Barbara Clarkson. Pero
por noticias como estas, falsas o no, la gente se crea opiniones erróneas
acerca de nosotros.
-
Lo
que dice Lena es cierto. No hace tanto, se rumoreó que ella estaba liada con
Fred Hilton – continuó Chris.
-
Algo
totalmente falso. Pero por rumores como esos, tuve una discusión con Chris
innecesaria. Por eso, y tras una singular petición, tengo que tomar medidas
contra esos rumores – dije sacando mi móvil de mi bolsito.
La gente prestó atención con ese gesto, y siguieron con la
mirada el recorrido que hice con el móvil, enseñándolo a la sala y luego
marcando un número. Y antes de que sonara el primer pitido, añadí:
-
Compañeros
de internado, os presento a Fionna Catchpole.
La melodía estridente de un móvil sonó en ese momento,
anunciando la identidad de la cotilla oficial del internado. Y, por supuesto,
todo el mundo dirigió su mirada a la portadora del móvil. Y al mirar, lo que
menos podía imaginarme era la identidad de la cotilla.
Lo único que oí con claridad antes de que empezaran los
murmullos fue la voz de Chris elevándose por encima de las demás, amplificada
por el micrófono que yo sostenía en la mano:
-
¿Jillian?
– dijo él, todavía sin poder créerselo.
Ni yo misma lo hubiera adivinado nunca. Jill Blackstone era
la famosa Fionna Catchpole. La cotilla oficial del internado. La persona que se
había dedicado a publicar los secretos y cotilleos de la gente del internado
durante los últimos tres años.
Jill, con cara de asustada, salió corriendo de allí. Nadie se
lo impidió. Todo el mundo no se había acostumbrado a la noticia, ni siquiera se
lo terminaban de creer del todo. Pronto empezaron los murmullos, que fueron
subiendo de todo a medida que pasaban los minutos.
Miré a mis amigos. Ninguno nos creíamos lo que acababa de
pasar. Nuestras caras de desconcierto eran perfectamente visibles.
-
Lo
siento, pero nunca pensé que fuera ella. – dijo Nat rompiendo el silencio que
había en nuestro pequeño grupo.
-
Ni
yo. Pero ni de coña. – añadió Charlie.
-
Siempre
pensé que sería alguna de las lacayas de Blondie Fox, o incluso alguien próximo
a ella. Pero nunca Jill. – terminó Penny.
Mi conciencia me decía que fuera tras Jill, a pedirle
explicaciones o algo así. Por mucho daño que me hubiera hecho con sus
publicaciones, se merecía que la escuchasen. Por lo menos merecía la
oportunidad de explicarse.
-
Chicas,
creo que voy a salir un rato fuera. Necesito un cigarrillo. – dije mientras me
bajaba del pequeño escenario.
-
Te
acompaño – me dijo Chris siguiéndome.
Salimos fuera de la discoteca, y me apoyé en la pared
exterior mientras buscaba un cigarrillo en el bolso. Por supuesto, ya no tenía
ninguno. Hacía bastante que no fumaba.
-
Chris,
dime que tienes un cigarrillo por ahí.
-
Ya
sabes que no. Hace bastante que no fumo.
-
¿Podrías
entrar y pedirle unos cuantos a Jerry?
-
En
realidad no quieres fumar.
-
Claro
que quiero fumar. Por eso te pedí que entraras a pedirle tabaco a Jerry.
-
Lo
de los cigarrillos es un farol. En cuanto entre, tú irás en busca de Jill.
Mierda. Me había pillado.
-
Te
conozco muy bien. Demasiado bien diría yo. Estás deseando que te explique todo.
-
Vale,
has acertado. ¿Ahora puedo irme?
-
Sola
no llegarás muy lejos. Jill no está en la residencia.
-
¿Sabes
dónde puede estar?
-
Eso
creo. Por probar no perdemos nada.
Y cogidos de la mano, nos dirigimos al edificio de clases.
Aunque estaba algo extrañada, no dije nada, sino que seguí caminando en
silencio. Al llegar, subimos al tercer piso y nos dirigimos hacia el pasillo de
las salas audiovisuales.
Chris se paró delante de una puerta y la abrió despacio. La
sala estaba a oscuras, así que antes de encender la luz, pregunté:
-
¿Jill?
-
¿Lena?
¿Eres Lena Williams?
-
La
misma. – dije mientras encendía la luz.
Jill estaba sentada en un rincón de la vieja sala,
abrazándose las rodillas y con la cara llena de lágrimas.
-
Por
lo visto vienes acompañada. – dijo al ver a Chris.
-
Sin
él no te hubiese encontrado nunca. – reconocí.
-
Recuerdo
que te gustaba estar aquí cuando querías esconderte del mundo. – añadió Chris.
Me senté al lado de Jill, y Chris se sentó enfrente de las
dos, cerrando el círculo.
-
¿Por
qué venís en son de paz? – preguntó ella. – ¿O sólo estáis fingiendo para
echarme a los leones?
-
Los
leones no te comerán, no dejarás que lo hagan. – le contestó Chris.
-
Además,
todavía no te buscan. Mañana sí, pero ahora no. Están demasiado concentrados en
pasárselo bien en mi fiesta. – dije.
-
Siento
todo lo que os he hecho. En serio. Nunca debería haber escrito cosas tan
horribles sobre vosotros y sobre el resto.
-
Todos
hemos hecho algo de lo que nos arrepentimos alguna vez. No serás ni la primera
ni la última en hacerlo. – reconoció Chris.
-
Lo
sé, pero ahora que pienso en lo que hecho, me arrepiento muchísimo.
-
Estás
perdonada Jill. Todos cometemos errores. – le dije.
Nos quedamos en silencio por unos momentos, silencio que
Chris rompió.
-
Creo
que deberíamos volver ya.
-
Christopher,
espera un momento. Tengo que hablar a solas con Lena.
Chris asintió en silencio y se marchó de la habitación,
dejándonos solas.
-
Creo
que te debo una explicación de todo. – empezó a decir ella.
-
No
hace falta…
-
Creo
que sí. Te lo debo. Y no quería que Chris estuviera delante.
-
Adelante
pues.
-
Creo
que ya sabes que Chris y yo estuvimos saliendo hará unos tres años…
-
Johnny
me lo contó.
-
Pues
es cierto. Estábamos genial. Pero yo era diferente con los chicos por esa
época, me gustaba cambiar de chico continuamente para no aburrirme. Chris no
iba a ser la excepción, así que lo dejé.
-
Johnny
me dijo que lo había pasado muy mal.
-
Es
cierto. Chris lo pasó muy mal. Y me arrepiento muchísimo de haberlo dejado. Fue
lo peor que pude hacer. Y a partir de eso, Chris cambió. Se volvió más
duro, ya no le importaba lo de dejar
corazones rotos a su paso. Y todo por mi culpa.
Jill cogió aire antes de seguir con su relato.
-
Un
día, a las pocas semanas de dejarlo, lo vi con una chica. Me miró, y vi que ya
no sentía nada por mí. Eso fue horrible. Me sentí fatal, lo único que quería
hacer era llorar. Pensaba que, al dejarlo, si quisiera volver con él, lo haría
fácilmente. Pero me confié, lo que le había hecho a Chris le había alejado de
mí.
Comprendí perfectamente la personalidad del Chris que conocí
cuando llegué al internado. Por muy duro que se quisiera mostrar hacia el
mundo, con esa actitud de indiferencia total, en el fondo era un chico al que
le habían roto el corazón.
-
Como
Chris seguía saliendo con chicas, me enfadé tanto conmigo misma que lo único
que quería hacer era hacerles daño a las chicas con las que salía él. Y la
única manera que se me ocurrió de hacerles daño fue publicar sus trapos sucios
en un boletín que leería todo el internado. Y para que nadie sospechase que yo
era Fionna Catchpole, empecé a publicar los cotilleos de gente que no tenía
nada que ver con Chris. Mi correo electrónico falso pronto se llenó de correos
de gente que quería desvelar secretos.
-
¿Y
por qué no paraste?
-
Me
acabé acostumbrando a eso. A prestar más atención a las vidas de los demás que
a la mía. Pero eso cambió.
-
¿Cómo?
-
Gracias a ti.
-
¿A
mí?
-
Indirectamente.
Llegaste nueva al internado, Chris se enamoró de ti, y tú de él. Llegué a
odiarte. Y no sabes lo que me alegré cuando me enteré de que Christian Valley,
tu ex novio, había llegado al internado dispuesto a recuperarte.
-
Porque
así tú tenías alguna oportunidad con Chris.
-
No
esperaba tener ninguna, pero me alegraba el hecho de saber que tú no estabas
con él. Pero tú un día dejaste a Valley y volviste con Chris. Así que gracias a
eso, yo conocí a Christian. Si no hubieras dejado a Valley por Schoomaker, yo
no estaría ahora con Christian.
-
¿Cómo
lo conociste?
-
Fui
a la enfermería a buscar una aspirina, y en la sala de espera, estaba
Christian. Empezamos a hablar… y surgió la química. Christian es el primer
chico que me gusta de verdad.
-
¿Y
por qué no dejaste de escribir el boletín cuando empezaste con Christian?
-
No
lo sé. Fionna Catchpole se había convertido en parte de mi vida y no sabía cómo
deshacerme de ella. Aunque ahora ya no me queda más remedio que hacerlo.
-
Lo
superarás. Christian te ayudará.
-
Seguramente
me odia ahora mismo.
-
Se
le pasará. Habla con él y te perdonará. Yo ya lo he hecho.
-
No
sé cómo darte las gracias.
-
No
hace falta que lo hagas. Lo único que espero es que me llegues a considerar tu
amiga. Ahora no, pero espero que en futuro sí. He oído que te han admitido en
Yale.
-
Quería
ir a Yale desde que era pequeña. Me alegra saber que voy a tener una amiga allí
– dijo ella sonriendo por primera vez.
-
Venga,
ahora toca enfrentarse a los leones.
-
¿Juntas?
-
Juntas.
Y salimos de allí con la intención de volver a la
fiesta. Tocaba enfrentarse con los fantasmas del pasado. Pero Jill no lo iba a
hacer sola. Ahora contaba conmigo.